Intentó levantar las comisuras de la boca como había observado en otras personas, pero fue en vano, de manera que no pudo notar cambios en su rostro. Rápidamente cambió su enfoque y usó sus manos para hacer el gesto, pero ahora su expresión no parecía natural.
La profesora tenía razón en su comentario; incluso si fuerza la sonrisa con sus manos, también tendría que lograr sonreír con sus ojos. Sin embargo, no tiene idea alguna de cómo se supone que se hace algo así.
Las expresiones son un misterio para él y a pesar de que se ha interesado por observarlas, el replicarlas aún es un objetivo muy lejano. Aunque para empezar, no se supone que sean algo que se aprenda de forma consciente.
Sin embargo, incluso si es poco ortodoxo, aprender a expresar antes que a sentir puede ser lo que ayude a poner en marcha su estancado desarrollo emocional, aprovechando que está en la edad en la que aún no parece ser un problema.
Por supuesto que realmente no está pensando en algo tan complicado y tampoco sería certero afirmar que busca un sentido de pertenencia al tener las mismas expresiones, ni que quiere mejorar la forma en que se relaciona con su entorno. En su lugar es algo más primitivo, es puramente curiosidad infantil lo que provoca este comportamiento de querer imitar lo que llama su atención.
Debido a ese simple motivo es que el niño sigue tocando los alrededores de sus ojos, intentando copiar la apariencia de los de su profesora. No tenía claro cuál era la diferencia entre esa sonrisa hecha con los ojos respecto de una mirada normal, pero al menos pudo darse cuenta de que había algo que hacía que se sintiera diferente.
Pronto se dio cuenta de que ni siquiera sabía con seguridad los gestos que buscaba cerca de sus ojos, por lo que tomó la decisión de retomar la práctica de sonreír con la boca, pero esta vez sin usar las manos.
Lamentablemente, no pudo continuar con la práctica porque sus padres lo llamaron debido a que se había tardado más de lo normal en el baño. Al salir le preguntaron el porqué de la demora y solo dijo que estaba entrenando.
Una curiosa elección de palabras, pero era una que había escuchado de sus compañeros que hablaban de ser deportistas profesionales cuando fueran adultos y que intuyó que quedaba bien en el contexto.
Los padres quedaron un poco perplejos, pero luego sonrieron afectuosamente al ver que su hijo parecía tener algún interés en particular y le dieron palabras de aliento para que siguiera esforzándose.
Naturalmente, no perdió la oportunidad de observar un ejemplo cercano de cómo se ve una verdadera sonrisa, luego respondió afirmativamente cuando le preguntaron si se había lavado bien los dientes y se fue a acostar para dormir tras recibir las buenas noches.
Las horas pasaron y llegó el día siguiente; la mañana transcurrió como cualquier otra y los miembros de la familia cumplieron con sus respectivas responsabilidades. El niño toma la mano de su madre mientras caminan de regreso a su hogar. Esta vez no había ocurrido algo particularmente interesante, pero ella estuvo feliz de escuchar sobre lo que hizo su hijo en la escuela.
Una vez en casa, almorzaron, recogieron la mesa y comenzaron a jugar juntos. Aprovechó este tiempo para preguntar a su hijo si quería a sus padres y esperó a que pensara una respuesta.
La noche anterior había conversado con su esposo sobre el tema de los «no sé» de su hijo, sobre el desliz que tuvo al preguntarle al respecto y la reacción que recibió en ese momento.
Pensaron que sería apropiado que ella preguntara durante el día y él durante la noche, con el fin de que no pensara que estuviera ocurriendo algo extraño y en su lugar lo tomara como una especie de rutina.
Esperó pacientemente y obtuvo la respuesta de siempre, luego de eso dejaron el asunto a un lado y pasaron un día similar al anterior: se juntó con los niños de siempre en la plaza mientras su madre conversaba con los vecinos, merendó en casa y jugó con sus bloques hasta que llegó su padre.
Fue a saludarlo y le pidieron un abrazo, el cual correspondió sin titubear. Luego lo acompañaron con su juego al mismo tiempo que le contaba sobre su día en la escuela, lo mismo que le dijo a su madre al salir de clases.
Después pusieron la mesa para cenar y tuvieron una charla tranquila, en la que una vez más se dedicó a ser un observador. Esta vez su interés reciente por sonreír lo llevó a prestar más atención a los gestos faciales, buscando determinar qué era lo que causaba la sensación que transmite una verdadera sonrisa.
No estaba buscando algo en particular, para empezar, no tenía forma de saber acerca de los músculos involucrados, ni mucho menos cómo se supone que se mueven.
Pero desde el día anterior ha estado observando a distintas personas, prestando mucha atención a sus gestos y sobre todo, al contorno de sus ojos cuando mostraban la expresión que quiere conseguir.
Gracias a esto pudo notar que había algo en común en las caras que había visto con atención. Hasta donde podía recordar, todas ellas mostraban unas arrugas al lado de los ojos. Algunas eran grandes, otras pequeñas, pero siempre aparecen cuando las personas sonríen.
Llegando a esta realización mientras sigue mirando a sus padres durante la sobremesa, el niño da las gracias por la comida y se retira al baño a intentar recrear esas líneas de expresión, dejando a sus padres confundidos y siguiéndolo con la mirada.
El niño estaba frente al espejo del baño viendo su reflejo e intentando replicar las arrugas en los ojos, pero prontamente se encontró con un problema. Todavía no sabía cómo mover los músculos de su rostro de forma notoria. Además, no podía detenerse mucho tiempo en esta práctica improvisada, puesto que sus padres podrían sospechar.
De esta manera, dejó para más tarde su entrenamiento y se dirigió donde sus padres para ayudar a recoger la mesa. No le preguntaron al respecto, puesto que pensaron que tenía prisa por hacer sus necesidades.