Lo que perdí ©

4. Sin reparos

Dereck

Cuando recibo su respuesta una enorme sonrisa se forma en mis labios, ya que, por un momento temí que fuera a negarse. Pero no, aceptó y eso alimenta las esperanzas dentro de mí. Sin embargo, se siente de una forma agridulce, puesto que no me siento merecedor de siquiera contemplar una posibilidad. Pues, de cualquier manera, yo le hice mucho daño. Entonces, nuevamente, aquel día llega a mi cabeza, el día en que todo se fue al carajo.

Llevábamos seis meses saliendo. Ambos deseábamos lo mismo, sin embargo, los sentimientos que, en un principio, nos movían eran diferentes. Ella me quería, como nadie, algún día, llegaría a hacerlo. Lidia me quería de verdad, con todo y mis defectos, que eran muchos. Ella era de dar…, de dar sin reparos y yo era de quitar y de no dar.

Y no pasó mucho tiempo cuando por fin la conquisté; cuando no solo le robé un beso, una caricia, sino la voluntad, su alma y corazón, le quité todo. La sumergí en un mundo oscuro y desconocido, la llevé hasta sus límites y como consecuencia de eso…, la lastimé muchísimo.

La besé por última vez y salí de su interior; me senté sobre la cama y la observé con una acumulación de emociones contenidas, reprimiendo una sonrisa. Para ese momento, era más consiente que nunca, de todos los sentimientos que tenía por ella. La quería, Dios, la amaba y sabía que ella también a mí. No obstante, mi orgullo era tan grande como para aceptar que Lidia había logrado entrar a mi corazón, que había conseguido abrirse espacio en mi vida, volverse vital. Lidia se había convertido en todo aquello que creí, jamás, una mujer lograría.

Asimismo, mi error fue creerla segura, pensar que nunca se cansaría de mí y se marcharía. Mi error fue no demostrarle con hechos y palabras lo que significaba para mí.

Cerré los ojos una fracción de segundo, mordiéndome la lengua para no gritarle que la amaba. Entonces, comencé a recoger mi ropa, tratando de ignorar el hecho que la tenía tan cerca y que solo me bastaba decir un par de palabras para cambiar el rumbo de esa relación, pero decidí callar y eso nos llevó —por mi culpa—, a caer en picada.

Me vestí sintiendo su dulce e inocente mirada picando mi espalda, ambos sabíamos que estaba por marcharme. «Dile lo que sientes, dile que la amas, que quieres todo con ella, solo con ella». Solté un bufido, las manos me cosquilleaban, el corazón me latía a un ritmo inhumano, mi cuerpo entero la proclamaba, la exigía como el oxígeno. Entonces, en una forma de aminorar esa incómoda situación, de tratar de hacerle ver que la quería conmigo, pensé en invitarla a que me acompañara a una reunión que tenía con mis amigos. Sabiendo que ella no era de mi mundo y que mi lugar —en ese momento y para siempre—, era con ella.

—Saldremos con los muchachos ahora, ¿quieres venir? —pregunté, sin tener el valor de mirarla a los ojos, pues cada que lo hacía todo en mi interior explotaba, mis sentimientos emergía y tomaban el control. Pero al no obtener respuesta, giré a verla.

De inmediato, mis labios se ladearon en una mueca, ya que, al mirarla pude sentir toda su tristeza, toda la inseguridad que sentía. Y hasta este momento —a unas horas de volver a verla de nuevo—, me reprimo por no haber puesto cuidado a todas esas señales, para entender que nuestra relación pendía de un hilo.

Me mordí la lengua, para evitar decir algún comentario ofensivo, porque sabía que, lo que venía a continuación, no me gustaría.

— ¿Podemos ir simplemente al cine o a comer solos? —preguntó, pero fue más una súplica. Suspiré y vacilé entre la respuesta que ella quería escuchar —y en el fondo deseaba decir—, y la que mi orgullo dictaba.

—Te he dicho que yo no... —El orgullo tomó el control.

—No eres un chico de citas y esas cosas, lo sé —murmuró, alzando la cabeza y mirándome con profunda tristeza—, pero yo siempre he hecho lo que te gusta... ¿podrías hacerlo solo por esta vez? —pidió con voz suave.

—Nunca te obligué a nada... —refuté, poniéndome a la defensiva, sin ninguna razón, pues ella pedía lo justo y yo lo sabía. Lidia suspiró llorosa, pues ya no soportaba más estar así, sentirse a la deriva, sin saber sobre mis sentimientos, ella necesitaba saber si la amaba como ella lo hacía. Ella estaba cansada de darlo todo y recibir migajas.

—Lo sé, pero pensé que lo podías hacer por mí. —Sorbió su nariz. —Pero descuida, no te obligaré a nada, que te diviertas —musitó, recogiendo su ropa y luego dirigiéndose a paso lento al baño, dándome tiempo para que la detuviera, pero no pasó.



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En el texto hay: therinne, juvenil, romance

Editado: 09.01.2019

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