Lo que por error callé (+16)

Carleigh de quince

Nunca creí en la suerte ni en las coincidencias; creí siempre en el destino, que es el único que sabe mover sus hilos para que las cosas ocurran exactamente cómo deben, y aunque tiene métodos un poco… extraordinarios, siempre trae grandes enseñanzas con ellos.

El día posterior a la tarde de merienda junto a Isy, la profesora de biología asignó como tarea la elaboración de una guía sobre un montón de células que jamás captaron tanto mi atención como el hecho de que la evaluación era en parejas que ella misma escogió.

Y entonces los hilos de este destino nunca antes me parecieron tan irónicos.

—Hola, ¿qué dices si hacemos la tarea hoy mismo? —Carleigh se acercó hasta mi mesa al terminar la clase, y me sonrió con amabilidad.

Cabe destacar que jamás mantuvimos tema de conversación antes y que la noche de la reunión en casa de Walter apenas y me miró, sin embargo allí estaba frente a mí, mostrándose bastante dulce y dispuesta a realizar la tarea conmigo.

—Claro, sí, como gustes.

Ella volvió a sonreír tras mi respuesta, y abrazada a una libreta rosa de estampado de margaritas esperó pacientemente a que terminara de guardar mis cosas. En aquél entonces su cabello chocolate le caía en rizos hasta la cintura y sus ojos eran de una tonalidad avellana que resaltaba el contraste moreno de su piel; Carleigh era lo que podía decirse la más tranquila de su grupo de amigas, sin embargo desprendía cierto toque divino que hacía que enfocaras tu atención en ella.

Era de esas chicas que con tan solo mirarla ya quieres ser su amiga.

—No pienses que soy de ese tipo de estudiantes rígidos que hace todas las asignaciones un mismo día, —me dijo cuando estuve lista y avancé junto a ella a la salida del salón, donde me percaté de que la esperaban las otras dos integrantes de su grupo—. Ocurre que esta tarde es la única que tengo libre y pienso que hay que aprovecharla.

No alcancé a asentir con la cabeza en respuesta cuando, de las chicas que esperaban por ella, la castaña soltó en son de burla:

—La profe le dijo que no.

Carleigh alzó las cejas y la pelinegra se cruzó de brazos viéndose malhumorada.

—Juro que si se pone pesado, lo golpearé. —Refunfuñó.

No comprendí a qué se referían hasta que las tres enfocaron desde el otro lado del pasillo a Kevin, un compañero de clases, quien le sonreía a la refunfuñona con saña. La emparejaron con el chico que la molestaba en clases.

Carleigh rodó los ojos ante la actitud de su amiga para después dirigirse a mí, y entonces me percaté de como suavizó su expresión antes de hacerlo: —¿Qué te parece si hacemos la tarea en mi casa? Ahí nadie va a interrumpir ni a desconcentrarnos.

Cualquier opción excepto mi casa era bienvenida.

—¿Y el mosquito Andrew? —Se entrometió la pelinegra, con un desinterés en su postura algo contradictorio con lo que su voz logró filtrar.

Solamente con la mención comencé a ponerme nerviosa.

—Tuvo entrenamiento toda la mañana, usualmente se desaparece con Larissa después. —Carleigh hizo un gesto desinteresado con su mano—. Ya vámonos.

John también tuvo entrenamiento toda la mañana, razón por la que creía que no lo vería ese día.

La casa de Carleigh era enorme, con ventanales que iluminaban el interior al filtrar la luz del día y alguno que otro lujo que, si observabas bien, era notorio. Sus padres trabajaban, me contó cuando entramos, y su hermano no estaba, por lo que estaríamos cómodas.

Le rogué al cielo para que ninguno llegara mientras yo estuviera allí.

Nos instalamos en la isla de la cocina y a través de su laptop nos ayudamos con internet. Carleigh era una de esas personas de las que alguna vez categoricé como ligeras, de esas con las que puedes hablar sobre cualquier cosa como si el tiempo no transcurriera; en aquél entonces el tema central era las diferencias y semejanzas entre las células eucariotas y procariotas, sin embargo de vez en cuando entraba en cuestiones triviales en las que era sencillo seguirle el curso.

Me sorprendí a mí misma sintiéndome cómoda, y de inmediato me cuestioné el hecho de no haber entablado conversación con ella antes, aun sabiendo la razón.

Cuando decidimos tomarnos un pequeño descanso, cansadas de tanto escribir, colocó dos trozos de pizza en un plato de porcelana para mí y solo tomó una manzana para ella, mientras me contaba sobre la academia de danzas a la que asistía desde que tenía uso de razón.

—En el ballet nunca he tenido problemas con mi peso, tampoco con mi nivel de masa corporal, —relató, contándome los pros y los contras de ser una bailarina de ballet—. Y gracias a eso tiendo a descarriarme un poco con la dieta. Odio el yogur y aun así debo comerlo. —Comenzó a enumerar—. La comida chatarra que tanto amo solo puedo comerla con una moderación de cada tres meses, y eventualmente eso no me importa —soltó una risa—. Y cada dos semanas debo limpiar mi organismo solo alimentándome con detox, sin embargo lo hago esporádicamente porque se me olvida.

—¿Y es muy necesaria esa dieta extraña? —Le pregunté curiosa.

Jamás conversé con ella antes, y de igual forma jamás conversé con una bailarina de ballet antes. Me pareció exótico todo aquello.




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