“Te avisaré para empezar”
El Vigilante, 8 de marzo de 2120
—Si yo soy tu última opción, Mara… estás más jodida de lo que pensaba.
—Lo estoy. Por eso estoy aquí.
El Vigilante se giró con lentitud y caminó hacia su escritorio. Hizo desaparecer la proyección holográfica con un solo gesto y se sentó.
—¿Qué esperas exactamente de mí?
—Dària necesita partir este año hacia Viridia y no quedan plazas —explicó Mara—. Ni para los dos siguientes años.
—Bueno, pues cogedlas para cuando haya.
—Dària se muere.
—Ya… —contestó él, juntando las palmas de la mano frente a su boca— Yo no sé obrar milagros, Brell.
—Tampoco sabes crear medicación y conseguiste la terapia.
El Vigilante sonrió, recostándose en el sillón.
—La nave está llena… Fin de la historia.
Mara sintió un calor subiendo por su cara. Sabía a derrota y era demasiado pronto para ella.
—No me creo que no puedas hacer nada.
—Y si pudiera ¿Qué te hace pensar que lo haría por ti o por tu hermana?
Mara bajó la mirada. Sabía que él las había ayudado con los inhibidores, pero no sabía decir el porqué. No tenía nada con qué rebatirle.
—Ya permitiste que la vida de nuestros padres no valiese nada. No dejes que pase lo mismo con la de Dària.
El semblante del Vigilante cambió. Ya no le divertía. Su mirada era turbia.
—El chantaje emocional no funciona conmigo, niña.
—¿Y qué funciona? ¿Qué tengo que hacer?
—Nada. No puedes hacer nada porque esas naves están completas. Y aun no sé porque sigo perdiendo el tiempo contigo.
Mara tenía el estómago revuelto. Sabía que seguía una vía muerta y, sin embargo, se negaba a rendirse. Porque si aceptaba eso, se acababa todo. Se sintió tan desamparada y perdida que solo supo decir:
—Por favor…
Él volvió a sonreír, pero esta vez no era exactamente burla. Era un pequeño gesto, ambiguo, como si algo se le hubiese removido por dentro. No parecía compadecerse, ni empatizar. Era algo más parecido al cansancio de quien no quiere volver a implicarse y lo está haciendo sin querer.
—Qué decepción, Brell —dijo, al fin—. No te hacía rebajándote así.
Mara achinó los ojos con rabia y vergüenza.
—Está claro que me equivoqué viniendo.
—Eso ya lo sabía yo.
—De verdad, qué asco me das…
Se volvió y avanzó hacia la puerta, pero no se abrió. Respiró hondo, intentando camuflar que estaba al límite. Sabía que ya no le quedaban más opciones aparte de él, pero sentía tanta repugnancia que prefería huir.
—Déjame ir —dijo, sin rodeos.
Él no respondió.
—¿No me vas a dejar salir?
Silencio.
—¿Entonces qué quieres? Si de verdad crees que no debería haber venido, ¿por qué no me dejas marchar?
Se giró hacia él.
—¿Qué haces? ¿Te alimentas del sufrimiento? Cada vez tengo más claro que tienes algo enfermizo conmigo.
Él siguió en silencio, ni siquiera pestañeó, pero hubo un sutil cambio. No fue la postura, no hizo ningún gesto extraño y, aun así, Mara sintió que algo en él había fallado durante un instante.
Pero no le duró... En menos de dos segundos, volvió a ser él. Frío. Controlado.
—¿Y por qué no aceptáis de una vez que las cosas han venido así? Que vuestra miseria es parte del sistema. Que no hay nada que salvar. Solo esperar el final con un poco de dignidad.
—Porque no pienso rendirme. Tengo algo por lo que luchar. Lo siento si tú no lo tienes. Ahora abre la puerta.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque aún no hemos terminado.
Ella bajó los hombros, cansada, y se pasó las manos por la cara.
—¿Qué más tienes que escupirme?
—Brell, no te pases… ¿Por qué te pones tan agresiva? Solo estamos hablando —dijo, irónico.
—¿Por qué me pongo agresiva? Porque mi hermana, lo único que tengo en este mundo de mierda, se-mue-re. Tú no puedes entenderlo porque no tienes ni idea de lo que es amar hasta la última consecuencia —bajó la cabeza y habló para ella misma—. En serio, es que no sé para qué he venido.
—Porque un rey lo puede todo… —sonrió divertido.
Mara lanzó un grito de desesperación y volvió a encararse a la puerta. Él soltó una carcajada.
—Joder, no me negarás que no es cómico… Vienes, pintarrajeas una pared y esperas que te suba en la nave de noviembre. ¿No has pensado que, quizás, lo que puedo hacer es destrozarte la vida? ¿Negarte cualquier pasaje para siempre?
—Ya te he dicho que no creo que lo hagas.
—Me tiene alucinado tu seguridad… Ven aquí.
Ella no quería obedecer tan fácilmente, pero algo en su voz sonaba distinto. Se giró y se acercó a la mesa.
—¿Quieres saber si hay algo? —añadió él— Puede que haya una vía. No oficial. No visible. Muy poco usada.
El miedo y la esperanza se entremezclaron en Mara, solidificándose en su pecho y su garganta. Sintió unas ganas tremendas de llorar.
—¿Qué tipo de vía?
—Mira… Ha vuelto la Mara dócil… Eso está muy bien.
—¿Qué vía? —le repitió ella intentando ignorar su sarcasmo.
—Una que puedo forzar si alguien vale la pena. Solo lo he hecho una vez en quince años.
Todos los sentidos de Mara estaban enfocados en lo que iba a decir.
—Cuando alguien con un cargo como el mío detecta a una persona que pueda resultar útil, que es fiel —continuó él—, puede recomendarla para formar parte de un proyecto de la Corporación en Viridia. No es una función cualquiera, estarías al servicio del sistema. Observar. Escuchar. Identificar. Marcar.
—Haré lo que haga falta.
El Vigilante no respondió enseguida. Rodeó la mesa con pasos lentos que sonaban más alto de lo que debían. Mara no sabía lo que seguía a continuación, pero fuera lo que fuera, estaba dispuesta a todo. Él se apoyó en la mesa, con una expresión más analítica que nunca.
—Eso dices ahora. Pero probablemente no podrías llevarlo a cabo si no aprendes a controlar esos impulsos de gata rabiosa que tienes.