Lidia
Salgo de mi departamento con un nudo instalado en mi garganta, con el corazón vuelto jirones. La inseguridad comienza a envolverme y dudo, pues ya no estoy completamente segura de querer verlo. Y es que, ¿para qué? Han pasado muchos años ya, y ambos ya tenemos nuestras hechas. Y quizá —solo quizá—, él ya tenga a alguien más con quién sí logro rehacer su vida. Todo lo contrario a mí, que he estado soltera por todos estos años, rehuyendo a diestra y siniestra a cualquier relación. Alegando a que estaba tan herida como para intentar algo, no obstante, aquí voy, directo a estamparme de nuevo con el causante de toda esa renuencia.
Camino por aquellas calles tan conocidas para mí; pero con un manojo de sentimientos haciendo destrozos en mi pecho, que vuelven toda mi realidad en algo surreal, inverosímil. Entonces, sin haber forma de detenerlo, los recuerdos de aquel día —cuando todo acabó—, llegan a mi cabeza.
Una tarde de domingo, había discutido con Dereck, entonces llamé a mi mejor amiga y quedamos de vernos en el centro comercial para charlar. En ese momento, la idea de dejarlo se hacía más fuerte, más tentadora, sin embargo, al mismo tiempo desgarradora. Dereck era todo para mí, aunque de una forma tóxica.
—Lidia —Mi amiga detuvo su andar, apretó mi brazo y añadió—: ¿Ese de ahí es Dereck? —cuestionó. Inmediatamente llevé mi mirada hasta el punto que ella observaba. Y, justo en ese instante, el alma se fugó de mis pies, la sangre se drenó de mi cuerpo y el dolor albergado por meses se detonó en mi pecho, doblándome casi a la mitad. Las lágrimas se abrieron paso en mis ojos y todo se terminó de romper en miles de fragmentos. Porque ahí estaba Dereck…, besando a una pelirroja.
Y no pasó mucho rato hasta que el mejor amigo de mi exnovio lo alertara de que yo estaba ahí y que lo había visto. Y no pasó más de dos segundos cuando lo vi levantarse de golpe y buscarme con la mirada, aterrado y arrepentido. Así como, no pasó más de tres segundos cuando —al ver que venía en mi dirección—, salí corriendo hasta que lo perdí.
En el instituto no paró de buscarme, agotándome incluso más de lo que ya estaba.
—Lidia, por favor déjame hablar contigo... —rogó con voz rota, estábamos en el jardín del instituto y era la última semana.
—Por favor déjame en paz —supliqué—, Dereck..., por favor ya no me busques. —Negó con la cabeza, mientras yo limpié mis mejillas con furia, estaba harta de llorar por él—. Haz de cuenta que no existo... —Intentó acercarse, negándose a obedecerme—..., ¡no, ya basta!, ¿qué no te cansas de lastimarme?
—No era mi intensión..., yo te amo. —Y escucharlo fue como quitarme un peso de encima, pero no le pude creer. Era demasiado tarde.
—No. —Sacudí la cabeza en una negativa—. Yo…, yo no te amo. No puedo, me arrepiento de haberlo hecho —dije. Su rostro se contorsionó en una mueca llena de dolor, pero me obligué a ser firme. Me lo debía.
Cierro los ojos y detengo mi marcha; estoy a un par de metros para llegar a aquella cafetería —donde tantas veces nos vimos—, entonces, me arrepiento de haberlo citado ahí. Abro los ojos al tiempo que suelto una pesada respiración. «No puedes ser tan cobarde, Lidia. Solo ve, charla con él y cierra este círculo», me apremia mi consciencia, pero es tan difícil. Porque temo volver a caer, porque temo que él siga siendo el mismo de antes, pero a la vez, quiero creer que la gente puede cambiar.
Luego de unos minutos, cuando por fin soy dueña de mí misma, entró. Mis ojos vagan por aquel recinto y nuevamente me siento de dieciocho años, nuevamente siento temblar a mis piernas y el corazón amenazando con salirse de mi pecho. «Esto no puede estar pasándome», no obstante, si está pasando.
Lo encuentro en la misma mesa que solíamos usar; sus manos están enlazadas y su mirada fija en ellas. Y no falta ser una adivina para ver, con mucha claridad, lo nervioso que esta. Al parecer no soy la única y eso me infunde un poco de seguridad. Tomo una última inspiración y me acerco. Nuestras miradas se unen y una sonrisa llena de alivio lo asalta.
—Pensé que te habías arrepentido —murmura, mirándome con intensidad. Y sé que mis mejillas ya están llenas de rubor, decido sonreír.
—Aquí estoy. —Entonces, todo inicia de nuevo.
Sin embargo, por azares del destino, lo que perdí aquel día, regresó a mí y quiero creer que todo puede ser mejor. Aunque quizás —solo quizás—, menos catastrófico, o quizás —solo quizás—, igual de arrollador.