Lo que queda atrás

Carne fresca

“Traigo carne fresca”

Nela, 5 de marzo de 2120

Lo primero que vio Mara al entrar fue un bidón metálico de donde brotaba una gran llamarada. La luz del fuego dibujaba sombras irregulares en una estancia no muy grande y opresiva. Un denso olor a hoguera lo impregnaba todo, mezclado con el aroma aceitoso del metal y la humedad agria de la hierba fermentada.

El espacio vibraba con una amalgama de sonidos que lo envolvía todo: gritos, golpes sordos, risas y música. En una de las paredes laterales, dos chicos estaban sobre un colchón viejo y roído. Uno de ellos tenía los ojos en blanco, perdido, recostado contra la pared. El otro aspiró una cápsula de Somnex y, con gesto torpe, trató de encestarla en el contenedor ardiente. En cuestión de segundos, acabó igual que su compañero.

Mara se quedó inmóvil unos instantes en la entrada, paralizada ante lo que veía. Había oído hablar de esa droga que te hacía huir de la realidad, pero jamás había visto a nadie consumirla. Al notar algunas miradas sobre ella, echó a andar. Lo hizo con aparente firmeza, intentando que nadie notara el temblor de su cuerpo.

La estancia de entrada desembocaba en la nave principal de Omega. Era mucho más grande de lo que parecía desde fuera. También allí ardían recipientes repartidos por todo el espacio.

En el centro, varios cuerpos entrenaban, golpeando sacos caseros que otros sujetaban con esfuerzo. A la derecha, un grupo de personas bailaba, reía y fumaba hierba en cilindros metálicos, en un ambiente desconcertantemente festivo. A Mara le pareció irreal.

A la izquierda, una multitud formaba un corro en torno a una pelea. Vitoreaban y aplaudían con rabia cada golpe que resonaba en el aire.

Mara se detuvo de nuevo. No sabía hacia qué dirección ir y eso le creaba más inseguridad todavía. Nadie parecía reparar demasiado en ella, así que respiró hondo y avanzó despacio hacia la zona de las peleas. A su alrededor, el caos parecía crear un ritmo crudo y desbocado. Le pareció estar dentro de una bestia que respiraba. Una bestia oscura y peligrosa.

De repente, sintió que le cogían por el brazo.

—¡Mara! ¿Qué haces aquí?

Mara se giró y se encontró a pocos centímetros los ojos de Nela. Esos ojos que tanto la perturbaban. Tenía una expresión entre la sorpresa, el sarcasmo y una inquietud mal disimulada.

—¿Has ampliado el mercado de las hierbas? —le dijo mientras la examinaba de pies a cabeza con una sonrisa que desapareció en un instante— No me jodas que vienes a pelear…

—Eh… Sí, esa es la idea.

Nela abrió mucho los ojos.

—Esto no es el mercado, Mara. Aquí te revientan y no pasa nada. Nadie va a parar la pelea, ni aunque te estés desangrando…

Mara no dijo nada. Le sostuvo la mirada con determinación, cosa que nunca había hecho con Nela. No sabía de dónde le salía, pero estaba dispuesta a lo que fuera.

—O sea, que vas en serio —Nela bufó—. ¿Tienes idea de lo que…

—Nela, necesito créditos. Es algo de vida o muerte —le cortó.

—Esto también es de vida o muerte, colega… Vale, bien. Tendrás que hablar con la Marquesa. Solo pelearás si ella quiere. Pero te aviso: aquí no hay reglas claras. Hay trampas y muchos intereses…

—Me parece bien.

Nela la volvió a mirar de arriba abajo. Esta vez tenía una mirada diferente, con inseguridad. Se puso a caminar.

—Pues andando, antes de que me arrepienta de meterte en este lío.

Avanzaron hacia la pared del fondo. Allí había unas escaleras metálicas que subían a un altillo con la pared acristalada, lo que antaño fueron oficinas. A diferencia del resto del espacio, de allí arriba no emanaba la luz trémula de los bidones, sino una luz blanca y fija, casi quirúrgica, como si en ese lugar se jugara con unas normas completamente diferentes.

El metal resonaba bajo sus pies a cada peldaño que subían. Mara intentó tragar saliva, pero tenía la boca completamente seca. ¿Estaba segura de hacer esto? Dudó durante unos instantes, pero los nudillos de Nela golpeando la puerta la devolvieron al presente. Intentó concentrarse en los créditos, los pasajes, en Dària. Abrió un chico alto, grande y musculoso, con un brazo biónico. Se plantó en el umbral, ocultando el interior con su corpulencia.

—¿Qué pasa? —dijo de forma seca, cortante.

—Queremos hablar con la Marquesa —Nela no se dejó amedrentar.

—¿Qué quieres?

—Traigo “carne fresca”.

A Mara se le acartonaron los brazos y las piernas. “Carne fresca” fueron las palabras clave para que el muchacho se apartara sin dudar.

Frente a ellas apareció una estancia mucho más modesta que la nave principal, aunque también imponía. Los ventanales agrietados permitían ver parte de la nave desde arriba, como si fuera una torre de vigilancia. Olía a fermento, a alcohol químico y otras sustancias difíciles de identificar. En una gran mesa repleta de recipientes y polvos, dos jóvenes preparaban cápsulas de Somnex y mezclas secas para los cilindros de hierba. Todo estaba iluminado por una enorme lámpara blanca, como la de una clínica.

En el centro de la estancia, sentada como una reina, estaba la Marquesa. El sillón era viejo, pero opulento y ornamentado. El contraste entre el barroquismo del trono y su ropa austera creaba un ambiente extraño. Llevaba los brazos desnudos, como si nunca sintiera frío, y se podían ver los tatuajes que los cubrían por completo. Su cuerpo era nervudo, rígido, pero no tenso. Estaba recostada, con los brazos descansando a los lados. A su derecha, un chico más grande que el anterior, hacía guardia y no despegaba la vista de la puerta por donde estaban entrando. Aquello no era una simple oficina abandonada: era un laboratorio, un despacho y un altar.

Nela se paró frente al trono, a un par de metros. Mara le seguía detrás. La Marquesa reparó en ellas y sonrió, una sonrisa afilada y nada amigable.

—¿Qué te trae por aquí, “Nelita”?

Su voz era muy grave, agrietada.




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