"Lo que pudo haber sido"

✦ Capítulo 3 — “Lo que se rompe sin tocarse”

A veces las cosas no se rompen con gritos.
A veces se deshacen en el silencio.
En lo no dicho. En las decisiones de otros.

Y eso fue lo que pasó.

No hubo insultos, ni empujones, ni traiciones personales. Solo una pelea entre dos compañeros del salón —una de esas discusiones que comienzan por una tontería pero crecen como incendio mal contenido— y en cuestión de horas, todo el grupo se dividió.

Por un lado, Santiago —aunque ahora se llamaría Cristóbal, un chico carismático, ruidoso, de esos que todos siguen casi sin darse cuenta—, y por el otro, Emilio, menos escandaloso pero con voz firme. Dos egos heridos y una generación que ya no sabía cómo resolver las cosas hablando.

La consecuencia fue absurda, pero real: se dividieron los grupos de amigos. Como si los recreos ahora tuvieran fronteras invisibles. Como si las risas también tuvieran permiso para existir solo de un lado.

Samara no tuvo muchas opciones. Ella quedó del lado de Cristóbal, junto a los niños de primero de secundaria, donde casualmente también estaba Damián —aunque eso ya no significaba nada—. Y del otro lado, con Emilio, estaban Talía y... Mateo.

Al principio, lo tomó con ligereza. Pensó que sería algo pasajero. Que en una semana todo se olvidaría.

Pero no fue así.

Pasaban los días, y aunque nadie lo decía abiertamente, se sentía. Las miradas, los cuchicheos, los “si te juntas con ellos, no vengas acá”. Y así, sin guerra declarada, Samara dejó de hablar con Talía y Mateo. No por decisión, sino por inercia. Por miedo a cruzar una línea que todos decían que no se debía cruzar.

Y eso dolía más de lo que esperaba.

Talía intentaba mantener la calma, fingir que no pasaba nada. Pero ya no se buscaban. Ya no se sentaban juntas. Ya no compartían galletas ni historias tontas. Y con Mateo… con él no fue pelea. Fue silencio. Un silencio que crecía con cada recreo en el que pasaban uno cerca del otro sin atreverse a saludar.

Samara pensaba en él a diario. En cómo una mirada esquiva dolía más que una palabra fea. En cómo ese vacío entre los dos parecía agrandarse cada día.

Y lo peor… era que no estaban enojados. Solo no sabían cómo empezar.

Todo siguió así por semanas, hasta que un día, sin anuncio ni disculpas, la pelea entre Cristóbal y Emilio terminó. Fue como si alguien hubiera apagado el fuego. Ya no hubo bandos, ni reglas, ni presión. Todo volvió a la “normalidad”.

Pero Mateo y Samara no.

Aunque ahora eran libres de hablarse, no lo hacían.
No por orgullo.
No por rencor.
Solo porque ninguno sabía cómo romper el hielo.

Hasta que, como en esas historias que parecen pequeñas pero cambian todo, llegó una tarde cualquiera.

Estaban jugando vóley en el patio. Samara lo hacía por distracción, aunque nunca se sintió parte del equipo. En una de las rondas, Cristóbal empezó a quedarse con el balón todo el tiempo. No lo soltaba, no dejaba jugar. Reía, gritaba, la acaparaba todo.

Samara intentó seguirle el juego, pero al final se cansó. No por el vóley. Se cansó de sentirse ignorada. Invisible.
Se fue a sentar a la orilla de la cancha.

Y ahí estaba él. Mateo.

Estaba sentado solo, con una botella de agua medio vacía y la mirada perdida en el cielo. Samara lo vio. Dudó por un segundo. El corazón le latía un poco más fuerte, como si supiera lo que estaba a punto de pasar.

Se sentó cerca. No demasiado.

Pasaron unos segundos.
Silencio.

Y entonces, sin pensarlo, sin buscarlo, sin planearlo…
dijo:

Cristóbal se está acaparando el balón otra vez.

Mateo volteó. Sus ojos se encontraron. Sonrió, esa sonrisa suya, simple y honesta, como si nada hubiera pasado.

Sí, siempre hace lo mismo —respondió.

Y en ese momento, lo supieron.
No estaban enojados. Solo estaban esperando.
Esperando a que el otro diera el primer paso.
Esperando que el tiempo hiciera lo que el orgullo no podía.

Hablaron por minutos que parecieron eternos. Se pusieron al día. Se rieron un poco. No dijeron todo, pero tampoco hizo falta. A veces lo importante no es explicar el silencio, sino romperlo.

Y mientras el sol caía lento sobre el patio, Samara pensó que tal vez las cosas no vuelven a ser como antes.
Tal vez algunas cosas regresan… pero distintas.
Más frágiles, más reales, más verdaderas.

Porque a veces, lo que se rompe sin tocarse, también puede volver a unirse con solo una frase sencilla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.