El eco del susurro todavía vibraba en la mente de Luan cuando él y Mara corrieron hacia el borde de la plaza. La grieta seguía abriéndose, lenta pero constante, como si algo desde abajo empujara para llegar a la superficie.
—No podemos quedarnos acá —dijo Mara, tironeándolo del brazo.
Pero Luan no la escuchaba del todo. El amuleto seguía ardiendo en su mano, y aunque una parte de él quería tirarlo lejos, otra parte—una más profunda y difícil de ignorar—le decía que debía mantenerlo cerca.
—¿Qué significa “descender”? —preguntó Luan, sin despegar la vista del suelo.
—Significa que te estás metiendo en un lío enorme —respondió Mara—. Y que no vamos a bajar solos.
Los vecinos del pueblo ya se habían alejado bastante, algunos refugiándose dentro de sus casas, otros intentando llamar a alguien que pudiera explicar lo que estaba pasando. Pero no había explicación lógica para aquello. La grieta se detuvo de golpe, como si la tierra hubiese decidido abrirse solo lo suficiente.
Un silencio pesado cayó de nuevo.
—Luan… mirá —dijo Mara en un murmullo.
Al borde de la grieta, algo metálico asomaba entre la tierra. No era una roca, ni una herramienta caída. Parecía… una estructura.
Luan se acercó con cautela y apartó trozos de tierra húmeda. Lo que emergió era una especie de marco de piedra, tallado con símbolos similares a los del amuleto: espirales, líneas que se entrelazaban, figuras geométricas que daban la impresión de moverse si uno las miraba demasiado tiempo.
—Esto no puede ser real… —susurró Mara.
Pero lo era.
Y lo peor: estaba incompleto. Faltaba un círculo justo en el centro del marco, un espacio vacío del tamaño exacto del amuleto.
Luan sintió un escalofrío recorrerlo.
—No lo hagas —advirtió Mara, adivinando lo que estaba pensando.
—No voy a… —empezó a decir Luan, pero el amuleto vibró de nuevo, tan fuerte que casi se le escapó de la mano.
Como si estuviera tratando de colocarse por sí mismo en aquel hueco.
Un tercer retumbo sacudió la plaza. No tan fuerte como los anteriores, pero suficiente para hacerles perder el equilibrio. La tierra vibró… y entonces lo escucharon.
Un golpe.
Desde abajo.
Luego otro.
Como puños enormes empujando una puerta que llevaba demasiado tiempo cerrada.
—Luan —susurró Mara, retrocediendo lentamente—. Sea lo que sea… no quiere que subamos. Quiere que bajemos.
El amuleto brilló con un destello cegador, iluminando la grieta y los símbolos. Y por primera vez, Luan entendió que no estaban abriendo algo.
Estaban respondiendo a un llamado.
Y la entrada… estaba casi lista.
Editado: 21.11.2025