Lo que quiero para navidad, eres tú

3. ¿Y sí hacemos un muñeco?

JAXON FORD

—¿El extraño mundo de Jack es una película de Halloween sobre navidad? ¿O una película de navidad sobre Halloween? —preguntó la chica llevándose un trozo de pollo agridulce a la boca.

—Niña, no hagas preguntas que harán nuestras cabezas exploten —respondió Jax dándole un mordisco a su rebanada de pizza.

La película en cuestión estaba reproduciéndose en la laptop de Jax, pero ninguno de los dos le prestaba atención. Se encontraban sentados en el espacio entre su escritorio y la pared ventana de su oficina, la alfombra amortiguaba sus traseros y la nevada que había disminuido de intensidad adornaba su vista. Jax tenía la espalda recargada contra el escritorio y Liv la tenía contra el cristal de la ventana.

A su alrededor, estaba acomodado en el suelo su banquete navideño: cajas de comida china, dos cajas de pizza tamaño pequeño abiertas, una cubeta de pollo Kentucky y el pastel de frutas. También había platos desechables con golosinas, un plato con pasas con chocolate, otro con chips y otro más con gomitas en forma de pandas.

—Arrójeme un pandita —pidió la chica cuando su corto brazo no alcanzó el plato.

—Puedo pasártelo.

—Eso no es divertido —abrió la boca.

Y Jax arrojó la gomita, atinando directo en el blanco.

La chica masticó alzando un pulgar.

Esta no había sido la navidad que había planeado, pero le gustaba, le gustaba la espontaneidad de su pequeño festejo, había sido más espontáneo esa noche que en todo el año, diablos, quizás más que en toda su vida.

Jax siempre seguía la misma rutina.

Despertar, cepillarse los dientes, bañarse, peinarse, desayunar y vestirse.

Trabajar y luego dos horas en el gimnasio, nunca una, nunca tres.

Leer un libro, dormir y repetir al día siguiente.

Siempre dentro de un horario, siempre con una agenda, la espontaneidad estaba fuera de sus capacidades. Le gustaba a corto plazo, la rutina le daba orden y control, dos cosas que lo hacían sentir seguro, pero a la larga, sentía que lo mataba lento.

Esa noche había sido como una inyección de felicidad directo en las venas.

Bueno, esa noche, y cada conversación e instante que había compartido en compañía de Liv durante ese ultimo año y medio en la oficina.

La chica era energía y vitalidad contenida en una sola brillante mujer.

La admiraba, la envidiaba.

El celular de la chica vibró y su pantalla se iluminó. No quiso ser intrusivo, pero por instinto miró la pantalla un instante. La palabra “Papá” brillaba en letras blancas.

Liv presionó colgar y continuó comiendo.

—Puedes contestar si lo necesitas.

La chica suspiró.

—En otro momento, creo que es lo mejor.

La repentina tristeza en sus ojos lo hizo preguntar por impulso.

—¿Está todo bien?

La chica lo miró y sus delgados hombros bajaron.

—¿Promete no juzgarme si le cuento todo?

—Jamás lo haría —respondió honesto—. Y puedes tutearme, estamos fuera de horas de trabajo. Llámame por mi nombre, si así lo prefieres.

La chica lo pensó un momento y asintió.

—No perdí mi vuelo a casa, Jaxson —la chica bajó la mirada—. Sólo no quise volver.

Liv revolvió su comida con los palillos chinos.

—Se suponía que saldría esta mañana, antes de que la tormenta empeorara, así que empaqué las cosas, preparé los pasaportes, pero sólo no pude salir. Al final mejor regresé al trabajo y me distraje, luego la tormenta comenzó, tú me encontraste y… —extendió las manos—. Estamos aquí. Por eso no quiero responderle a mi papá, me conoce bien, si le digo que la tormenta me impidió viajar, sabrá que mentí con sólo escuchar mi voz.

—¿Por qué no quisiste pasar la navidad en casa?

—Porque —la chica respiró profundo—. Es una larga historia.

—No tengo a donde más ir y me sobra el tiempo. Si quieres hablar, te escucho.

La chica sonrió en gratitud y miró sus propias manos.

—Hace un año, mi madre comenzó a actuar muy extraño —explicó—. Se le olvidaba donde estaba su propio cuarto, se confundía en el camino al trabajo y en una ocasión olvidó cerrar la llave del lavaplatos, terminó inundando la cocina.

Jax sospechaba a donde iba su historia, pero no interrumpió, le permitió desahogarse.

—La llevamos a evaluación psiquiátrica cuando tuvo un ataque de pánico en nuestra sala por no reconocer donde estaba. Después de un largo periodo de evaluación, la diagnosticaron con Alzheimer temprano.

La respiración de Liv se volvió entrecortada y temblorosa.

—Entonces hicimos retroceso y nos dimos cuenta de que mamá había mostrado síntomas desde antes. Habían sido manifestaciones pequeñas como olvidar donde puso su celular o las llaves, pero eso le pasa a cualquiera, por eso no le dimos importancia.

Liv calló un momento, como si tratara de recolectar compostura, Jax nunca la había visto así, tan herida y frágil, le dolió.

—El doctor dijo que no se podía predecir cuanto tiempo tomaría para que el Alzheimer consumiera por completo su mente, dijo que a la mayoría de los pacientes les toma años, a veces décadas, por eso lo llaman “el lento adiós”.

Tragó saliva.

—Para San Valentín de este año mi madre ya no recordaba el nombre de mi hermana, para el 4 de julio ya no recordó el mío, cuando llegó Halloween no recordaba ni su propio nombre.

Jax no podía ni siquiera ponerse en su situación, el sólo imaginar a su madre pasar por eso mismo hacía que sus manos temblaran. Debía ser uno de los peores dolores para un hijo.

—Me duele verla así, mi madre, la persona más brillante y fuerte ser consumida por algo que ni ella ni nadie puede detener o controlar —Liv continuó—. Había momentos de lucidez, donde ella volvía a ser ella misma y entendía la situación. En esos momentos yo pude ver el horror en sus ojos. Y no pude soportarlo, me ponía en su lugar y no podía ni imaginar el miedo que debió sentir al saber que estaba desapareciendo poco a poco dentro de su propia mente.




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