Lo que queda atrás

Si alguien la buscó, nunca se supo

“Si alguien la buscó, nunca se supo.”

Nela, 5 de marzo de 2120

—¿Qué has hecho? —insistió Josep.

—Es la medicación para Dària, Josep. Da igual lo que yo haya hecho. La necesita.

El anciano se pasó la mano por la cara, con gesto de cansancio.

—Ya sé lo que es, Mara. Pero esto lo envía la Corporación… ¿Cómo lo has conseguido? ¿Quién ha sido? Ha sido él, ¿verdad?

Mara bajó la cabeza y, antes de poder responder, apareció Dària desde el interior de la casa. Tenía la cara y los ojos enrojecidos. Se abrazó a su hermana.

—Mara, gracias… —su voz tembló de emoción.

Josep seguía mirándola con preocupación, esperando una respuesta.

—Sí, ha sido el Vigilante. Y no, no he pagado nada. —Ay, Mara… —Josep volvió a frotarse la cara— Eso no es posible… Nada es gratis. —¿El Vigilante de nuevo? —se extrañó Dària.

—¿Y cuál será el precio, Mara? ¿Cuál será? —Josep insistió, su tono cada vez más grave.

—Basta —Mara los cortó en seco—. No quiero hablar más del tema, ¿vale? Ahí está la medicación. Es lo que todos queríamos: más tiempo. Voy a echarme un rato.

Entró a la casa con rabia, enfadada. Dejó a Josep y a Dària con la palabra en la boca y la preocupación en las tripas.

Se dejó caer en la cama, hecha un ovillo, queriendo que el sueño la arrastrara lejos.

Tenía sentimientos encontrados. El miedo la devoraba. ¿Cuáles serían las consecuencias de su trato con el Vigilante? ¿Cuándo volvería a aparecer para cobrar su parte? Pero, al mismo tiempo, sentía alivio. Había ganado tiempo. Más tiempo para Dària. Más tiempo para reunir el dinero. Más tiempo para salir de allí.

Mara salió de su habitación cuando ya era la hora de cenar. Se habría quedado allí hasta el día siguiente, pero el hambre le retorcía el estómago después de haber pasado prácticamente todo el día sin comer.

Ni Josep ni Dària se habían atrevido a molestarla, pensando que dormía, pero la realidad era otra: había pasado horas dando vueltas en la cama, atrapada en sus pensamientos. Cómo conseguir dinero rápido y fácil o cuántos peligros había añadido a su vida al hacer tratos con el Vigilante.

Cenaron una sopa proteica con acelgas que Mara había recogido esa mañana. No se habló demasiado en la mesa. El ambiente estaba enrarecido. Deberían estar celebrando que ya tenían la medicación, que Dària tenía esperanza… pero la realidad era otra. ¿Cómo podían celebrar nada cuando, a cambio, Mara había adquirido una deuda con la autoridad?

Cuando ya estaban recogiendo la mesa, Josep no pudo contenerse más.

—Mara, ya sé que no quieres que hablemos del tema, pero estoy intranquilo ¿Estás segura de que no tendrás que pagar más adelante el tratamiento de Dària?

Mara se había quedado a medio camino entre el comedor y la cocina con la mirada clavada en el suelo.

—No, Josep. Me ha dicho que lo tome como un regalo.

Josep se masajeaba el puente de la nariz. Suspiró.

—Vale, vale… Esperaremos a ver por dónde sale.

Mara le miró con fatiga.

—Mara, entiéndeme… Esto me preocupa mucho.

—Pues no lo hagas, Josep… De peores hemos salido.

Y se marchó a su habitación dejando a Josep y a Dària en silencio, pensativos.

Josep tenía miedo, no lo podía evitar. No tenía poder ni edad de jugar a héroes y eso lo frustraba. Sentía que no podía proteger a Mara como le hubiera gustado. Dària, que percibía el malestar de los demás con facilidad, lo notó.

—Josep, si te consuela, a mí también me da miedo todo esto… Pero confío en Mara…

—Ya… yo también. En quien no confío es en esa bestia.

Y con esa imagen, la de un Vigilante fiero y destructor, ambos se marcharon a la cama.

El mercado estaba a rebosar a la mañana siguiente. Las chicas habían llegado temprano y lo habían preparado todo en poco tiempo. Dària tenía mucha energía. Hacía tiempo que Mara no la veía tan bien. “Pagaré lo que haga falta” pensó al ver la mejoría de su hermana con tan solo una dosis de tratamiento.

Se permitió sonreír por primera vez en muchas horas, demasiadas, y se giró hacia la multitud. Entonces lo vio. Frente a un puesto de chatarra, un hombre alto con un abrigo oscuro, que se movía de manera calculada. Por un instante, su cuerpo se volvió de hierro. Las manos le temblaron y el aire entraba pesado a su pecho. Era él.

Pero el hombre se giró y no era el Vigilante. Solo era un rico, de los pocos que había en Túria, regodeándose entre la miseria.

Mara soltó el aire, sintiéndose estúpida por haber contenido la respiración. El miedo la estaba volviendo paranoica. Dària la sacó de sus pensamientos.

—Mara ¿puedes atender a ese chico? No sé dónde estás, pero ¡vuelve! —Dària la miraba con una sonrisa radiante, llena de vida.

Mara reaccionó y se puso en marcha de nuevo. Sí, estaba despistada. Pero era porque no podía dejar de sentir dos cosas opuestas: dicha por la mejoría de Dària e inquietud por lo que suponía el Vigilante en su vida.

Después de venderle al chico un par de remedios para la tos, Mara se acercó a la tienda de Nela, una chica que tatuaba historias bajo la piel.

—Vaya… por fin te veo… —Nela alzó la cabeza sin dejar de tatuar y la recorrió con la mirada, de arriba abajo.

—Sí, estos últimos mercados hemos tenido los puestos más alejados.

Mara se removió, incómoda. Conocía a Nela desde hacía un par de años, pero todavía no había conseguido que su presencia no la abrumara. De piel morena y pelo largo y liso recogido en una cola de caballo, transmitía una fortaleza que traspasaba todos los sentidos.

La clave estaba en su mirada. Ojos verdes, grandes y almendrados, afilados como una cuchilla, capaces de atravesar cualquier barrera.

—Aquí tienes la pomada anestésica. —Mara le dio un tarro.

—Gracias, ya me quedaba muy poca. ¿Cómo os va? ¿Qué tal Dària? —Esta vez Nela dejó de tatuar y la miró con atención.

—Bien, bien… Como siempre.




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