“Hay una lista de espera interminable”
Paula, 6 de marzo de 2120
Mara cayó rendida en la cama en cuanto llegó a casa. Había dejado a la niña en el sector tres y eso había alargado bastante el camino de vuelta. Faltaba poco para el amanecer, y por un momento temió que Josep estuviera despierto. Por suerte, ni él ni Dària, que dormía profundamente, se enteraron de su llegada.
Se durmió rápido, mecida por una mezcla extraña de satisfacción y miedo. Había encontrado una forma de conseguir créditos. Y al mismo tiempo… no estaba segura de poder soportarla.
Despertó dolorida, con el cuerpo agarrotado. Le costó incluso girarse en el colchón. Dària no estaba en su cama y la luz que entraba por la ventana la desconcertó. Debía de ser mucho más tarde de lo habitual.
Cojeó hasta el salón, temiendo la conversación que sabía inevitable. Antes de llegar, escuchó al Nexum hablando con Josep:
—Estupendo, señor Forniller. Siguiente pregunta: Si tres drones tardan tres minutos en escanear nueve pisos, ¿cuánto tardarían seis drones en escanear dieciséis pisos?
Sentado en su sillón y concentrado, Josep estaba a punto de contestar. Pero al verla, se quedó en silencio. Mara también se detuvo, de pie en el marco de la puerta, sin saber qué decir.
—Vamos, señor Forniller —insistió el Nexum, con su tono alegre—. Ha tenido marcas más rápidas de respuesta.
—Cállate —dijo Josep, sin apartar los ojos de Mara.
Ella tragó saliva. Sabía que tenía que explicar algo. Pero lo único que se le ocurrió fue:
—¿Dónde está Dària?
—Se ha ido a recolectar. Ya debe de estar por volver.
—¿Qué hora es?
—Mediodía.
A Mara le ardieron todos los golpes a la vez.
—¿Por qué no me ha despertado?
—Pero ¿tú te has visto?
Mara se giró hacía el espejo del recibidor. Tenía la cara marcada, hinchada por el lado izquierdo.
—Salí con el patinete —improvisó—. Tuve un accidente. Pero estoy bien.
—Ya —dijo Josep, con una voz baja que sonaba a decepción—. Te vio con ese golpe, dormida como una piedra, y no quiso molestarte.
Mara bajó la vista. Por un instante, le dieron ganas de discutir. De decir que Dària no tenía por qué haber salido sola. Pero sabía que no tenía razón.
—¿Qué ha pasado, Mara?
—Ya te lo he dicho. Me desvelé, salí a despejarme y me caí.
—No me lo creo.
—Pues vale. Pero tampoco tienes que fiscalizar mi vida —saltó. La ira le salió sola, en tromba.
Josep bajó la cabeza y se miró las manos arrugadas.
—Estoy preocupado. Solo os tengo a vosotras.
—Estoy bien —dijo, por fin—. Puedes dejar de preocuparte.
Y se fue a la cocina. Abrió armarios sin rumbo, como si buscara algo para desayunar. Pero el estómago lo tenía hecho un nudo. No comió. Solo volvió a su cuarto, se tumbó boca abajo, y el llanto salió sin hacer ruido. Por la mentira. Por Josep. Por Dària. Y por Aura y su familia.
Cuando escuchó la puerta abrirse, se levantó como pudo y salió al recibidor, al encuentro de su hermana. Dària, que entraba con una sonrisa, frunció el ceño al verla.
—Estás peor de lo que pensaba... ¿Qué ha pasado esta noche?
Mara intentó disimular, cogiéndole la cesta repleta de plantas como ayudándola, pero no pudo evitar una mueca de dolor al levantar el brazo.
—Mara, en serio…
¿Qué hacía? ¿Le contaba la verdad? Si lo hacía, Dària no le perdonaría que volviese a ir. Aunque le revolvía el estómago, mintió.
—Anoche me caí del patinete. Iba bastante rápido, ¿sabes?
Le avergonzó lo fácil que le resultaba ocultar la verdad.
—Pero ¿qué hiciste? ¡Si estás hecha polvo! —Dària no entendía.
—Pues al girar una curva, llegando ya a casa. La cara me la estampé en un banco. Me hice mucho daño.
Dària la miró fijamente. Mara temía desconfianza como con Josep, pero su hermana se limitó a acercarse y acariciarla.
—Pues vaya leche, hermanita… Vamos a ponerte unos emplastos de caléndula. Mara se dejó hacer. Dària la llevó de la mano al salón, donde se dejó cuidar sin protestar. Se sentó en una de las sillas, Dària sacó una caja donde guardaban su botiquín casero y le aplicó pomada donde veía morados. Mara aguantaba con un rictus de dolor en la cara, pero se dejó cuidar y mimar.
Josep miraba en silencio. A Dària le extrañó.
—¿Has visto qué bestialidad, Josep? Por poco se nos queda ahí, la pobre.
Josep, mirando a Mara, siguió el juego.
—Desde luego, que menuda torta… Debiste dar vueltas de campana y todo…
—¡Me he encontrado con Paula!
El cambio de tema de Dària alivió a Mara.
—Ah, ¿sí? ¿Adónde iba?
—Pues iba con su bici destartalada al economato —Rió, pensando en esa mujer a la que tanto quería. — Me ha dicho que se pasaría en un rato a vernos y a traerle huevos a Joseeeep —alargó la última sílaba con un tono infantil.
Josep sonrió por primera vez en toda la mañana.
—¡Paula y sus huevos siempre son bienvenidos a esta casa!
Los tres rieron con ganas, aunque a Mara no le pasó desapercibido cómo la miró Josep, como un actor en medio de una comedia mala.
Paula llegó a la hora de comer. Hubo abrazos sentidos, como cada vez que se encontraban. A la mujer le impactó el estado en el que se encontraba Mara, pero, ajena a la situación, también tragó la mentira. Josep pareció recobrar un poco el humor charlando con la mujer. La obligaron a comer con ellos y aceptó de buen gusto. Llegó un momento en la conversación en que el ambiente se enrareció cuando Paula le dijo a Dària:
—¿Cómo te encuentras, cariño? ¡Ya te veo muy bien! ¿Al final te hicieron el escáner integral?
El tiempo pareció congelarse. Las manos con los cubiertos quedaron a medio camino. El silencio lo envolvió todo. Dària miró a Mara. Mara a Josep. Paula frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —acertó a decir la mujer.
Dària no pudo contenerse. Quería a Paula casi como a una madre y fue incapaz de ocultar algo así, aunque fuera para evitarle el dolor.