“Esto es de parte de la Marquesa”
Sesi, 9 de marzo de 2120
A pesar de ser una noche fría, Mara estaba tendida en su cama, sin nada que la cubriese y dando vueltas de un lado a otro, intentando que el sueño la venciera.
Había llegado tarde a casa con toda la intención. Dària le había mandado mensajes al dispositivo, preocupada por la cita en la Atalaya, pero solo tuvo fuerzas para decirle que no se preocupara, que estaba todo bien y que al día siguiente hablarían.
Se le amontonaban las mentiras, las preocupaciones por Dària y Josep, la vida que le esperaba, todo lo que jamás podría vivir con Nela…
Cerró los ojos con fuerza y vio los de Nela, en el momento exacto en que la había mirado antes de que la besara y se sintió caer un poco más. La imagen se desvaneció en su mente para dar paso a otra: el Vigilante, en su trono, mirándola con esa expresión depredadora y hambrienta que tanto la anulaba.
Se pasó las manos por la cara húmeda de sudor y decidió que tenía que hacer algo con esa maraña de sentimientos, miedos y contradicciones que la estaban devorando por dentro.
Se levantó y se vistió a oscuras, intentando no molestar a su hermana. Solo cogió el patinete, no quería darse tiempo para arrepentirse.
No tardó más de veinte minutos en llegar a los Márgenes y escondió el patinete en el mismo sitio que la última vez. Desde allí ya se percibía el bullicio viscoso de la planta Omega.
El frío le endurecía el sudor de todo el cuerpo, convirtiéndolo en un escudo. En su mente perdida, un diálogo interior ansioso la golpeaba:
—Pero ¿dónde coño vas, Mara?
—A sacar provecho de todo este dolor.
—Vuelve otro día, cuando esté Nela.
—No hay tiempo. Tengo que conseguir pagar los pasajes.
Mientras caminaba hacia el peligro, buscaba razones para justificar el castigo que iba a autoimponerse para dejar de mentir, para dejar de sufrir, para dejar de sentir.
En el horizonte empezó a dibujarse el perfil de la planta. Un aura anaranjada la envolvía separándola del resto del mundo. Y cuanto más se acercaba Mara, más sentía su pulso infernal.
Entró por el agujero al que llamaban entrada y se encontró con una escena similar a la que vio la última vez. Gente tirada en el suelo, rota por el Somnex, como un preludio de lo que se podría encontrar en el interior.
Unos pasos más, y sus fosas nasales reconocieron la amalgama de olores de la hierba fermentada, el metal, el aceite y la madera quemada.
En la linde con la sala principal, se sumergió por completo en el ambiente titilante, lleno de gritos, música y silbidos. Sintió el temblor en sus piernas, pero una voz tozuda la empujó a avanzar sin miedo, sin Rexa, sin Nela.
El círculo de peleas seguía vibrando y latiendo como la otra vez, lleno de bullicio y acción.
Sin querer mirar demasiado, se encaminó a la derecha, a los aposentos de la Marquesa. Directa a ofrecerse, sin ayuda física o emocional.
Por cada peldaño que avanzaba, su corazón latía mil veces. Ya no tenía saliva que tragar y parecía que el aire no quería entrar a sus pulmones. Casi al final de la escalera, paró y volvió la vista hacia el círculo. Se estaba arrepintiendo.
—Vuelve a casa, Mara. Hoy no es el día.
—Necesito los créditos.
—Y Dària te necesita viva.
Apretó la barandilla metálica con fuerza y se animó a continuar. Ya en la puerta, sus nudillos golpearon automáticamente, sin responder a razón alguna.
Esta vez no abrió el chico del brazo biónico, sino el de la cara llena de cicatrices.
—¿Qué quieres?
—Pelear.
El tipo le dedicó una sonrisa torcida mientras la escrutaba de pies a cabeza. Se apartó para dejar pasar a Mara.
—Ah, sí… Eres la que hizo que la Polluela no volviese más…—siguió sonriendo.
Vio a la Marquesa nada más entrar, en la mesa en donde preparaban el Somnex y las mezclas secas. Estaba examinando unos cilindros cuando levantó la vista. Sonrió abiertamente.
—Hombre la loba flaca… No pensaba que fueras a volver tan pronto…
Rodeó la mesa y se acercó a Mara.
—¿Vienes a pelear? —Le acarició una mejilla.
Mara se envaró ante el contacto.
—Sí.
—Relaja, niña. Las peleas son abajo.
Le dio la espalda a Mara y caminó hasta su sillón. Una vez sentada, le indicó que se acercase.
—Las chicas que tengo hoy están muy preparadas...
La has jodido, Mara. La has jodido.
—No me importa.
—Mmmm… Por supuesto. Las lobas no le hacen ascos a nada.
La Marquesa se acomodó en su sillón con un gesto de desagrado. Fue muy sutil, pero suficiente para que Mara sintiera el rechazo.
—Las lobas no le hacen ascos a nada —repitió, arrastrando las palabras—. Aunque algunas todavía necesitan quien las cuide.
Clavó en ella una mirada afilada.
—Tu niñera no ha venido esta noche, ¿no?
Hablaba de Nela, y eso a Mara la desarmó. ¿Por qué debería importarle si su amiga la defendía o no? No le contestó. Solo levantó la cara, mostrándole su orgullo. —Lástima. Últimamente parecía tan atenta… —La Marquesa desvió la mirada, casi con desgana.
Miró al de las cicatrices y chasqueando los dedos dijo:
—Métela con Sesi.
Mara miró de reojo y vio cómo el tipo enarcaba las cejas sorprendido. La Marquesa sonrió divertida.
—Tiene hambre.
El de las cicatrices asintió y le hizo un gesto a Mara para que lo siguiera.
—Buena suerte, lobita. No sé si nos volveremos a ver… —oyó a su espalda.
Mientras bajaba la escalera metálica, se disoció. Ya no eran sus piernas las que la guiaban hacia el dolor; eran desconocidas. Los sonidos llegaban deformados, y las imágenes se ondulaban en tonos naranjas y ahumados. La voz del hombre la ancló, en parte, a la realidad.
—Venga, flor. No te me pongas nerviosa.
Al llegar al borde del círculo, el tipo se acercó al del brazo biónico. Intercambiaron unas palabras acercando las cabezas, un gesto con la cabeza hacia Mara, un dedo dirigido a un rincón. Allí había una mujer musculosa, con un moño alto y el cuerpo visible con cicatrices viejas que golpeaba un saco improvisado. A Mara le quedó claro que esa era Sesi.