—Ya no podré cuidar a Oliver.
La mujer rompió con el cómodo silencio que había en la habitación; el nerviosismo en su voz era evidente.
Eran las once de la noche, el otoño había llegado a Valle del Viento, y haciendo honor a su nombre, había fuertes ráfagas las cuales recorrían las calles, chocando con los árboles; eran tan densas que podían escucharse desde la ventana.
Alberto estaba muy sorprendido; el lápiz con el que estaba calificando los exámenes que le hizo a sus estudiantes cayó de su mano derecha. No esperaba esa noticia de parte de su abuela; estaba completamente inmóvil y las palabras no salían de su boca.
Una parte de él siempre supo que ese día llegaría. Pero nunca estuvo listo para aceptarlo.
—Albertito, sé que es inesperado, pero estoy muy vieja y cansada para seguir con esto —el pesar en su voz se hacía notar—. Yo sé que necesitas ayuda con el niño, pero cada vez soy más inútil. Y los adoro, y agradezco todo lo que haces por mí, pero...
—Lo sé, nana —interrumpió con pesar—. Lo siento, soy yo quien ha estado abusando de tu hospitalidad. Me lo has dado todo durante estos tres años.
Suspiro quitándose sus lentes para leer y poniendo sus dedos en su entrecejo.
—Es que tú sabes que yo no podría confiarle mi hijo a nadie más.
—Lo harías si te abrieras a conocer a las personas.
—No es tan fácil para mí.
—Me preocupa que ya llevas mucho tiempo aquí y aún no tienes ni un solo amigo —se acercó al hombre posando su mano en su hombro.
Alberto solo asintió con los ojos cerrados.
—Entiendo tu situación, pero eso no borra que sea un problema.
—Es que eres la única persona que me da la seguridad para que cuide a alguien tan importante para mí —tomó con cariño la mano de la mujer—. Él no se adapta con cualquiera.
—Es igual a ti.
El silencio volvió a incorporarse entre ellos. Tan pesado e insoportable.
Se mantuvo así hasta que la mujer de cabellos blancos decidió hablar de nuevo.
—Mira, te tengo una solución. —Él le miró incrédulo. —Sabes que no iba a dejar mi trabajo sin buscar un reemplazo. —Sonrió, lo que hizo que las arrugas en su rostro aumentaran .
No respondió.
—Es una chica, la conozco desde hace tiempo.
—No lo sé, nana.
—La adorarás, te lo juro. Ella conoce a Oliver, se llevan muy bien, estamos juntas en las clases de tejido, es la hija de la profesora, somos muy buenas amigas.
—Pero...
—Ya, no seas negativo —le regañó.
Él seguía disgustado.
No era que no le gustara la gente o socializar, ¿le costaba un poco? Sí, bastante. Eso no significaba que lo odiara.
Pero todo con su hijo era complicado; cuando eres padre no puedes darte las libertades de confiar en cualquier extraño que pase por ahí. Por mucho que su abuela la conociera, él no sabía quién era.
—Albertito, sé que te da miedo, pero te juro que ella te encantará si te das la oportunidad de conocerla. Fue profesora; tiene experiencia cuidando niños.
—¿Y por qué dices que "fue"? Si es tan maravillosa, ¿por qué ya no lo es?
—Es complicado, pero no está trabajando y le vendría de maravilla que la contrataras.
—Sé más clara —se levantó de la silla, cruzándose de brazos.
—Bien, esta es la parte complicada —admitió soltando un suspiro, mientras él levantaba una ceja—. Es la chica de la escuela.
—¿Qué escuela? Especifícalo. —Frunció el ceño, molesto por lo absurdo que sonaba; podría ser cualquier chica, este pueblo era pequeño, pero no tan ridículamente diminuto.
—Recuerdas cuando nos mudamos aquí y comenzaste a trabajar, todos en la escuela te hablaban de la profesora que habían despedido hace poco.
Alberto buscó en lo profundo de sus memorias esos recuerdos; era un chisme muy fresco cuando llegó a ese lugar, según solo pasó una semana antes de que se mudara y comenzara a trabajar ahí. Los profesores y padres se la pasaban hablando de esa chica.
Evidentemente, no eran cosas agradables. Más de una vez escuchó que la despidieron por ser "muy promiscua", aunque odiaba ese lenguaje.
A él realmente no le interesó mucho escuchar sobre eso; la vida sexual de la gente no era de su incumbencia y tenía problemas peores como para estar pendiente de la pobre mujer. Igualmente, llego a sentir lástima por ella; era básicamente la enemiga pública de la escuela, e incluso diría que del pueblo. Era realmente triste.
Aunque en este momento sonaría totalmente hipócrita por su respuesta.
—Está bien, y eso es suficiente para comprender que no la deseo cerca de mi hijo —espeto tajante.
No quería ser de ese tipo de persona que se la pasaba juzgando a la gente sin siquiera conocerla; eso no iba con sus ideologías. No le importaba lo que hiciera la chica, pero era evidente que traía problemas con ella y eso afectaría la paz del niño.
—Pero, si ni siquiera la conoces.
—No necesito conocerla. Puede que lo que se diga de ella sea una mentira o algo exagerado, pero eso no quita que sea alguien que tiene polémica en este lugar y más en la escuela en la que va Oliver; no quiero que una persona con tantos problemas cuide de mi niño.
—Dale una oportunidad, ya han pasado años.
—Nana, me la presentaste de la peor manera posible, si es que querías que le diera una oportunidad.
—Bueno, fue una mala manera de expresarme, pero te conozco y tú no sueles ser así con la gente.
—No es un tema que me involucre solo a mí, es mi hijo.
—Dale una oportunidad, Albertito. Ella estudió para tratar con niños; es una chica amable e inteligente.
—Ella puede ser muchas cosas buenas, pero eso no quita que es conocida por una en específico. —Se quedó en silencio de inmediato, por lo mucho que se desconoció a sí mismo.
—Mira —dijo subiendo su tono de voz, ya perdiendo la paciencia—: Ella es tu única alternativa, no tienes tiempo de buscar una niñera, ni siquiera conoces a una mujer en profundidad en este lugar y menos una que cumpla todas las expectativas que "supuestamente" tienes. Yo no te crie así y tú nunca has sido así; estás juzgándola mucho y eso no es propio de ti.
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Editado: 12.06.2025