Lo que queda atrás

Viva de milagro

“Estás viva de milagro”

El Vigilante, 2 de abril 2120

Mara intentaba atrapar todo lo que llegaba a sus sentidos, pero, cuando empezaba a procesarlo, se le escurría.

Sentía a su cuerpo suplicar. Cada parte ardía, como si la estuvieran quemando desde dentro y cada señal que alcanzaba su cerebro, lo diluía un poco más.

No alcanzaba a entender qué estaba pasando. Alguien le sonreía desde una baranda metálica. Le golpeaban con un martillo. Perdía a sus seres queridos. Estaba envuelta de impotencia, dolor y miedo.

¡Mara!

Una niña sollozaba. Unos brazos la cargaban, clavando agujas dolorosas por cada poro de su piel.

Le sangran los oídos y la nariz, no creo que podamos hacer mucho por ella.

Las palabras del hombre volvían a golpearla a martillo.

Su cuerpo se mecía en unos brazos tensos, a punto de desfallecer.

Volvió la negrura del pozo. Cayó, cayó, cayó.

Està muriendo, no podemos llevárnosla a casa. Es una condena.

Una voz la desechaba.

Papá, ¡por favor! ¡No la dejéis ahí!

La niña seguía desgarrada.

Sintió el frío traspasarle la piel. El asfalto era duro y húmedo.

Lo siento mucho.

Una lágrima le acarició la frente.

Y después, llegó a un océano oscuro que se extendía por el espacio y el tiempo.

Flotó en la negrura durante lo que podrían haber sido horas, días o años, hasta que volvió a sentir.

Escuchaba un leve zumbido y brazos hidráulicos. Alguien hablaba a lo lejos, olía a desinfectante y a yodo. Una mano metálica le hurgaba las entrañas.

Y volvió al océano sombrío. Esta vez no era tan negro y parecía más ligero, pero igualmente sus olas la atraparon sin darle ninguna oportunidad.

El horizonte clareaba e intentó llegar como fuese. Allí sonaba una voz robótica amortiguada, como si viniese de debajo del agua.

—…estimulación neuronal creciente. Las señales cerebrales han aumentado un veintiocho por ciento en las últimas horas.

Nadie contestaba. Mara quería moverse, preguntar, salir de aquel lugar que empezaba a agitarla con un fuerte oleaje.

—Y eso ¿qué significa?

La voz que acababa de hablar era humana, grave, áspera. Y conocida.

El Vigilante.

Mara sintió cómo su corazón redoblaba en su pecho. Su cuerpo seguía a merced de ese océano, pero su mente se iluminó, al menos lo justo para entender que no estaba sola.

La voz robótica volvió a hablar.

—Está despertando. Lentamente, pero de forma constante.

—Aseguraos de que no sufra ni un segundo. Si hay algo que podamos hacer por su bienestar, hacedlo. Todo. Y avisadme en cuanto despierte.

Aquellas palabras, flotando en el ambiente nubloso, llegaron hasta el fondo de su conciencia como una caricia. No era lo que había dicho, era cómo lo había dicho, sin autoridad, sin alzar la voz, con cuidado y preocupación. Con algo parecido a la ternura.

Para Mara, esa frase fue un abrazo dentro del terror. Aunque no pudiera abrir los ojos, por primera vez en mucho tiempo, se sintió arropada.

Seguía escuchando pequeñas vibraciones y siseos metálicos. Las voces robóticas narraban lo que ocurría, usando tantos tecnicismos que Mara se inquietaba aún más.

A veces sentía pinchazos y el frío fluir por sus venas. Aquellas inyecciones gélidas se repetían cada cierto tiempo, al igual que el dolor profundo cuando algo se metía en sus entrañas.

Hasta que, en un momento dado, algo cambió. Todas las sensaciones se volvían más suyas, más reales, más concretas. Un picor en el pie, una corriente en las yemas de los dedos, una presión en las costillas… Volvía a ser su cuerpo y dolía.

¿Dónde estoy?

Intentó abrir los ojos, pero no pudo. La ansiedad le ordenó mover brazos y piernas, sin éxito. Sentía sus extremidades, pero eran de piedra.

—No se mueva. Está a salvo, pero necesitamos que se mantenga tranquila.

Era la voz robótica de antes. Plana y sin emoción, pero también sin amenaza.

Dadas las circunstancias, Mara solo pudo agarrarse a ella como a un salvavidas.

Se relajó y se dejó llevar. Poco a poco se rindió a su cuerpo, al robot, y, por fin, cuando toda tensión la abandonó, pudo mover levemente los párpados.

La luz la cegó y tuvo que volver a cerrarlos. Cuando volvió a intentarlo, reconoció los contornos metálicos de algún tipo de maquinaria que se deslizaba desapareciendo de su campo de visión.

Cuando pudo enfocar, vio un techo alto y blanco contorneado por una luz cálida, como de atardecer. No escuchaba nada más que los movimientos suaves del robot y un rumor grave y continuo.
Con mucho cuidado, intentó mirar a su izquierda. Un robot con forma humanoide, blanco y reluciente, se movía en paralelo a su cuerpo, escaneándola en silencio. Jamás había visto uno así, tan avanzado, tan nuevo. Detrás, había otro de similares características, que parecía suspendido, en modo de espera.




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