"Lo que pudo haber sido"

✦ Capítulo 5 — “Lo que se rompe por fuera” (Parte II)

El amor adolescente es frágil. No por ser débil, sino porque vive en un mundo que no lo toma en serio.
Porque cuando los adultos lo ven, lo aplastan sin querer.
Y a veces, queriendo.

El primer día de clases, Samara preparó una sorpresa.
Tres meses juntos. Tres meses de risas, peleas, reconciliaciones, y promesas.
Había comprado un llavero de estrella, una carta escrita a mano y una pequeña caja de dulces que a Mateo le encantaban.
Lo llevaba en su mochila, nerviosa, emocionada.

Pero ese día no fue como los demás.

A mitad del camino, su papá la revisó.
Encontró la carta. El regalo.
Le preguntó a quién iba dirigido.

Ella lo dijo. No mintió.
“A Mateo, papá.”

El rostro de su padre cambió.
Y lo que vino después fue un muro.
Una orden.

No vas a volver a verlo.
No mientras vivas bajo mi techo.
Esto se acabó.

Y así, en una sola tarde, todo su universo se apagó.

Mateo lo supo. Samara le explicó entre lágrimas, escribiendo a escondidas en la madrugada.
Y entonces nació un nuevo amor:
el amor escondido.
El amor que se vive entre sombras.
Entre esquinas. Entre silencios.

Se seguían viendo.
A veces en la hora del recreo, otras en la entrada de la escuela.
Se abrazaban rápido, se decían “te amo” entre dientes.
Todo era más breve. Más secreto.
Más triste.

Y entonces pasó.

Un día, Mateo se acercó y le pidió su sudadera de regreso.
La misma que ella usaba como un escudo.
La misma que olía a él.
La misma que, sin decirlo, era su forma de llevarlo cerca.

—¿Por qué? —preguntó Samara, con una risa nerviosa.
—No sé… solo… creo que es mejor. —respondió él, sin mirarla.

Ella no dijo nada. Solo se la quitó.
Se la dio.
Y en ese gesto silencioso, supo que era el final.

No hubo pelea.
No hubo adiós.
Solo… el vacío.
El eco de algo que ya no estaba.

Los días siguientes fueron una caída libre.

Samara lloraba cada noche.
Dejó de comer. Bajó de peso.
Las canciones que antes le hacían sonreír ahora la destrozaban.
El salón se le hacía eterno.
Mateo seguía ahí, pero era como si se hubieran borrado mutuamente.

En medio de ese naufragio, solo Renata se quedó con ella.

Renata la escuchaba.
La abrazaba.
Le decía lo que nadie más se atrevía a decir:
No es tu culpa. Pero tampoco es la suya. Solo… pasó. Como pasa todo.

Pero no todo el mundo fue tan amable.

Había otra chica.
M.

Samara y M nunca se llevaron bien.
No se odiaban. Solo eran incompatibles.
Y sin embargo, cuando la herida aún estaba abierta, descubrió que Mateo estaba ahora con ella. Con M.

Se lo dijeron con cuidado.
Primero Renata.
Después otros.
Y al final, lo confirmó con sus propios ojos.

Y ahí sí, se rompió de verdad.

Porque M sabía todo.
Sabía cuánto lo había amado.
Sabía todo lo que Samara había vivido.
Y aún así, lo tomó como si no doliera.

Y Mateo… Mateo nunca explicó nada.

En los días que siguieron, Samara sintió que ya no tenía cuerpo. Solo un alma rota caminando con uniforme.

Lloraba en el baño de la escuela.
Se quedaba en blanco en clase.
Veía a Mateo desde lejos y deseaba nunca haber sentido nada.
Pero también… deseaba que todo hubiera sido verdad.

Porque ese es el problema del amor adolescente.
No muere de golpe.
Muere en pedazos.
Muere en las cosas que no se dicen.
En los abrazos que no se repiten.
En los recuerdos que ya no se pueden volver a tocar.

Samara siguió adelante.
Como se sigue cuando se sangra por dentro.
Con la ayuda de Renata.
Con sus playlists tristes.
Con sus cartas no enviadas.

Pero ya no volvió a ser la misma.

Y aunque nadie lo notaba,
dentro de ella vivía la certeza más dolorosa de todas:

No fue un juego.
No fue cualquier historia.
Fue su primera ruina.




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