Después de tantas lágrimas, ausencias y despedidas, Samara volvió a reír con ganas.
No era la risa falsa de quien pretende estar bien, era de esas que nacen desde el pecho, que no pueden evitarse. Se rodeó de sus amigos, de tardes largas entre bromas y carcajadas, de momentos sencillos que sabían a libertad. Había aprendido a estar con ella misma sin romperse, a llenar su tiempo de personas que no la herían. Y aun así… ahí estaba Damián.
Aunque no eran nada, aunque no lo decían, ambos sabían que seguían siendo mucho.
Sus miradas se cruzaban como si ocultaran secretos que nadie más podía entender. Volvieron a hablarse más seguido, a sonreírse en los pasillos con esa complicidad suave que duele bonito. Se molestaban mutuamente por los agujeros de sus pants: uno tenía un hoyito, el otro también, y sin razón, empezaron a romperselos más como juego, como pretexto para rozarse los dedos, para hacer contacto sin que el corazón explotara.
—¡Ya, Damián! Vas a romperlo todo —decía ella, empujándolo riendo.
—Entonces cósame tú —respondía él con una sonrisa medio escondida.
Y así pasaban los días, entre conversaciones suaves, regalos espontáneos, frases dulces susurradas entre tareas y recreos. No había etiquetas, no había compromisos. Solo dos corazones que sabían que aún se pertenecían, incluso sin decirlo.
Pero lo dulce a veces tiene un filo.
Una tarde cualquiera, Damián estaba con su mejor amigo Elías en casa. Entre bromas de chicos y risas tontas, decidieron escribirle un mensaje de broma a Samara desde el celular de Damián. Algo coqueto, algo que sonaba a confesión. Cuando Samara lo vio, el corazón se le disparó en el pecho. Se quedó en silencio varios minutos, leyendo y releyendo esas palabras. Una parte de ella quiso creer que era real, que Damián al fin se estaba animando a dar ese paso que ambos evitaban.
Pero la ilusión duró poco.
Damián se arrepintió. Sabía que había cruzado una línea, que en el fondo eso no era un chiste, no para ella. Así que decidió decirle la verdad: que había sido una broma, que fue idea de Elías.
Y ahí todo se desmoronó por unas horas. Samara sintió cómo el corazón se le caía. Lo bloqueó. Ignoró a Damián como si no existiera. El dolor le cerró la garganta y pensó que no quería volver a verlos. Que otra vez la habían lastimado.
Pero Damián no se rindió.
Le escribió, le pidió una oportunidad para explicarse. Samara, a pesar de su enojo, seguía cegada de amor. Aún quería creer en él. Y lo escuchó. Lo perdonó. No porque fuera débil, sino porque su corazón aún guardaba un rincón tibio donde Damián vivía.
Elías, en cambio, no se atrevía a hablarle. Se sentía mal. Sabía que había lastimado a alguien a quien Damián quería, y eso le pesaba. Pasaron los días y el silencio entre ellos se volvió incómodo. Hasta que Damián, otra vez él, intervino. No sabía cómo, pero logró que volvieran a hablar. Poco a poco. Y cuando Samara miró a Elías y vio sus ojos sinceros, lo perdonó.
No todo estaba como antes.
Pero a veces, solo a veces, los lazos rotos se pueden remendar con un poco de honestidad y cariño.
Y Samara entendió que no necesitaba tener un "novio" para sentir amor. Que a veces lo que se vive entre líneas, entre silencios, entre bromas y miradas, vale más que cualquier etiqueta. Porque lo que tenía con Damián no era fácil de nombrar, pero era real. Y en ese momento, era suficiente.
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Editado: 19.07.2025