Lo que queda atrás

Procesos celulares irregulares

“Procesos celulares irregulares”

Robot de recepción del centro médico robotizado, 29 de febrero de 2120

Mara se levantó muy temprano. Había dormido intermitentemente y, al darse cuenta de que era inútil seguir intentándolo, decidió trabajar con las hierbas. Dària había pasado la noche tranquila; bien lo sabía su hermana, que no le había quitado ojo a su respiración.

Cuando entró al salón, el robot asistente rompió el silencio:

—Buenos días, Mara. Espero que tengas un bonito día.

“Sí, claro, precioso”, pensó Mara con ironía.

No mucho después, Josep apareció en la sala. Con sus pasitos cortos y arrastrados, se sentó junto a Mara en la mesa del comedor.

—No has dormido, ¿verdad?

—¿Tanto se me nota? —dijo Mara, intentando sonreír.

—No, lo digo porque te conozco. Seguro no has podido, pensando en tu hermana. ¿Cómo ha pasado la noche?

Mara dejó el ramillete que trabajaba sobre la mesa y suspiró profundamente frotándose el rostro con ambas manos, como queriendo borrar el cansancio.
—No se ha despertado ni ha hecho nada fuera de lo normal. Así que entiendo que ha pasado buena noche. Espero que haya descansado, porque si está débil no voy a poder llevarla en patinete.

—Pues llamas a un movipod.

—Sí, claro, y le doy todo el género que tenemos para vender ahora mismo para pagarlo —rio Mara, con amargura.

—No, lo pago yo. —Josep no siguió la broma.

—Ay, no, no… Eso sí que no.

—Mara, haré lo que yo quiera con mis créditos, ¿no?

Mara bajó la cabeza, avergonzada. Sabía que Josep tenía algunos ahorros gracias a sus hijos, que ocupaban puestos importantes en Viridia y le enviaban dinero regularmente. Tal vez lo hacían para calmar su culpa por no prestarle más atención o por no haber hecho un esfuerzo mayor para llevárselo con ellos antes de que fuera demasiado tarde. Ese dinero le permitía a Josep pagarse una asistente humana y vivir con algo más de comodidad, dentro de lo que era posible en la Tierra.

—No estoy de acuerdo, Josep.

—Bueno, pues bien. Yo llamaré ahora a un movipod. Tú te subirás con tu hermana y la llevarás al centro robotizado. Esa es tu única misión: no estar de acuerdo y llevar a tu hermana.

Mara sonrió a pesar de la mezcla de vergüenza y gratitud que le recorría el cuerpo. Josep sabía cómo arrancarle una sonrisa, incluso en los peores momentos. Aunque la humillación amarga de depender tanto de él le recordaba lo lejos que estaban de un futuro mejor, sabía que lo hacía de corazón.

—Vale, pues si Dària no está con fuerzas, llamas al movipod.

—No, lo voy a llamar igualmente. Esté con fuerzas o no —aunque sonaba muy serio, miró a Mara con una expresión traviesa, como de niño pequeño que se salía con la suya.

—Gracias por todo, Josep —Mara sorprendió al anciano con un abrazo, que él recibió con gusto.

—Gracias a vosotras, xiquetes, que desde que estáis aquí soy un poco más feliz, aunque las circunstancias no acompañen últimamente.

Mara levantó la vista y se fijó en un pequeño holograma en el estante del salón. Las imágenes de Josep con su mujer y sus hijos, cuando eran pequeños, se sucedían una tras otra. Una mezcla de ternura y pena le apretó el pecho: un hombre que había tenido tanto amor y que, ahora, vivía tan solo.

El sonido de pasos suaves la sacó de sus pensamientos. Dària entró al salón frotándose los ojos, con el cabello aún revuelto como si hubiese dormido durante una semana. Mara prácticamente voló hacia ella.

—¿Cómo te encuentras?

—Joder, Mara, ¡qué susto! —dijo Dària, sobresaltada.

—¿Estás bien? ¿Sientes algo raro?

—Estoy bien, estoy bien —respondió Dària, mientras intentaba apartarla con las manos para que le diera algo de espacio.

—Buenos días, xiqueta. Me alegra oír eso —dijo Josep, acercándose con sus pasos cortos y pausados.

Dària se sentó pesadamente en una de las sillas y apoyó la cabeza en una mano.

—Estoy como si me hubiesen planchado.

—Normal… y por eso hoy no va a haber ninguna réplica. Aunque te lleve en brazos —le dijo Mara con una sonrisa tensa.

—Pero qué exagerada, por favor. ¡Estoy bien!

Josep, que no quitaba ojo a la muchacha, negó con la cabeza y añadió:

—Bueno, pues si te encuentras bien, mejor. Yo voy a llamar al movipod y estará ahí fuera en diez minutos.

Dària abrió los ojos al máximo y miró a Mara esperando una explicación.

—¿Un movipod? ¿Me estáis tomando el pelo?

Mara desvió la vista por vergüenza. En cambio, Josep, siguió defendiendo su actuación:
—Hoy no se escatima en cuidados y ni una palabra más. Esto es asunto mío, y está decidido.

Mara suspiró y miró a su hermana asintiendo. Agradeció la decisión del anciano. Sin más que añadir, comenzó a preparar todo lo necesario para el viaje al centro robotizado.
El habitáculo del movipod se sentía frío y aséptico a pesar de tener señales inequívocas del paso del tiempo que no se habían atendido. Los asientos eran cómodos, pero también presentaban cicatrices tras los años: costuras abiertas, piel rajada y ese olor a plástico envejecido que nunca se iba. Una pantalla enorme con cientos de pixeles apagados ocupaba la parte frontal, frente a las chicas. En ella se mostraban las carreteras por las que iban, grabadas por las cámaras delanteras. Los sillones eran cómodos aún con la piel rajada y algunas manchas.




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