Lo que nunca te dije, crush (+16)

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En la primera fase de tu completa y absoluta honestidad, Andy y mamá nos interrumpieron tras regresar del súper ese día en la plazoleta; ¿puedes recordarlo? Después era yo quién necesitaba respuestas y tú no parecías seguro en darlas.

Me dijiste que necesitabas tiempo para confesarlo todo, y yo estuve a punto de lanzarme por un acantilado, metafóricamente hablando. ¿Por qué si necesitabas tiempo para decírmelo todo, fuiste a buscarme al estudio esa tarde? Tu verdad a medias no me servía y ya la situación estaba hartándome.

–Como sea, Liam, me retiré del juego hace ya más de un mes. –Manifesté, expresándote mi cansancio de todo este asunto como despedida mientras empujaba a mamá y a Andy a irnos a casa.

Todo para mi seguía igual, pero con la seguridad de que no iba a seguirle más el hilo a tus niñerías. Éste estira y encoje tuyo no era bueno para mí.

Te enfocaste en parecer tierno y atento; durante varias noches me deseabas dulces sueños por mensajes de texto, y los fines de semana no faltaba tu mensajito de buenos días en mi celular. Ese comportamiento se me hacía muy extraño, y debo confesar que me producía vértigo; porque por muy increíble que pareciera, nunca esperé eso de ti. Mi romanticismo siempre fue nulo.

Y te necesitaba lejos, por dios. Necesitaba superarte y no me lo hacías fácil. ¿Recuerdas esa mañana en la biblioteca de la escuela, dónde me miraste tan bonito que me removiste todo en mi interior, y me preguntaste si podías besarme? Dios, te dije que no porque estaba por pedirte que dejaras de escribirme.

Ése día me pediste que te diera el beneficio de la duda y me invitaste a tú casa por la tarde, porque según tus palabras: tenías algo que enseñarme.

No te dí una respuesta certera, pero las chicas me convencieron de ir. Una de las cosas que tanto agradezco, porque fue un acontecimiento que verdaderamente debió pasar para que tú al fin te abrieras conmigo.

Aunque ese día se me escaparon mis inseguridades por los poros de la piel.

Tu madre fue quien me recibió; recuerdo perfectamente a Lucy intentado hacer sus tareas del kínder en la barra del desayunador, mientras sus juguetes estaban dispersos por todo el piso de la sala de estar. Lauren siempre ha sido muy, muy dulce conmigo; incluso con el pasar de los años y en la actualidad lo sigue siendo.

Ella me dio el pase directo a tu habitación, pero no me dijo que estabas con Tami teniendo una muy fuerte discusión, con el tema en cuestión llevando mi nombre.

Me vislumbraste acercarme por la rendijita de espacio que había entre la puerta y el marco, segundos antes de que yo pudiera distinguir sobre qué te reclamaba ella con tanto lamento. Tu rostro se bañó de cautela, pero tus ademanes te hacían ver exasperado.

¿Por qué siempre buscas entretenerte con lo de afuera, cuando siempre me has tenido a mí aquí? –Sus palabras aún rebotan en mi cabeza junto a su voz rota y débil.

Durante mucho tiempo después recordarla me provocaba cierto grado de pena. Actualmente no siento nada porque ella ya es una mujer madura y con una vida feliz, pero en ese entonces mi mente solo conectó ciertos cablecitos, siéndome eso suficiente para girar media vuelta y regresarme por donde había llegado.

Sí, creí que era ella la razón por la que siempre terminabas retrocediendo antes de avanzar siquiera, creí que por ella nunca eras completamente sincero conmigo.

Tú fuiste detrás de mí, y te confieso que no me lo esperé, había dado por hecho que te quedarías con tu mejor amiga solucionando lo que sea que se necesitara solucionar. Me alcanzaste en la sala cuando acababa de bajar las escaleras, tomándome por el brazo; tu madre te dedicó una mirada mordaz, de esas que con el tiempo aprendí a descifrar como arregla éste desastre, es lo que yo digo y punto, y atrévete y verás. Tami apareció detrás, con el rostro empapado en lágrimas, una expresión muy desolada y abrazándose a sí misma; ante Lauren bajó la mirada, a ti te miró con infinita tristeza y a mí apenas me dedicó un breve vistazo.

–No saques conclusiones sin antes oírme, –me pediste, cuando observamos a tu amiga de la infancia irse y tiré de mi brazo para yo hacer lo mismo–, por favor, escúchame primero.

Me devolviste mi brazo y tu madre desapareció por el arco que da con la cocina, dejándonos solos. Tenías una mirada de cachorrito, pero mis inseguridades eran un remolino deletéreo en mi mente y en mi estómago.

–No lo malinterpretes, no es así. –Negaste mucho con la cabeza, tu voz con cierto matiz de desesperación, después de mirarme directo a los ojos durante varios segundos. Ahuecaste mi rostro con tus manos y acercaste mucho el tuyo, como quién intenta hacer comprender algo con sutileza y dulzura a un terco–. Carleigh, déjame explicarte. Ayúdame a hacer esto bien, por favor.

Había deglutido saliva con mucho esfuerzo cuando deslizaste tus dedos por mi brazo hasta hallar mi mano y entrelazarlas. Me dedicaste una mirada suplicante y entonces recordé las palabras que Steffi empleó para animarme a ir a tu casa: ya nada tenía que perder.




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