Lo que quise hacer mejor

Hope

Lo Que Quise Hacer Mejor

Nunca imaginé que un solo encuentro pudiera cambiar la forma en que veía el mundo. Desde el primer día, su presencia fue como un amanecer inesperado en una noche sin estrellas. Me enseñó lo que era el amor, no con palabras, sino con gestos, con esos pequeños detalles que, en su momento, tal vez no supe valorar lo suficiente.

Hay tantas cosas que desearía haber hecho mejor. Desearía haber escuchado más y hablado menos, haber comprendido sus silencios en lugar de intentar llenarlos con palabras innecesarias. Desearía haber dado el espacio que necesitaba sin temer que la distancia significara olvido. Pero sobre todo, desearía haber sabido amar de la manera en que ella lo necesitaba, y no solo de la forma en que yo sabía hacerlo.

El cambio que trajo a mi vida fue como una tormenta de verano: repentina, intensa, pero hermosa en su caos. Me mostró colores que nunca había visto, emociones que nunca había sentido con tal profundidad. Me dio un hogar en su abrazo, una paz que no había encontrado en ningún otro lugar. Y cuando se fue, me dejó en un desierto sin sombra, sin dirección, solo con el eco de todo lo que alguna vez fuimos.

El dolor de su ausencia no fue inmediato. Al principio, fue un vacío sutil, un eco que se extendía en las horas de la madrugada, en los lugares donde solíamos estar juntos. Luego, se convirtió en una herida abierta, en un dolor que ni el tiempo podía apaciguar.

Hubo noches en las que el insomnio me consumió, en las que quise encontrar una forma de liberar el peso en mi pecho. No podía gritar, no podía llorar más. Y así, una noche, golpeé con toda mi fuerza el camión con el tráiler de hierro oxidado. No una, ni dos veces, sino hasta que mis nudillos se rompieron, hasta que la sangre cubrió mis manos y el dolor físico se convirtió en un refugio. Era lo único que me hacía olvidar el otro dolor, el que ardía dentro de mí, el que no tenía cura.

Pero por más que mis nudillos sangraran, por más que intentara ahogar el dolor con golpes, ella seguía ahí, en cada sombra, en cada recuerdo que mi mente se negaba a soltar. Porque cuando alguien se convierte en parte de tu mundo, arrancarlo deja grietas que nunca desaparecen por completo.

No sé si algún día dejaré de lamentar las cosas que pude haber hecho mejor. Tal vez el amor no se trata solo de lo que sentimos, sino de lo que estamos dispuestos a aprender para amar de la forma correcta. Y aunque ya no esté a mi lado, aunque el tiempo avance sin pausa, su huella permanecerá en mí, en lo que fui, en lo que soy ahora.

Porque hay personas que no se olvidan, no importa cuánto duela recordarlas.

Lo Que Debí Hacer Mejor

Escuchar más allá del silencio

Me costó entender que a veces el silencio no significa tranquilidad, sino que grita más fuerte que mil palabras. Ella no necesitaba frases adornadas ni promesas vacías, sino alguien capaz de entender sus pausas, sus miradas lejanas, esos momentos en los que se encerraba en sí misma esperando ser rescatada sin tener que decirlo. Recuerdo sus ojos suplicantes, tan callados como intensos, pidiéndome sin voz lo que no fui capaz de darle. Hoy entiendo que debí haberle ofrecido un hombro antes de que me lo pidiera, haberle regalado un abrazo antes de que su cuerpo lo reclamara en silencio. Ahora solo quedan ecos de oportunidades perdidas.

Darle espacio sin soltar su mano

Pensé que aferrarme fuerte era la mejor forma de mostrarle cuánto me importaba, pero ignoraba que apretar demasiado es igual que soltar sin querer. Mi amor fue como una jaula dorada que la mantenía segura pero atrapada, sofocada bajo mis buenas intenciones. Creía que si soltaba su mano, la perdería para siempre, sin darme cuenta de que aferrarme demasiado solo rompía lo que intentaba proteger. Ahora que el vacío entre mis dedos es inmenso, desearía haber confiado en que nuestro amor resistiría cualquier distancia, incluso la que yo mismo tenía miedo de darle.

Mostrarle mi amor como lo necesitaba

Yo sabía expresar mi amor con palabras claras, frases adornadas, y promesas sinceras. Pero para ella, las palabras eran efímeras, simples susurros llevados por el viento. Ella amaba con acciones, con hechos, con detalles pequeños que guardaba como tesoros. Y yo, ciego en mi propia manera de amar, ignoré lo que ella buscaba en mí. Debí haber aprendido su lenguaje, haber cambiado mis palabras por acciones que sellaran el pacto de nuestro cariño. Ahora, cada frase romántica se convierte en reproche silencioso, cada recuerdo una cicatriz que grita lo que no supe entender a tiempo.

Ser paciente sin presión

Mi prisa por amarla fue mi condena. Intenté darle todo lo que tenía de golpe, como si el tiempo fuera enemigo y no un aliado. Presioné sus límites, buscando confirmar lo que ya sabía, sin permitir que ella respirara en nuestra historia. Quise tener su corazón en mis manos tan rápido, que no me di cuenta de que el amor no se conquista arrebatando, sino esperando, cuidando, cultivando. Hoy entiendo que al apresurar el paso, rompí la magia que lentamente nos habría unido. Ahora veo que mi impaciencia fue el filo con el que yo mismo corté las alas de algo que pudo haber volado alto.

Comprender sin juzgar

Cuántas veces me pidió entenderla sin juzgarla, mirarla sin pretender que encajara en lo que yo consideraba correcto. Me pedía comprensión, me pedía aceptación. Me entregaba su vulnerabilidad, confiando en que yo protegería sus heridas en lugar de exponerlas. Pero en mi deseo de arreglar todo, olvidé que lo único que necesitaba era alguien que la amara rota, imperfecta, hermosa en sus grietas. Ahora entiendo que el amor no arregla heridas pasadas, sino que las besa suavemente y espera pacientemente a que sanen. Desearía haber sido más su refugio y menos su juez.

Aceptar sus cicatrices




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