“No quiero verte rota”
Nela, 7 de marzo de 2120
Volvió a casa cargada de rabia. Saber que no tenían forma de viajar a Viridia hasta tres años después la encendía por dentro.
Si no hubiera sido porque todavía le dolía hasta la piel por la pelea del día anterior, se habría ido a la planta Omega a descargar toda su furia y, de paso, a intentar ganar más créditos.
Pero más créditos, ¿para qué? Si no podemos gastarlos en unos pasajes que le salven la vida a Dària…
Llegó a casa de Josep justo a la hora de cenar. Al entrar, vio que el anciano y Dària estaban en la mesa, con la comida preparada, esperándola. No se veía capaz de sentarse con ellos, como si no pasara nada.
—Ya cenaré después.
Y se marchó de nuevo a su habitación para a esconder su dolor, su rabia, su vergüenza…
—Esto no es normal —le dijo Josep a Dària.
—No… Pero ya sabes lo difícil que es sacarle algo cuando está así… Más tarde hablaré con ella.
El anciano asintió y continuaron cenando.
Mara se encerró en el baño y se desnudó. Miró en el espejo su cuerpo delgado y fibroso, pintado con los morados del día anterior. Miró su cara, también marcada, con ojeras que parecían estirarle los párpados inferiores por su peso. Se abrazó a sí misma mientras se mecía entre el cansancio y la frustración. La imagen que le devolvía el espejo le hizo sentir una compasión inmensa. Pero no se permitió hundirse, sabía que, si bajaba la guardia, no se levantaría.
Mientras el agua caliente le quemaba la piel, repasaba mentalmente las pocas salidas que les quedaban. Y toda línea de razonamiento la llevaba hasta él.
Si alguien podía hacer algo porque ellas salieran hacia Viridia en nueve meses, era él.
Y eso era una oportunidad y una condena a la vez.
Se le hacía imposible concebir cómo iba a suplicarle. Le dolía imaginarse a sí misma mendigando, y más aún pensar en cómo él disfrutaría de esa debilidad. Le aterrorizaba el precio que podría tener que pagar.
El que sea. Aunque sea mi vida. Aunque tenga que marcharse Dària sola.
Tras el sonido del agua, pudo escuchar unos golpes en la puerta.
—Mara… ¿puedo entrar?
Era Dària.
Estar con ella era enfrentarse a una conversación todavía más dolorosa. Tenía que saber que la posibilidad de ir a Viridia se estaba alejando más, que era más probable ahora que muriese dentro de uno o dos años. Que muriesen las dos.
—Pasa —le dijo mientras se enrollaba una toalla.
Dària entró y se sentó en un banquito de madera. Se quedó unos segundos en silencio, mirándola. Se fijó en sus brazos desnudos, en los moratones violetas que los recorrían, y frunció ligeramente en ceño antes de hablar.
—Mara… ¿qué ocurre?
Mara suspiró, aún con gotas de agua resbalando por su espalda, y se sentó en la tapa del váter, frente a su hermana.
—Ocurre que no podemos partir hacia Viridia este año.
—Bueno, sé que no tenemos los créditos todavía, pero ahí está el reto, ¿no? Conseguirlos…
—Dària —Mara le puso las manos en las rodillas y la miró fijamente— no hay pasajes hasta el 2123.
—¿Cómo?
—Que está todo ocupado hasta entonces. No tenemos sitio, por muchos pasajes que pudiéramos reunir…
Dària la miró extrañada, como si Mara le hubiese hablado en otro idioma.
—¿No podemos ir?
—No. Legalmente, no.
Mara quería llorar viendo a su hermana digerir la noticia. Las lágrimas de Dària no llegaban a caer, pero temblaban en sus ojos.
Se abrazaron, y a Mara le dolía tanto el pecho, que pensaba que iba a romperse en dos.
Dària se separó, limpiándose las lágrimas.
—Bueno, pues esto es lo que hay —dijo con una sonrisa rota, temblorosa, más valiente que real—. Me queda un tiempo para disfrutar de la vida… y pienso hacerlo.
Mara no le dijo nada. No quería contarle la idea que tenía en mente. No quería frenos en su carrera por hacer lo que hiciera falta. Tampoco quería ilusionarla con algo que no sabía si funcionaría. Solo asintió, acariciándole la mejilla con una ternura infinita.
Esa noche cada uno se recogió en su espacio, tragándose el cansancio como podía.
Mara comió dos bocados de cena después de secarse y se dejó caer en la cama, aun sintiendo en la piel la quemazón de la ducha caliente.
Cuando el Nexum se activó, dispuesto a despertarlos, ella ya estaba sentada en la cama, abrochándose los cordones de las botas.
Era día de mercado. Un jueves cualquiera. Y, sin embargo, tenía un revoltijo de nervios en el estómago. Hoy podría verlo. Si el Vigilante iba al mercado, podría hablar con él. ¿O no? ¿Se tomaría a mal que ella se acercase a hablarle allí, delante de todos? Fuera como fuese, tenía que intentarlo. Aunque acabara en la celda de escarnio.
Mientras Dària comía tranquila junto a Josep, Mara apenas logró tragar unas cucharadas de la pasta blanca que les vendían para desayunar.
La cabeza le bullía con frases, con planes que temía que se desmoronaran en cuanto él apareciera.
Se ajustó la chaqueta vieja mientras subían por la carretera algo empinada que las llevaba al mercado del sector cuatro. El aire era frío, pero el sol les daba tregua.
Dària caminaba unos pasos por delante, especulando sobre qué venderían esa mañana, pero Mara apenas la escuchaba.
El viejo edificio del mercado emergió entre las calles como una mole de ladrillo resquebrajado.
Como hacían cada vez que iban, intentaron colocarse en los primeros puestos, cerca de la entrada. Ya había decenas de personas caminando por las tiendas improvisadas, entre verduras, tecnología obsoleta o ropa.
Prepararon su pequeña parada desplegando los productos encima de la manta deshilachada.
Mara no paraba de mirar a la entrada. Cada vez que pasaba alguien, su pecho se encogía.
Podría aparecer en cualquier momento. Y ella quería hablar con él.
Nela estaba cerca de ellas en su pequeño e improvisado puesto, trazando líneas rápidas con sus tintas sobre el brazo de un joven.