Dereck
Esta más hermosa que nunca.
Lidia, esa chica que entró a mi vida cuando menos lo preví, está de nuevo en la ciudad. Y verla fue como si, todos esos años trabajando para reconstruirme, para aprender a lidiar con mi vida sin ella, hubiesen sido un desperdicio de tiempo. Lidia nuevamente había cimbrado y destruido las pocas paredes que había construido a mi alrededor, volviéndolas polvo.
Verla había sido refrescante, como beber agua luego de pasar largas horas perdido en el desierto. Entonces, si poder detenerme, me encontré pidiéndole su número de teléfono.
—Deberíamos salir —dije, con mi voz llena de ansiedad y miedo.
—Oh, claro —murmuró respuesta, con su voz tan dulce y electrificante.
Y, en este momento, me encuentro esperando ansioso por su respuesta a mi mensaje, en el cual la invito a salir.
Decido cerrar los ojos y sumergirme en mis recuerdos, tratando de descubrir cómo fue que ella logró marcar mi vida de tal forma. Y sin mayor esfuerzo, los recuerdos comienzan a llegar a mi cabeza.
Esa mañana iba tarde para el colegio y para variar, había tenido un incidente con una chica nueva. Una hermosa chica.
Y es que, no podía olvidar sus enormes ojos avellana, su cabello negro y brillante, sus mejillas rojas ni su boca, gorda y que, ¡con un demonio!, se me antojaba. Y es que, podía cerrar los ojos y recordar la extensión de sus piernas, era bajita y bien proporcionada, ni siquiera los pliegues en su estomago podían bajarle atractivo. Y, definitivamente, ella había incitado mis más oscuro deseos.
Mierda. Esa niña, sin habérselo propuesto, desde el segundo en el que nuestras miradas se conectaron, accedió a todo lo que en mi corazón había, tanto a los buenos sentimientos como, desgraciadamente, a los más perversos.
Y mi famosa cacería comenzó; a la hora de la entrada la esperaba, me mostraba galante, atento y respetuoso. Y debo admitir que el hecho no haber contado con una reputación tan favorable —la cual siempre me había valido tres kilos y medio de mierda—, comenzó a pesarme, aunque traté de no reparar mucho en eso, solo en mis intereses.
—Vamos, solo quiero ser tu amigo —dije, tratando de persuadirla, de maquillar mis verdaderos propósitos. Pero no era fácil, Lidia no tenía ni una pizca de tonta y sabía escuchar, sabía observar y lo que siempre voy a admirarle era su capacidad para dar oportunidades. Porque a ella le gustaba confiar en las personas, creer que existían tipos —como yo—, con buenas intenciones, no obstante, que equivocada estaba. Al menos conmigo—. Vamos, solo te pido una oportunidad —murmuré. Su rostro estaba agachado, no se atrevía a verme a la cara. Y no la culpaba, ya que, cuando me lo proponía podía ser un gran hijo de perra, uno con la capacidad de mostrarme como una oveja, inocente y buena, cuando en realidad era el lobo feroz.
Enlazó sus manos; me incliné lo suficiente para intentar acceder a su mirada, solo entonces pude notar que tenía los ojos cerrados y la forma en la que mordía su labio inferior. «Si, ella debe ser mía», pensamientos surcó mi cabeza y me ayudó a no desistir.
—Está bien —respondió luego de un minuto. Y mentiría si dijera que no me sentí feliz, y es que Lidia…, Lidia había llegado a mi vida para darle un revés completo, para cambiar el sentido al cual giraba mi mundo. Porque Lidia me convirtió en todo aquello que me juré, nunca, ser. Elevó el rostro y me regaló una sonrisa, la más hermosa que había visto jamás. Y solo bastó ese gesto para cimbrar mi alma ensombrecida, para despertar lo poco bueno que aún quedaba—. Lo haré, pero por favor, no me hagas arrepentirme de habértela dado —dijo, tratando de amenazarme pero había sonado más a una súplica. Me apuntó con el dedo dándole énfasis a lo que había dicho, entonces yo tomé su mano y la llevé hasta mi pecho. De inmediato, su rostro se vistió de colores.
—Lo intentaré —prometí.
Pero las promesas se pueden romper.
Poco a poco fui envolviéndola en mis palabras, en mis actos desleales. Porque todo, absolutamente todo, lo que en un principio le mostré…, no fue más que una pantalla, una mentira para ganarme su confianza, para atraerla a mis garras, para finalmente atraparla. Y como consecuencia de esa mala decisión que Lidia tomó —darme una oportunidad—, poco a poco se fue quedando sola. Los pocos amigos que había ido ganando, con el paso del tiempo y al ver que no desistía de su postura, la fueron dejando sola. A excepción de su mejor amiga.
Todo eso me sentó de maravilla. Ya que, ella se mostró, cada vez, más segura de seguir cerca de mí. ¿Por capricho o por orgullo? No lo sé, podía ser solo hecho que ella era la única persona que de verdad confiaba en mí, en que podía ser mejor, mucho mejor, de lo que la gente rumoraba