Lo que queda atrás

¿Qué has hecho, Mara?

“¿Qué has hecho, Mara?”

Josep, 3 de marzo de 2120

—Eres pura oscuridad —le escupió Mara al Vigilante.

—No te pases, Brell —su tono se volvió una amenaza fría—. Puedo solucionar todos tus problemas… o multiplicarlos por mil.

Mara tragó la bilis que amenazaba con salir y apretó la mandíbula.

—¿Puedo irme?

—¿No quieres el tratamiento, entonces?

Ella gritó, furiosa, con los puños a punto de implosionar. Él sonrió, disfrutando.

—Vale, vale —dijo él, alzando las palmas, burlón—. Te doy una tregua. Te daré los inhibidores.

—¿A qué precio?

—Ay, Mara… yo tengo todo lo que se puede tener aquí. —Su sonrisa era afilada—. Tómalo como un regalo. Además… ¿qué podrías darme tú a cambio? —Alguna clase de moral o ética.

El Vigilante sonrió, pero su semblante ya no le acompañaba, se había ensombrecido.

—Todavía no lo entiendes… Aquí eso no sirve de nada.

Mara bajó la cabeza, mordiéndose la lengua. "Pues claro que no sirve de nada. Solo hay que verme a mí".

Él dio un paso, acortando la distancia. Ella se tensó.

—Ven —dijo él—. Acompáñame.

La llevó por unos corredores oscuros, fríos, que se adentraban en la parte trasera de La Atalaya. Solo se oía el eco de sus pasos y el suave zumbido de vigilancia sobre sus cabezas.

Un dispositivo flotante, con luces intermitentes, se deslizó a su altura y sonó con voz metálica:

—Buenos días, Vigilante. Que tenga una buena jornada.

El Vigilante sonrió, ladeando la cabeza hacia Mara, y respondió, con una chispa de diversión en la mirada:

—Seguro que lo será. —Porque nada prometía más entretenimiento que verla caminar junto a él, furiosa, desconfiada… y sin escapatoria.

Su paso era lento, casi elegante. Iba seguro, erguido, como quien pisa un territorio que le pertenece.

Mara, en cambio, caminaba tras él con los hombros tensos, como si cada metro de aquel pasillo pudiera ser una trampa. Una presa siguiendo al depredador.

Llegaron a un pasillo que parecía conectar con una zona más modernizada. Las luces que marcaban una línea continua en la base de las paredes y en los techos eran de un blanco aséptico. Al llegar al final, había una gran puerta también blanca y un panel de acceso. El Vigilante se paró delante de él y le habló.

—Nuevo acceso permitido por la vigilancia.

—Bienvenido, Vigilante. Disponga al sujeto en el punto de escaneado —contestó una voz robótica.

Él se giró hacia Mara y, con un ademán pausado, extendió un brazo hacia la puerta, con la exagerada cortesía, indicándole que se colocara delante. Después de ser escaneada, las dos hojas de la puerta desaparecieron tras las paredes con un sonido hidráulico.

Lo primero que percibió Mara al entrar fue frío. El aire seco y helado le erizó la piel. La blancura de las luces y los objetos que veía tenían una inmensa falta de calidez. Se quedó quieta en la entrada, mirando todo aquello.

Era una sala inmensa, estructurada en varios niveles, con contenedores blancos deslizándose por una red de rieles suspendidos en el aire, moviéndose con precisión mecánica. Brazos robóticos gigantes atrapaban algunas mercancías de los contenedores a nivel del suelo y las distribuían en cápsulas que ocupaban toda la red. Algunos drones flotaban en silencio, con sensores que se encendían y apagaban intermitentemente, registrando cada movimiento.

Lo que más la inquietaba era el silencio absoluto, la falta de humanidad. Solo se oían los movimientos mecánicos y algunos bips de las pantallas incrustadas en los contenedores.

El Vigilante había avanzado con normalidad, pero Mara se había quedado en el sitio.

—Vamos, Brell. Que no tengo todo el día.

—¿Qué es esto?

—¿Esto? —contestó él abriendo los brazos—. Esto es la red de distribución de recursos de Túria. Aquí se organiza todo lo que nos envía la Corporación. Recursos médicos, alimentos, chips, drones, equipos, uniformes, armas…

Se giró con una sonrisa autosuficiente.

—¿De dónde crees que llega lo que compras en el economato?

Mara abrió la boca, pero no sabía qué decir. Sus pensamientos estaban desordenados. Sí, todo venía de Viridia, pero no imaginaba tal nivel de tecnología justo al lado de su casa.

El Vigilante la observó un instante más, disfrutando de su desconcierto, antes de seguir avanzando.

Llegaron a una mesa en el centro del almacén. El Vigilante deslizó dos dedos sobre su superficie y se desplegó ante ellos una pantalla holográfica. Un haz azul enfocó directamente al Vigilante.

—Vigilante de Túria, cargo RT28 —sonó una voz.

—Envíen un contenedor con la terapia de inhibidores requerida para la ciudadana Mara Brell. Número de identificación… —el Vigilante miró su dispositivo— 8474-AG. Envíen lo suficiente para el periodo de seis meses. Dirección: —volvió a mirar el dispositivo— Unidad 863 del sector 4 de Túria.

Mara no podía reaccionar. Por momentos pensó que estaba soñando. Era real.

Estaba inmóvil, un paso por detrás del Vigilante. Observaba, absorbía. Los números, la rapidez del proceso, la facilidad con la que él lo había gestionado todo. Tenía ganas de llorar de alegría, pero la sombra de la deuda que podría cobrarse ese ser no la dejaba disfrutar del momento.

—Se requiere autorización de la vigilancia —contestó la voz.

En la pantalla apareció una foto del Vigilante y, debajo, algunos datos. Sus ojos viajaron instintivamente hasta el nombre.

Vigilante Adric Bellés.

Adric…

La revelación le impactó en el pecho. No esperaba que tuviera un nombre real. Durante años solo había sido "el Vigilante", una sombra que representaba el control y el peligro. Pero ahora era Adric. Un poco más humano. Un poco más real.

—Petición confirmada. El contenedor llegará en treinta minutos a destino.

El Vigilante se giró para mirarla. Su sonrisa era de suficiencia, ladeada, con esa socarronería que la sacaba de quicio. La recorrió de arriba abajo, disfrutando del momento, de la sensación de control absoluto.




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