Lo que pasa en el aire

Lo que pasa en el aire

No hay mucho que hacer cuando uno se rompe el pie justo antes del baile de graduación. Me siento en la esquina de la mesa, sosteniendo un vaso de ponche que tiembla entre mis dedos, y cada sorbo sabe a una mezcla de anticipación, torpeza y emoción que me deja sin aliento. Las luces de la cancha, convertida en un cielo artificial, parpadean sobre el piso encerado, dibujando constelaciones que parecen susurrarme secretos que solo yo puedo escuchar. La música atraviesa mi pecho, vibrando en cada rincón de mi ser, y siento que floto, apenas sostenido por mi propio cuerpo, suspendido en un instante que es a la vez frágil y totalmente real, como un sueño del que no quiero despertar. Todo a mi alrededor se mueve demasiado rápido, pero yo estoy atrapado en esta burbuja de pensamientos, siguiendo cada gesto, cada giro, cada risa de Florence, y el mundo entero se reduce a su silueta brillante entre luces difusas que parpadean como fuegos artificiales dentro de mi pecho.

Florence aparece en el espacio cálido de las guirnaldas y el aire cambia de inmediato. Su cabello pelirrojo cae en rizos que capturan la luz como pequeñas llamas danzantes; su piel pálida, salpicada de pecas, brilla con un resplandor que parece provenir de algún lugar fuera de la realidad; y sus ojos color miel contienen mundos que mi mente se empeña en explorar, en imaginar, en dibujar sin fin. Cada movimiento suyo ralentiza el tiempo a mi alrededor: todo lo demás se vuelve un fondo difuso, irrelevante, el mundo parecía haber decidido desvanecerse para dejar solo su presencia. La veo girar, reír, moverse y mi pecho late con una fuerza que amenaza con salirse de mi cuerpo, mientras mi mente teje escenas imposibles: flotando hacia ella, caminando sobre nubes de luz y risas, rozando su mano con torpeza, y cada pensamiento se llena de esa electricidad dulce y pegajosa que solo el primer amor puede producir, haciendo que mis mejillas se calienten y mis dedos se enreden torpemente entre sí.

Cierro los ojos y dejo que la imaginación haga su magia: el yeso desaparece, el dolor se disuelve, y de repente me levanto. Camino hacia ella con pasos torpes, convertidos en una danza que se siente perfecta solo en mi mente. La pista se transforma en un río de luces y sombras que se mueve conmigo, guiando cada paso que doy. Cada rizo que se mueve, cada parpadeo de sus ojos, se convierte en una explosión de estrellas que solo yo puedo ver. Mis manos flotan hacia las suyas, rozándolas suavemente, y siento que el corazón amenaza con salirse del pecho. La risa que imagino me envuelve como una brisa cálida y ligera, y todo se detiene: el tiempo, el espacio, las preocupaciones desaparecen. Estoy en el centro de mi propia película, donde los segundos se alargan y los tropiezos se vuelven parte de la magia.

Bailamos, aunque nadie más lo ve. Nuestros cuerpos se mueven en una armonía imposible, suspendidos entre la gravedad y la ingravidez, y cada torpeza mía se siente natural en este universo de ensueño. Su piel parece cálida al contacto, su mirada sostiene la mía entendiendo lo que no puedo decir, y me pierdo en la sensación de flotar sobre nubes de luz que giran y brincan con nosotros. La torpeza que normalmente me avergonzaría ahora es parte del hechizo: mis pies descoordinados, la respiración entrecortada, mi corazón enredado con el suyo; todo encaja en una coreografía invisible que hace que mi cabeza se incline hacia el cielo y desee que el mundo desaparezca en ese instante.

El escenario cambia y nos encontramos al aire libre, con la brisa que levanta su cabello y acaricia mi rostro, bajo un firmamento que parece inclinarse para abrazarnos. Cada detalle se magnifica: el reflejo de la luz en sus pecas, la caída perfecta de su cabello rojizo, el brillo hipnótico de sus ojos color miel bajo la luna imaginaria. Todo se convierte en un lenguaje secreto entre nosotros, un murmullo de emociones que solo en una noche como esta se puede sentir: la sensación de que cada roce es magia, que cada mirada podría detener el mundo, que flotar es más real que caminar. Mi mente se llena de pequeñas historias posibles: tomar su mano nerviosamente, rozar su mejilla con el pulgar, inclinar la cabeza para apoyarla suavemente mientras los segundos parecen expandirse infinitamente.

Me inclino hacia ella, torpemente, y siento un primer beso que no es perfecto, que se siente frágil, eléctrico y vulnerable al mismo tiempo, cinematográfico en su imperfección. Cada latido duele y vuela, el aire se hace a la vez más denso y ligero, y mis pies parecen no tocar el suelo. Nadamos entre música, brisa, miedo y felicidad, como si el universo hubiera conspirado para mantenernos solo a nosotros dos en esta nube invisible. Puedo reír y llorar al mismo tiempo, todo dentro de un instante que se estira y se hace eterno, donde cada movimiento, cada sonrisa, cada parpadeo es un milagro que solo mi corazón joven puede sentir.

—Ossian, ¿me pasas el ponche?

La voz de un compañero me llama, un sonido que me arranca suavemente de mi ensueño. Un parpadeo y la realidad regresa: el vaso vacío tiembla en mis manos, la pierna atrapada en el yeso, y ella sigue bailando entre risas y amigas, ignorante de la historia que solo vivió en mi mente. Respiro hondo, dejando que el hielo se derrita, y algo dentro de mí se agita. No puedo quedarme sentado, no esta vez. Levanto las muletas, apoyándome con cuidado, sintiendo cada pequeño dolor y cada temblor en los músculos, y decido moverme. Mis ojos no la pierden de vista; cada paso es torpe, pero decidido. Hoy no solo voy a imaginar: hoy voy a hacer que parte de ese sueño se vuelva real.

Avanzo con cautela, cada paso un equilibrio entre dolor y determinación. Las luces de la pista se transforman en un río brillante que fluye hacia ella, y cada sombra se convierte en un puente que me acerca. Mi respiración se mezcla con la música, y por un instante siento que todo lo que he soñado, todos los tropiezos, todas las miradas robadas, me han preparado para este momento. La emoción se desborda en mi pecho, mezclando miedo, esperanza y una torpeza adorable que no puedo controlar. Con cada movimiento, siento que vuelo de verdad, que mis pies, aunque atrapados en muletas y yeso, se elevan por la fuerza de mi corazón, por el impulso de ese amor adolescente que siempre había guardado en secreto. Me empujo hacia ella, hacia todo lo que mi mente ha ensayado, y mientras avanzo, cada destello de luz, cada nota de la música, se convierte en un mapa que me guía hacia ella, hacia la posibilidad de hacer realidad lo que antes solo existía en mis sueños.




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