Lo que queda después del invierno. Un lugar para renacer

Capítulo 1

Nella

Tres años antes

Inicio del flashback

Mi vida ha sido tal como la soñé... o mejor dicho, como la planeé a los 16 años. Sí, a esa edad ya había ingresado a estudiar Psicología. Y sí, lo sé, en aquella época me etiquetaban como "nerd". Dediqué cada minuto de mi adolescencia al estudio.

Hoy, con 31 años, soy neuropsicóloga infantil. Eso ya lo saben. Lo que no saben es que estoy a punto de dar un salto al vacío: comenzar de cero en otro país, con otro idioma y, como si no fuera suficiente, mudarme con mis padres, a quienes he visto apenas un par de veces al año en los últimos 15.

No me malinterpreten. No soy una mala hija ni ellos malos padres. Pero cuando amas lo que haces y, además, eres hija de un diplomático con una agenda aún más ocupada que la tuya —y eso ya es decir bastante—, compaginar las vidas se vuelve complicado.

En fin, estoy a punto de romper con la estructura de la que tanto hablamos en consulta. De abrirme a los cambios, de explorar nuevas experiencias. Quienes me conocen saben que no fue una decisión fácil, pero las circunstancias me llevaron hasta aquí.

Siempre quise entender por qué la mente y las emociones parecían tan complejas de descifrar... o al menos eso pensaba cuando, a los 12 años, me diagnosticaron trastorno obsesivo-compulsivo. Ese fue mi diagnóstico. Hoy sigo teniendo TOC, pero ahora conozco mi mente, mis emociones y, junto con mi psicoterapeuta, he aprendido a manejarlo. Lo mantenemos bajo control.

Y tal vez se pregunten por qué les cuento esto, si objetivamente soy la "doctora sargento" —como me llama uno de mis pacientes— y rara vez hablo de algo fuera de lo estrictamente profesional. Pero quiero que vean cómo una niña de 12 años, diagnosticada con TOC, logró lo que para muchos es sinónimo de éxito profesional.

Sabemos que los neurodivergentes suelen ser etiquetados como "casos de fracaso" bajo los cánones sociales. Pero estoy aquí para demostrarles que eso es falso. Como padres, ustedes pueden ser el pilar del éxito de sus hijos, así como lo fueron para mí mi padre, diplomático; mi madre, ama de casa; mis terapeutas, médicos, profesores y todas las personas que intervinieron en mi vida.

A pesar de la distancia, mis padres nunca me abandonaron. Siempre fueron mi apoyo y mi guía. Por eso los invito a estar presentes en la vida de sus hijos, a hacer lo que en consulta llamamos "los deberes". Acompáñenlos en cada paso y conviertan sus diferencias en fortalezas. Y no, no vean esto como un discurso motivacional.

Cada uno de ustedes sabe que cuando un niño no encaja en los estándares neurotípicos, suele quedar fuera de la etiqueta de "normal". Aunque, para mí, los estándares de normalidad están obsoletos, como sociedad aún no estamos preparados para discutirlo seriamente.

Al final, el éxito de sus hijos dependerá de qué tan determinados y dispuestos estén ustedes a acompañarlos en su camino.

Guiarlos en cada etapa de su diagnóstico ha sido una experiencia llena de aprendizaje. Mi consejo es que no se desvíen del camino, porque en el futuro sus hijos pueden alcanzar aquello que los haga felices. Y recuerden: el éxito no significa solo ser famoso, obtener un doctorado o convertirse en arquitecto. Para mí, el éxito estaba en la neuropsicología, pero para sus hijos puede estar en la carpintería, la agricultura, el atletismo. Puede estar en una universidad o en el dominio de un oficio.

Lo importante en esta etapa es incentivarlos a vivir experiencias significativas que los ayuden a encontrar su verdadera pasión. Mis padres me dieron esa oportunidad: jamás impusieron expectativas sobre mí. Me brindaron las herramientas para descubrir lo que quería ser y me permitieron tomar mis propias decisiones.

Antes de finalizar, quiero agradecer al Dr. Valverde por darme la oportunidad de vivir esta experiencia y, a su vez, aprender de cada uno de sus hijos.

Voy a dejar hasta aquí mi discurso, que al final sí terminó siendo motivacional. Ahora, abriremos el micrófono para sus preguntas…

Fin del flashback

Recordar aquel día, tres años atrás, me llena de nostalgia. Todo el tiempo que viví en España, especialmente en Madrid, trabajando en la fundación y en el hospital mientras hacía mi especialización, fueron años maravillosos. Pero el retiro de mi padre para cuidar a mamá fue una señal clara de que debía detenerme y replantear mi vida. La distancia a la que nos habíamos acostumbrado ya no era una opción.

Siempre fui una mujer fuerte y determinada, tal como ellos me criaron, pero mi corazón me decía que debía regresar a casa. Y así lo hice. Dejé atrás una vida exigente, llena de afanes, empacada en dos maletas, para mudarme a un pequeño pueblo a casi 40 minutos de Múnich. Ese fue el lugar que mis padres eligieron como su último hogar después de recorrer el mundo durante 35 años.

Hoy, frente a sus tumbas, reconozco que estos tres años fueron de los mejores de mi vida. Dejé de lado mis planes para acompañarlos en sus últimos años juntos, y ahora que ambos se han ido, no sé exactamente cómo seguir. Ellos eran mi única familia.

Volver a Madrid y retomar mi trabajo en la fundación es una posibilidad evidente, pero hay algo dentro de mí que pesa cada vez que pienso en esa opción. Durante dos semanas he ignorado los correos y llamadas del Dr. Valverde. No he sido capaz de vender esta propiedad, renunciar a mi trabajo en la clínica de Múnich ni comprar ese pasaje de avión que me lleve de vuelta.

Siempre me he considerado una mujer pragmática, pero en este momento no encuentro respuestas. He decidido no moverme hasta estar segura de lo que realmente quiero hacer. Este lugar podría ser el sueño de cualquiera, pero para mí no ha sido así. Al principio, el trabajo en Múnich fue un reto; poco a poco encontré mi espacio y, hoy día, es satisfactorio. El chalet que me dejaron mis padres es precioso, pero desde su muerte, hace un mes, no logro poner mi vida en orden. Sé que estoy atravesando un doble duelo, y es normal que mis emociones y pensamientos estén fuera de control.




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