“Estás a mi merced”
El Vigilante, 3 de abril 2120
Un calambre en la pierna la despertó. Al abrir los ojos, reconoció la misma habitación de luz cálida y robots médicos. Al siguiente espasmo, alzó la cabeza y vio que uno de ellos deslizaba una placa inductora a pocos centímetros de su muslo. El músculo se le había endurecido y volvió a relajarse con un temblor.
—No se preocupe —dijo el robot—, es estimulación muscular.
Apoyó de nuevo la cabeza y suspiró.
—¿Qué hora es? ¿Qué día?
—Son las seis y treinta y cinco del tres de abril.
Tres de abril…
Pensó en Dària y Josep y en la angustia que estarían pasando.
—¿Puede darme mi dispositivo? —le pidió al robot.
—No. No habrá comunicaciones hasta que Adric lo decida.
Adric… Por un instante, ese nombre le pareció ajeno al de El Vigilante, como si perteneciera a otra persona buena y protectora. La sensación se deshizo en cuanto recordó que era la misma persona que jugaba con ella, podrida de poder.
Se quedó observando al robot. Movía los brazos con una delicadeza casi humana. ¿Quién en Túria imaginaría tener una tecnología así tan cerca, mientras ellos peleaban por vivir con dignidad?
El siseo de la puerta la sacó de sus divagaciones y Adric entró con paso lento y expresión adusta. De nuevo, la oscuridad de su vestimenta rompió la armonía cálida de la habitación. Llevaba manga corta. Los antebrazos, tostados y con vello oscuro, endurecían su figura.
—Buenas tardes, Mara.
Se sentó frente a ella y cruzó los brazos. Incluso con ella vulnerable y a su merced, él se atrincheraba como si fuera una amenaza.
—¿Cómo te encuentras? —continuó.
—Quiero hablar con mi hermana.
—Lo harás. ¿Cómo te encuentras?
—Ahora.
—Brell, no estás para dar órdenes.
El Vigilante sonrió de medio lado, con expresión cansada.
—Estoy hecha una mierda, ¿te vale? —dijo mirando hacia el otro lado.
—Pues imagínate dónde estarías si no te hubiese recogido.
La frase captó la atención de Mara. Le miró a los ojos, esos que la asustaban y la invitaban a indagar en ellos a la vez.
—¿Dónde estaba?
—Desechada, tirada en un camino… Ese día entré a mi despacho e hice la ronda de avisos. Tenía una notificación de cuerpo abandonado en la carretera de Los Hoyos. Al analizar las imágenes, vi que eras tú. Te mandé un equipo de emergencia autónomo que te trajo aquí.
Mara volvió a desviar la mirada, con disgusto.
—Los sistemas de vigilancia no captaron a los agresores, pero en otras tomas pude ver a unas personas sospechosas que pasaban a toda prisa por una calle cercana, justo a la misma hora.
—¿Quiénes eran?
—Un tal Vila con sus hijos, un chico desgarbado y una niña en los huesos.
—Aura…
—Sí, Aura Vila era la cría. Ellos declararon no haberte hecho nada, solo te cambiaron de sitio, dejándote morir. ¿Qué recuerdas?
Mara cerró los ojos intentando rememorar todo lo ocurrido. Era imposible que la familia de Aura le hiciera daño, pero no recordaba exactamente qué ocurrió… Sí, fue a la planta Omega en busca de créditos. Y sí, ella vio a Aura, a su padre y a su hermano. Pero no fueron ellos los que le hicieron daño, fue en la pelea. Una pelea sin ninguna oportunidad, a punto de morir.
—Entiendo que fuiste a la planta Omega, ¿verdad? —El Vigilante sabía perfectamente qué ocurría en su sector y en sus márgenes.
—Sí…
—Ay, Mara… —se pasó la mano por la cara—. Te dije que los pasajes entraban dentro de tu misión y tú, con tu orgullo, te metes ahí sin pensar en las consecuencias…
Mara apretó los labios. Él tenía razón, pero jamás podría entender los sacrificios que hacen las personas de a pie por su dignidad y por sus seres queridos. Además, ¿qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan preocupado por ella?
No tardó en entender que era una de sus múltiples caras.
—En fin, está claro que no es lo tuyo —prosiguió él—. Estoy seguro de que no llegaste ni a rozar a la otra.
Soltó una carcajada humillante. Los ojos de Mara se humedecieron y la tristeza se le atascó en la garganta.
—Vamos, Brell, si es que es de risa. ¿Dónde creías que ibas?
—No tienes ni puñetera idea —le espetó—. Tú vives en tu palacio como un príncipe y no te enteras de nada. ¿Sabes todo lo que se cuece en Omega? ¿Tienes alguna idea de lo que pasa en tu reino?
La cara del Vigilante volvió a la amenaza que aplastaba a cualquiera.
—Eres tú la que no se entera, niña. Sé de sobra lo que ocurre. Sé quién mueve los hilos en cada lugar, lo que se vende, se come o se respira —su rostro cargado de rabia estaba cada vez más cerca del de Mara—. Pero como ya te dije una vez, hay cosas que es mejor dejarlas como están. Además, Omega está ya en los márgenes, no es asunto mío.
Mara volvió a mirar al frente, fatigada por la conversación. Parecía perderse entre recuerdos.
—La Marquesa…
—Sí, La Marquesa y su micro feudo —volvió con la burla.
—Creo que fue ella la que me hizo esto.
El Vigilante entrecerró los ojos. Parecía haber captado toda su atención.
—La Marquesa no pelea desde hace años.
Mara seguía mirando a un punto perdido, mientras desentrañaba sus vivencias pasadas.
—No, pero peleé con una chica que llevaba mazas o algo así. Y me dijo que la paliza era de parte de La Marquesa.
—Eso cuadra más con la versión de los Vila… ¿Qué interés tiene esa en ti? ¿Te conocía?
—Había ido antes a pelear… Nada más.
Mara omitió a Nela. Se guardó para sí lo que sintió cuando La Marquesa se la nombró y cómo sus ojos se encendieron de furia. No quería meter a su amiga por el medio.
—¿Qué les hiciste a los Vila? —intentó cambiar de tema.
—Multados por omisión de socorro. Por tres, además. Tuvieron suerte de que les creí.
—No puedes hacer eso —gimió Mara—. Están ahogados por las deudas.
—Eso es problema suyo. Su misión como ciudadanos era, al menos, avisar de lo que había ocurrido.