Lo que queda atrás

Lo quiero, lo tengo

“Lo quiero, lo tengo”

El Vigilante, abril 2120

Los días pasaron lentos para Mara. Solo pensaba en volver a casa y retomar su vida normal, aunque, divagaba a menudo, esa vida había desaparecido. A partir de ese momento su vida estaría hecha de mentiras, pérdidas y secuelas emocionales.
El segundo día tras su despertar, fue trasladada a una habitación pequeña y acogedora. Por las mañanas se ejercitaba en el gimnasio. Al mediodía comía en la cocina con Tania, cuya humanidad la sorprendió gratamente. Por las tardes leía o pasaba el rato en una sala de juegos en donde podía visitar ciudades ya desaparecidas e interactuar con sus gentes, gracias a un Imsersis. A esa hora, la nostalgia era menos llevadera, imaginando cómo le contaría a Dària, si pudiera, la gran experiencia que era jugar con estas tecnologías.

Entonces llegaba él.

Ahí empezaba el entrenamiento enfocado a su puesto en Viridia. El título era un eufemismo mal llevado: Programa de Integración Cívica Avanzada. Le enseñaba, mediante inmersión integral, a entrar y salir sin ser vista, registrar esquinas y reflejos, contar cabezas, fijarse en manos. Practicaba la forma de andar y la forma de ocupar un sitio. Memorizaba rutinas ajenas, horarios, caras. Hacía informes cortos con patrones y hechos. Discreción, hábitos, constancia.

Una tarde de entrenamiento, El Vigilante cargó en el Imsersis una práctica llamada “Verificación”. En el lateral del campo de visión de Mara, se abrió una ficha con el primer encargo.
“El sujeto sale y entra a intervalos fijos desde hace semanas por el acceso lateral del edificio Tritón.”
Mara se mezcló entre la gente y esperó. El hombre salió, dejó algo en el suelo y volvió a entrar.

—¿Qué ves? —preguntó El Vigilante.

—Está alimentando a un gato callejero.

—Bien. Anótalo como “sin incidencia.”

La banda lateral cambió. “Parque perimetral. El sujeto, supuestamente en proceso de rehabilitación, hace una parada diaria en el mismo banco.”

Mara caminó en paralelo. La mujer llevaba un pantalón de soporte y, a su lado, rodaba un robot de no más de cincuenta centímetros de alto. Dieron dos vueltas y el robot avisó del fin de la serie. La mujer se sentó en el banco para descansar. Repitieron la secuencia exacta y se marcharon por el mismo sendero.

—¿Sospecha? —preguntó El Vigilante.

—No. Es rehabilitación guiada con rutina fija. La parada coincide con sus series. No hay ningún elemento externo que interactúe en el mismo espacio y momento.

—Bien.
El módulo se apagó y Mara parpadeó para acostumbrar su visión a la penumbra de la sala.

No preguntaba mucho, pero se planteaba para qué servía exactamente educarse para perseguir y controlar personas. Viridia escondía más sorpresas de las que hubiera esperado.

En el primer entrenamiento con neutralizadores para sacar a personas del sistema llegó a despersonalizarse por momentos, sintiendo que lo que estaba escuchando y experimentando no era real. En las inmersiones, todo pesaba, olía y se oía como si fuera verdadero. Tenía un pequeño dispositivo que pasaba desapercibido en la mano y con solo tocar al objetivo, quedaba a su merced, colgando en sus brazos.

—Rápida e invisible —oyó la voz del Vigilante que envolvía toda la experiencia.

Tenía que esconderse de cualquier mirada, pero la persona que arrastraba pesaba demasiado. Fue lenta y torpe.

—Así no. Te han visto todos —dijo él, apagando el Imsersis.

Mara se desestabilizó con el cambio brusco. Pasó de sujetar setenta kilos a llevar aire en los brazos.

—Dame tiempo.

—No tienes demasiado. Os marcháis en noviembre, si es que consigues pagar los pasajes…

A Mara le pareció ver algo de burla en su expresión.

—¿Tan mal lo hago? —Mara se dio cuenta de que necesitaba algún tipo de aprobación por su parte para no sentirse inútil.

Él pareció pensar demasiado la respuesta.

—No está mal. Estás aprendiendo rápido.

Experimentó algo parecido a la satisfacción, pero no llegó a saborearla del todo. Tenía la impresión de que cada avance la alejaba cada vez más de su esencia.

—¿En serio tendré que hacer esto con las personas?

—En realidad no es tu función, pero tienes que controlar básicamente todas las intervenciones. Puede que necesites saber hacerlo en algún momento.

Soltó el aire, aliviada. Una cosa era vigilar, espiar, verificar y otra sedar a personas y participar en su encierro o su eliminación.

Cuando terminaban el entrenamiento, Mara se retiraba a su habitación hasta la hora de la cena.
Una de esas tardes, El Vigilante le enseñó en su dispositivo la respuesta de Dària.
“Hermanita… Espero de verdad que estés bien. Te echamos mucho de menos, aquí estamos esperándote”.
Mara sintió las lágrimas escaparse de sus ojos, al mirarlo, él hizo un ademán con la mano, como rechazando su reacción.

—Por Dios, no puedo con tanto drama.
Ella se dio media vuelta, invadida por el dolor, y se marchó a la cocina. Al poco, El Vigilante apareció de nuevo por allí y le dejó mandar otro mensaje a su hermana en el que no le decía mucho más que la otra vez, pues poco podía contarle. Solía cenar sola, pero alguna noche él se sentaba con ella. No intercambiaban más que algún comentario banal, Mara no quería alimentar la confianza que estaba surgiendo entre ambos. Con un Vigilante más atento y menos conflictivo, había dejado de sentir miedo al estar junto a él, pero no quería llegar al siguiente paso que era empezar a dejar de odiarlo.

Algunas noches, después de servir la cena, Tania le preguntaba:
—¿Prefieres que hablemos o quieres comer en silencio?

Esa oferta la hacía sentirse apreciada de algún modo. Algunas veces charlaban de lo que podrían charlar una humana y un androide. Otras, Mara prefería la soledad y Tania se retiraba sigilosamente, respetando su decisión.




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