Lo que nunca te dije, crush (+16)

10

Un mes transcurrido y el grupo de amigos ya no era más el grupo de amigos.

Lila ya no era tan cercana contigo y sé que fue algo mutuo; el desinterés de ambos permitió que se congelara la amistad. Saory se alejó de Lucas por ser un cáscara vacía, así como ella lo calificó. Andy, durante unas semanas, pretendió darle escoger a Walter un bando: era su mejor amigo de toda la vida o el niñito que quería llevarse a la cama a su hermanita. Una completa estupidez, si me lo preguntas. Y si, después recapacitó; Walter no tenía por qué escoger a nadie. Pero Andy siguió diciendo durante un tiempo que tú y él realmente nunca fueron amigos, y eso, lamentablemente, era cierto. John a pesar de salir con Lila fue, junto con Walter, el único objetivo y razonable.

En las reuniones de pizza en la casa de Walter tú ya no ibas, y a veces yo tampoco, por miedo a encontrarte por la calle debido a la proximidad de ambas casas. En las salidas del grupo de mi hermano de la Universidad ya yo tampoco asistía; mi hermosa Steffi había puesto sus ojos en Steve, el amigo de Andy, y él me había invitado a salir a mí.

Y yo me sentía fatal; no estaba condiciones como para aceptar salir con alguien más, menos si una de mis mejores amigas sentía atracción por esa persona. Y me dolía verte a lo lejos y pretender que nada había ocurrido.

Entonces una llamada de Walter un sábado por la tarde hizo que mi corazón se encogiera de dolor por ti: tu padre había fallecido, y estabas hecho un mar de dolor, lágrimas y arrepentimientos.

Recuerdo que sólo necesité telefonear a Lila para que ambas corriéramos a estar contigo. Y aquello provocó una fuerte discusión con Simon; él consideraba que un simple mensaje de texto expresando mi sentido pésame era suficiente. Pero no para mí. ¿Acaso podía culparte de sentir deseo y no amor hacia mí?

Cuando te vi ahí, sentado en una silla plástica blanca frente a la entrada de la capilla velatoria, con la mirada perdida sobre las baldosas frías e incoloras del piso, sabía que no iba a culparte. Porque teniendo a Lila, una de tus amigas más cercanas, frente a ti, preferiste acudir a mí.

Si no fue uno de tus abrazos más fuertes, si fue el más nostálgico. ¿Puedes recordarlo? Te aferraste a mi cintura y hundiste tu cara en mi cuello, quebrándote por completo. Yo solo podía consolarte acariciando tu cabello y espalda, porque estuve sin palabras ante la magnitud del arrepentimiento que sentías por no haber sabido otorgarle el perdón en vida al hombre que ya no era parte de este plano terrenal.

Y me costó horrores que tu humor de siempre volviera, que el brillito de diversión reinara de nuevo en tu mirada y tu sonrisa coqueta y autosuficiente renaciera. Fue un arduo trabajo para Walter y para mí sacarte de la cama y convencerte de asistir a las salidas grupales de siempre, y sé que también fue un tanto difícil para John, Lucas y mi hermano que volvieras a reírte de los mismos chistes.

También fue una tarea casi imposible para Lila y para mi convencerte de visitar el cementerio y expresar frente a su lápida todo lo que deseabas decirle en vida y por orgullo no hiciste. Y tras dos intentos fallidos, a la tercera lo lograste: perdonarlo por haberse ido con otra familia.

Tras tu gran y significativo avance, recuerdo que los tres tomamos asiento sobre el césped frente al lago y a espaldas de los jardines y nichos, sumidos en tanta paz, y la vocecita de Lila parlotear tranquilamente sobre permitir que el tiempo haga su trabajo y más que enmendar los errores, aprender de ellos.

Debo confesar que no me había percatado del empujoncito que ella te estaba dando, hasta que la miraste de esa forma que tenían ambos para comunicarse. Y que ella sonrió hacia ti, y levantándose me explicó que iría a conseguir una botella de agua, antes de dejarnos a solas.

Esa sensación de nerviosismo que solo tú me provocabas se asentó en mi estómago y recuerdo me tumbé por completo sobre el césped, observando el cielo azul, intentando aparentar serenidad. Tu mirada sobre mí inquietaba, punzaba e insistía, hasta que me animé a mirarte también. Tenías una media sonrisa formada, de las más hermosas, sin destellos de coqueteos, suficiencias o burlas; era dulce y tierna, como una suave caricia.

Tomaste mi mano, ¿lo recuerdas? Justo antes de que yo pudiera musitar alguna duda acerca de tu semblante, que se volvió tan afable repentinamente. Observaste nuestras manos, como la tuya sostenía a la mía; mi piel morena sobre la tuya broncínea. Y te llevaste mi dorso a los labios.

–Gracias, Leigh. –Murmuraste–. Por no dejarme solo.

Te dediqué una sonrisa cerrada como respuesta, porque había visto el brillito que rondaba en tu mirada, y algo me decía que se acercaba una conversación difícil. Y la ansiedad se acrecentaba con los nervios.

Nunca supe del todo manejar mis emociones.

–Pero no somos amigos, ¿cierto? –Preguntaste muy directamente, después de depositar mi mano donde anteriormente había estado; sobre mi estómago.




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