"Lo que pudo haber sido"

✦ Capítulo 6 — “Los que regresan sin avisar”

El pasado no siempre regresa como un fantasma. A veces vuelve como una caricia que olvidaste. Como una canción que habías dejado de escuchar, pero que aún recuerdas de memoria.

Durante su relación con Mateo, Damián había reaparecido.

No con fuerza.
No con intención.
Solo… apareció.
En los pasillos, en los trabajos en grupo, en esas casualidades que parecen diseñadas por un destino con sentido del humor.

Y aunque Samara ya no sentía nada romántico por él, comenzaron a hablar de nuevo.
Rieron. Recordaron.
Se acompañaban.

Y en su corazón, Damián quedó solo como eso: alguien importante que ya no dolía.
Un amigo.

Pero el tiempo es extraño.
Juega con las memorias.
Y a veces hace cosas como esta:

Era 14 de febrero.

Samara se suponía que estaría con sus amigas, pero una cosa llevó a la otra y terminó sola con Damián.
Rodeados por corazones de papel, flores de plástico, risas lejanas y demasiadas historias no dichas.

No lo habían planeado.
Solo pasó.

Al principio fue incómodo.
Después divertido.
Después… familiar.

Hablaron sin prisa. Recordaron sin miedo.

Y en medio de esa conversación sin propósito, alguien —no recuerdan quién— los “casó” de broma.
Una de esas ceremonias tontas donde te dicen que finjas un beso, que sonrías, que posen para una foto.

Y Samara… sonrió.

No porque fuera una broma.
Sino porque por dentro, algo se le movió.

Damián también lo sintió.
Lo supo.
Se rio con esa carcajada única suya, esa que parece rebotar en las paredes.

Luego recibió una carta.
Pequeña, doblada, con un carrito de juguete dentro.
Samara la había hecho. En secreto. Sin intención de entregarla.
Pero alguien la encontró en su mochila. Y la entregó.

Damián la abrió.
La leyó.
Rió.

Y desde ese día, empezaron a hablar por Instagram.
Al principio poco. Después en las madrugadas. Después… todo el tiempo.

Samara no supo en qué momento volvió a sentir.
Solo supo que estaba sintiendo.

Y entonces, sin grandes palabras, el 24 de febrero, volvieron.

Una nueva pareja.
Una nueva historia.
Pero con una condición:

Que nadie se entere, dijo Damián.

Samara dudó. Pero aceptó.
Y los días pasaron como si fueran robados.

Mensajes bonitos.
Apodos suaves.
Regalos escondidos en mochilas.
Miradas largas en los pasillos.
Ese amor que solo se vive cuando hay que esconderlo.

Para Samara, era mágico.
Porque Damián era reservado, sí.
Pero cuando se abría, cuando la abrazaba en privado, cuando le decía “te extrañé” como si le doliera…
valía la pena.

Pero todo lo que se guarda, pesa.

Y un día, Damián pidió un “tiempo”.

—Es que… los demás están empezando a sospechar.
—Y no quiero meterme en problemas.
—Necesito espacio.

Samara no se enojó.
Solo se cansó.

Dejó de hablarle.
Dejó de buscarlo.

Hasta que un día, en clase de inglés, él no dejó de mirarla.

Jugaban con frases en inglés, con palabras tontas.
Se empezaron a molestar entre sí.
Y esa risa volvió.
Esa complicidad que no se puede fingir.

Y entonces… comenzaron de nuevo.
No como novios.
Sino como algo más peligroso:
mejores amigos con historia.

Y esa vez, era mejor.
Más libre.
Más pura.

Se regalaban cosas.
Se mandaban mensajes.
Damián le decía frases que no le decía a nadie.
Y Samara pensaba que tal vez, solo tal vez, el amor podía nacer en la amistad también.

Pero entonces llegó el final.

No fue abrupto.
No fue dramático.
Fue honesto.

Una tarde, Damián se acercó y le dijo:

—Samara… creo que no te estoy tratando como deberías.
—Quisiera darte todo, pero no sé cómo.
—Tengo miedo. Tengo inseguridades.
—Y si seguimos así, te voy a lastimar.

Ella lo miró. No lloró.
Se sintió decepcionada. Pero también lo entendía.
Damián le ofreció su amistad.

—Al principio, Samara dijo que no.
—Después, con el tiempo… dijo que sí.

Y así, nació otra historia.

No una historia de amor.
Sino algo más raro.
Una amistad con latidos.

Una amistad donde se seguían buscando.
Donde reían como si aún fueran pareja.
Donde se entendían sin hablar.

Pero ninguno se atrevía a decir lo que quedaba.

Porque decirlo sería traer de vuelta el pasado.
Y el pasado, a veces, es mejor dejarlo dormido.

Samara no sabía si Damián seguía sintiendo algo.
Ni siquiera sabía si ella lo hacía.
Solo sabía que esa chispa seguía ahí, latiendo en el fondo.
Callada.
Viva.
Y tal vez… esperando.




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