Su habitación era un desastre; se encontraba tirada en su cama mirando los posters del techo con una expresión de derrota: tantos currículums mandados y ninguno aceptado, era un desastre. El dinero se estaba haciendo poco; sí vivía con su madre, sí tenía un "trabajo" ayudándola, pero eso no hacía más ingresos. Aunque no tuviera tantos gastos, los tenía y esto hacía todo más difícil.
Refunfuñó mientras desordenaba su cabello con rabia; era patética, se tenía lástima y odiaba eso. Afuera de su refugio se escuchaba la típica cumbia que su madre solía poner los jueves en la noche mientras limpiaba. No era una escena muy cinematográfica llorar mientras de fondo se escuchaba como una mujer se había vuelto loca de amor.
Su celular vibró en su mesita de noche, una sola vez; no solía recibir muchos mensajes, así debía ser importante.
Cuando prendió este, su mundo volvió a girar.
El brillo de la pantalla no fue la única razón por la que se iluminaron sus ojos, sino también el mensaje que se hacía relucir en esta.
"Oferta de trabajo".
Saltó de la cama, puso una mano en su boca en señal de sorpresa.
"Trabajo"
—¡Un trabajo! —Su corazón latía, su sonrisa comenzó a hacerse más grande y finalmente gritó— ¡UN TRABAJO!
Comenzó a saltar de felicidad. Todas esas emociones por algo tan simple como una notificación en su celular.
La señora Teresa le había mencionado, de una manera casi sutil, que existía la posibilidad de un trabajo; ella, algo despistada, no lo había tomado muy en serio, pensó que era algo sin importancia, un error, porque ahora esto era real.
—¡Niña, Dios mío! ¿Qué pasó? ¿Por qué gritas a esta hora? —su madre entro a la habitación completamente alterada, con una escoba en sus manos como si fuera un arma.
—¡Mamita! —Carmen corrió hacia ella con una sonrisa enorme. —¡Tengo un trabajo! —canturreo con alegría.
Empezó a girar a su alrededor, dando pequeños saltos y moviendo los brazos como si danzara. Parecía una niña pequeña a la que le habían dado mucho chocolate y por el azúcar no podía dejar de moverse; llena de emoción. No era una imagen muy tierna, más bien era gracioso de ver.
—Ay, me asustas, chiquilla de mierda —dejo la escoba a un lado y llevándose una mano al pecho.— No puedes andar gritando por la casa así, casi me matas del susto... —Se detuvo de pronto, procesando lo que su hija acababa de decir. —¿Un trabajo? ¿Uno de verdad?
—¡Sí, un trabajo! —soltó con tanta emoción que hasta su voz se desafinó, casi temblando de la emoción.
—Mi niña, si esto es verdad, estoy tan feliz por ti, mi amor —la envolvió en un apretado abrazo. Pero la alegría en su rostro duró poco; su expresión se transformó en una de preocupación. —Carmencita, ¿estás segura de que quieres volver a trabajar?
—Obvio, mamá, estoy más que segura y preparada —respondió sin borrar la sonrisa.
Esto era más que un trabajo; era una señal de esperanza.
Pero, a diferencia de ella, María, su madre, mantenía su gesto preocupado. Habían pasado años desde aquel episodio oscuro que marcó a su hija, pero ella aún podía ver, como si fuera ayer, el estado en que Carmen quedó después de todo eso. No era fácil olvidarlo.
—Igual me asusta un poco que lo hagas. ¿De qué es el trabajo? ¿Dónde es?
—¿Te acuerdas de la señora Teresita, de tu clase de tejido? Bueno, tiene un nieto que se llama Alberto. Y Alberto tiene un hijo, Oliver —hizo una pausa —Creo que seré quien lo cuide.
—¿Vas a cuidar a un niño? ¿Vas a ser niñera?—frunció el ceño; se notaba su molestia. —No, profesora.
—Mamá, trabajo es trabajo. Hace años que no tengo uno formal. Ya parezco un parásito en esta casa.
—No me convence. No es para lo que te preparaste toda tu vida.
—Sé que no estudié para esto, y probablemente no gane lo mismo que antes, pero es un primer paso. Necesito volver a empezar, no importa que sea desde abajo.
—Bien, pero sigue sin gustarme. No es que no me alegre por ti, pero sabes que tu papá, que en paz descanse, se rompió el lomo para que fueras una profesional y que trabajaras como una.
—Y se lo agradezco con todo mi corazón. Pero tú sabes mejor que nadie que no he tenido otra oportunidad desde que... —No terminó la frase. No hacía falta.
—Bueno —suspiró María, rindiéndose por el momento—, pero si no te gusta o si pasa algo, no dudes en renunciar.
—Lo haré —respondió tratando de sonar complaciente, vio su celular otra vez, aún no respondía el mensaje—. Tengo que responderle, estoy nerviosa. ¿Qué le digo?
Levanta su mano y le muestra el mensaje a su madre.
—Se ve formal, trata de responder igual de formal.
—Bien, lo intentaré —comenzó a teclear.
"Sí, muchas gracias por la oportunidad, nos vemos mañana".
Frunció el ceño mientras veía ese mensaje; cada vez que lo leía se hacía más raro, así que decidió hacer lo que siempre hacía, mandar la imagen de un ratón. Sí, sonaba idiota, pero estaba nerviosa y al segundo se arrepintió.
—Hice una estupidez —ahora se estaba lamentando mientras entraba en pánico.
—¿Pero qué hiciste? —se había olvidado de que su madre estaba ahí.
—Le mandé la foto de una ratita —susurró, incómoda.
La cara de su madre era indescriptible; parecía a punto de reír, pero al mismo tiempo a punto de golpearla por lo que había hecho.
—Ay, hija, yo te quiero demasiado, casi mucho, pero no vuelvas a hacer eso —su madre soltó una carcajada.
—No se ría, esto es serio.
—Lo siento —se reincorporó.
Sintió cómo su celular vibraba de nuevo.
"Me parece, por favor, ¿podrías mandarme tu currículum?"
Bueno, no había dicho nada por la foto, así que suponía que estaba bien; rápidamente mando el documento.
—Bueno, todo salió bien; me voy a dormir para no seguir arruinándolo.
—Y no te olvides de limpiar este chiquero —dijo, señalando una pila de ropa—. Esto es peor que un basurero.
#8694 en Novela romántica
#1869 en Chick lit
romace amistad rencuentros, enemistad amistad amar en silencio, friends to lover
Editado: 12.06.2025