Lo que queda atrás

Problemas

“Problemas. Eso es lo que pasa”

Adric, mayo de 2120

—Lo primero que haré al llegar será ir a un Imsersis —Dària la miraba emocionada.

Mara sonrió sin levantar la vista de la raíz que estaba recogiendo.

—No me cabe la menor duda.

Dària dio un saltito de emoción y se acercó a su hermana.

—Es todo tan grande que me cuesta creerlo.

—Pues créetelo —rió Mara—. Ya tenemos un pie dentro de la nave.

Dària se agachó a por otra mata, pero volvió a mirar a su hermana.

—Te veo bien últimamente. Como… más ligera.

Mara se encogió de hombros y suspiró.

—Será porque ya está todo encaminado. Por fin.

—Ya… —Dària esbozó una sonrisa tímida—. Estoy muy agradecida, Mara. Muchísimo. No sé cómo voy a devolverte todo esto.

—No tienes que devolverme nada —respondió ella, acercándose para colocarle un mechón detrás de la oreja—. Que estés bien es suficiente.

—Todavía no acabo de entender cómo has conseguido todo esto, pero estoy en deuda contigo para toda la vida.

Mara apartó la mirada.

Dària la abrazó fuerte, pegando la cabeza en su pecho, como siempre que quería buscar refugio. Cerró los ojos un momento, dejándose llenar por aquella sensación de calma futura.

—Josep estará bien con Paula… ¿verdad? Me sabe mal dejarlo.

—Josep estará feliz por nuestra suerte, Dària. No hay nada que le llene más que saber que estamos bien.

Dària la soltó despacio y sonrió.

—Tengo ganas —admitió—. Muchas.

—Yo también.

Siguieron recogiendo brotes, raíces y flores. Una tarea mecánica que les brindaba familiaridad y créditos. Cerca del mediodía, el cielo ya era completamente plomizo y convinieron que ya tenían suficiente colecta.

Después de una amable comida con Josep y un buen descanso, Mara se preparó para su entrenamiento en la Atalaya. Dejaba en casa a la herbolaria y se vestía con la espía, traidora y mentirosa.

Recorrió parte del sector cuatro con su patinete, evitando pasar por las zonas concurridas para no encontrarse con Nela. La desesperaba tener que huir de la persona con la que más ganas tenía de estar.

Aunque ya había ido decenas de veces, no dejaba de sorprenderse por el contraste entre el sector cuatro y el interior de la Atalaya. La puerta trasera parecía el portal a otro mundo o, quizás, a una maqueta burda de una casa de Viridia.

Adric la esperaba en la sala de control. Movía rápido sus dedos sobre las proyecciones holográficas, haciendo cualquier cosa que Mara seguro que aborrecería. Lo miró unos segundos. Los músculos de su brazo se tensaban y destensaban con los movimientos.

—Buenas tardes, Brell.

—Buenas tardes.

—Ven, hoy te enseñaré cómo funcionan los distintos programas de vigilancia en Viridia —dijo, sin mirarla del todo, y tocó el panel para cambiar la proyección.

Mara se acercó a la mesa, sintiendo que su corazón se aceleraba. El último entrenamiento había marcado un antes y un después entre ellos. Había experimentado algo que no podía manejar ni explicar. Cuando estaba cerca de él, una tensión la golpeaba en el vientre, atrayéndola y haciéndola perder el control. Y tenía clarísimo que a él le pasaba lo mismo. Lo percibía en su respiración, en su postura más vulnerable, en su mirada voraz.

Se situó a su lado, los dos frente a la proyección. Adric empezó a explicarle el sistema de triaje y clasificación de la Corporación, que puntuaba a los ciudadanos según sus patrones, logros, pérdidas o relaciones. Él se mostraba hermético, con los brazos rígidamente cruzados.

—Una de tus funciones puede que sea la de la verificación cruzada —le explicó, con voz grave y concentrada—. Necesitas aprender a interpretar los marcadores de peligro social.

Desplegó un nuevo panel en el que flotaban cuerpos de ciudadanos con una ficha detallada a su lado.

—Fíjate en este sujeto —dijo señalando a un chico rubio—. El algoritmo lo clasifica como riesgo financiero alto, pero el riesgo de desobediencia civil es casi nulo. Necesito que me indiques qué está fallando en la clasificación.

Mara se inclinó y apoyó una mano en el borde de la mesa, invadiendo el espacio de Adric. Mientras leía los datos, reparó por el rabillo del ojo en que Adric no estaba mirando la ficha del sujeto. Estaba mirándola a ella. Parecía atrapado por la luz azulada que se proyectaba sobre la cara de Mara.

Ella se giró, clavando sus ojos en los de él. El segundo que duró el encuentro no terminaba nunca. Perdió el compás de la respiración y le tembló el brazo rígido sobre la mesa. Era un deseo irracional y lleno de vergüenza. Y, tras esa pérdida de control, percibió el fondo de su mirada. Él no la estaba mirando con superioridad, la miraba con necesidad, vulnerable y perdido.

Adric rompió el contacto. Su rostro se encendió en un rubor incómodo y, con un gesto brusco, intentó recuperar la compostura.

—El fallo no está en mi cara, Brell —espetó irritado, desviando la mirada hacia la ficha—. ¿Qué te pasa?




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