Bien era cierto que no podía negar que aquella imagen era lo suficientemente impactante como para crearme un grado de dislocación mental, había sido yo quien decidiera estar ahí presente. Un hombre y una mujer detenían con toda su fuerza al joven que estaba sentado en la silla, luchaban para mantenerlo ahí, para que esté no los arrastrara consigo, el joven con el pelo en el rostro y la cabeza gacha, gruñía como un perro enojado, la puerta se abrió y el padre Ricardo, párroco de la iglesia a la que asisto, entro con la biblia abierta y rezando el padre nuestro, gritándolo a los cuatro vientos, el ambiente apestaba a fierro oxidado y las luces titilaban casi al punto de hacer estallar las bombillas. –¡Di tu nombre demonio!, te lo ordeno!- gritaba el párroco mientras el joven entre sus gruñidos lanzaba negativas de manera ofensiva, se escuchaban ruidos extraños que no sabía de donde provenían, golpes y truenos. –¡Di tu nombre te lo ordeno por nuestro señor Jesucristo!- la silla se elevaba como dando brincos aun y que aquella pareja intentaba evitarlo, los arrastraba junto con ellos y el joven levanto la cara, la mitad de su rostro estaba cubierto por cabello pero pude notar sus globos oculares entintados de negro –¡No!- al decir esto, sentí su mirada fijada en mí, la luz se apagó por completo y todo quedo en silencio, solo escuchaba mi respiración y un escalofrió subiéndome por el cuerpo, la piel se me había erizado, sentía todos los vellos de mi cuerpo totalmente erectos. La luz regreso pero no sola, el párroco levanto su mano sosteniendo un crucifijo y continuo leyendo -Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; Haga resplandecer su rostro sobre nosotros...- la pareja seguía sosteniendo al joven, pero miraban hacia el suelo y el joven me seguía viendo a mí, no sé si los demás no se daban cuenta, pero sobre él yacía sentado un hombre negro que dejaba caer cada pierna por los hombros del joven, su cuerpo era delgado y musculoso a la vez, pero era su cabeza lo que más me llevaba al borde la locura, era la de un macho cabrío de cuernos retorcidos y ojos color sangre, en el entrecejo una estrella brillaba en color blanco y que recordaba de algún lado, de pronto ese ser camino hacia mí blandiendo una pequeña daga, la voz del padre dejo de escucharse, pero yo podía ver como sus labios seguían moviéndose, el hombre de cabeza rara se me acerco y pude sentir su respiración hirviente –Es a ti a quien quiero- sentí un dolor en mi pecho y las piernas me flaqueaban, el hombre comenzó a rodearme, olfateándome y en mi cabeza intentaba recordar el padre nuestro pero no lo conseguía –Es a ti a quien quiero- lo repetía una y otra vez, y entonces como una película en mi cabeza recordé la noche anterior, me vi jugando con la tabla de la guija, pensando que todo era eso, un simple juego, me vi prendiendo velas y en mi cuarto a oscuras, haciendo preguntas, invocando a fantasmas, retando al demonio, me vi, me vi a mi mismo sentado en aquella silla, siendo sostenido por mi padre y mi madre, me vi a mi mismo siendo comido por oscuras sombras, me vi cuando aquel hombre de cuernos retorcidos me atravesó con la daga y se que ahora habita escondido bajo mi piel.
Orlando G.