Lo que por error callé (+16)

John en dos palabras

Todo fue muy jodido. No hay otra forma con la que desee iniciar esto que diciéndolo, porque lo fue. Oh, vaya que lo fue. Sabes que alcanzaste al nivel máximo cuando no logras comprender cómo fue se jodió todo; cuál fue la clave de tanto dolor, la razón de cada señalamiento con el dedo acusador, la raíz de cada uno de los sentimientos de insuficiencia, las sensaciones de vacío que aun siendo demasiados jamás se comparaban con la estúpida presión en el pecho.

No hubo día que no pensara que jamás dejaría de doler, que nunca dejaría de afectarme lo más mínimo, porque aunque deseara, necesitara y luchara por estar bien, la mente puede llegar a ser lo bastante incontrolable. Y a pesar de que ya nada duele, que mis recuerdos están curados y que puedo hablar de esto tranquilamente, aún no he logrado dejar de ver mi pasado tintado de un negro puro.

Únicamente bastaba unas cuantas horas de paz bajo la ducha para sentir que podía volver a fingir que nada ocurría; que papá era el ser más atento del mundo y no un puto machista de mierda, y que mamá podía hacer lo que quisiese, no solo las labores del hogar. Realmente continúo creyendo que la solitariedad es un tranquilizante efectivo, o al menos lo es para mí que finalmente logré comprender que soledad y solitariedad no es lo mismo.

Mi primer y único novio ha sido John Aldana; un pelinegro alto de piel oscura y bastante atlético con el que me sentí muy bien al principio. Él realmente logró comportarse como todo un caballero de antaño, dejándome tulipanes rojos en mi casillero mientras me conquistaba, diciéndome a través de cartitas que colaba entre mis libros lo bonita que era y lo mucho que no podía dejar de pensar en mí. Por dios que me encantaba esa atención, y el simple hecho de que viniera de uno de los chicos guapos de último grado lo volvía más emocionante.

Yo era toda una chiquilla inexperta, por demás tímida y con escasa vida social, y John era sinónimo de amigos, fiestas hasta el amanecer y alcohol hasta vomitar. Y eso me gustaba. ¿Por qué no hacerlo si era mejor que estar en casa?

Nos conocimos gracias a Liam, un chico rubio hijo de un amigo de papá con quien solía jugar cuando era más niña, pero que dejé de verlo cuando su padre se fue lejos y dejó de frecuentar al mío. Para ese entonces solamente existía cordialidad entre ambos; él, en resumidos términos, solía ser muy popular, y yo vivía con la nariz enterrada en libros.

Lo cierto fue que una mañana me saludó con su mano desde cierta distancia en la cafetería de la escuela, apoyado sobre una mesa en la que compartía con sus amigos de último grado, aquellos con los que jugaba al futbol y se iba de fiestas; Liam era una persona bastante alegre y hasta cierto punto extrovertido, y su dulzura para conmigo siempre me hizo sentir bien, por lo que correspondí animadamente a su saludo, lo que ocasionó que un moreno alto de corte militar me observara por varios segundos, soltara algo entre dientes y enseguida tuve la mirada de todos ellos sobre mí.

Vergonzoso.

Puedo recordar esto miles de veces y sentirme cada vez más segura de que entonces mi cara ardió como el color de mi cabello.

Patético.

Mi amor platónico estaba allí, en esa misma mesa, observándome solo durante medio segundo porque le pareció poco interesante y entonces continuó con su merienda.

Embarazoso y deprimente.

Esa misma mañana tuve a Liam a la salida de la escuela convenciéndome de ir con él porque un tal John quería conocerme; fue sorpresivo y bochornoso para mi nivel de timidez así que por supuesto me negué, hasta que días después me persuadió lo suficiente como para aceptar darle mi número celular.

«Colorina» fue lo primero que me envió John esa misma noche, y lo cierto fue que logró mantener mi atención durante varias semanas a través de mensajes de texto; me ponía nerviosa de solo pensar en acercármele en la escuela y durante mucho agradecí que él no lo hiciera a las primeras. Sin embargo hubo una mañana donde no pude evitar topármelo de frente.

El día estaba siendo bastante pesado y no precisamente por el examen sorpresa de química, mi período se adelantó la noche anterior y me sentía de mal humor. Era uno de esos días donde no quería existir. Solicité permiso para ir al baño y estuve unos quince minutos refrescándome la cara con agua fría, intentando de alguna forma despabilarme, sin embargo, lo que verdaderamente logró quitarme el sueño fue salir del baño y encontrarme con la silueta de John mientras yo emprendía retorno a mi salón de clases.

El pasillo que da con los baños de mi escuela no tenía salidas alternas, por lo que sí o sí debía enfrentarlo, y aunque mis piernas se detuvieron abruptamente cuando lo identifiqué, mi corazón martillando enloquecido, vi la duda en él cuando titubeó indeciso. No obstante, solo se limitó a sonreírme después de atreverse a dejarme un beso en la mejilla, uno en el que casi ni sentí sus labios.

No fue la gran cosa, por dios, pero a mí me encantó y me avergonzó en partes iguales. Siempre estuve segura de que Liam le habló sobre mi timidez aguda, por eso agradecí que no se tomara la libertad de querer charlar en ese momento; a duras penas lograba responderle alguna que otra cosa por chat y estaba segura de que en persona no sabría de qué hablarle. Yo no era para nada interesante. Y por otro lado, ese día estaba tan desastrosa que sentí alivio de que pasara de mí tan rápidamente y sin detallarme como yo lo hice con él.




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