Tenía un montón de platos que lavar; él era un maniático del orden, todo tenía que estar limpio, organizado y brillante.
Se le notaba demasiado concentrado en su labor, hasta que una voz conocida le sacó de sus pensamientos.
—Fuiste demasiado duro con ella —la mujer mayor le miró con desaprobación.
Puede que sea así, fue un poco (muy) maleducado con ella. Pero no lo aceptaría.
—No creo que lo haya sido. Solamente la traté como cualquier jefe trataría a un trabajador al que va a contratar. —Dejó el plato que estaba lavando sobre el escurridor.
—Ni siquiera quisiste darle la mano —se cruzó de brazos mientras arqueaba una ceja.
—Después sí se la di —se encogió de hombros haciendo un puchero como si no le importara.
—A mí no me importa si lo hiciste después. Cuando ella intentó ser amable, tú no tuviste modales, me hiciste pasar una vergüenza.
—A ella pareció no importarle tanto.
—Es porque es un amor; la trataste como si fuera una molestia, cuando es quien te va a ayudar con tu niño.
—Si le pago, no es ayuda en sí, es un trabajo.
—Si la ibas a tratar así, mejor ni la contratabas.
—Le recuerdo, nana, que yo no la quería contratar. Usted me insistió en que lo hiciera.
—Pero yo sé por vieja, conozco mucho a la gente; es buena en lo que hace. La viste con Oliver; él fue directo a abrazarla, además actuó muy dulce con él.
Bueno, con eso tenía un punto; era raro que el niño quisiera abrazar a alguien y que lo hiciera de manera tan directa. Y es verdad que después de la "mini entrevista" ella se la pasó jugando con el pequeño.
—Aparte, también necesita de tu ayuda — seguía defendiendo su punto.
—Pero yo no la conozco. Todo lo que se sobre ella es malo. — La taza que estaba lavando casi se resbala de sus manos, pero logró rescatarla, haciendo un quejido de molestia cuando lo hizo.
—Pues, conócela, verás que son solo unos tontos rumores.
—No es por lo que dicen los rumores, es porque si ella tiene una mala reputación y cuidara a Oliver, probablemente le arrastrara a esos problemas.
—No creo que a él le importe mucho; la adora, yo lo sé. Se conocen muy bien.
Alberto suspiró, sin saber qué responder, dejando todo el cuarto inundado solo por el ruido del agua cayendo.
Era evidente que al niño le agradaba; no había otra razón como para que la abrazara más de una vez, además de que después de que la contratara, el pequeño volvió y le insistió, a su manera, que ella se quedara a desayunar.
—Ella también ha tenido una vida difícil —su abuela prosiguió.
Seguía sin responder; era obvio que sí, lo había pasado mal, él que ni siquiera se encontraba atento a lo que pasaba a su alrededor, que no fuera su hijo, se había enterado de lo que "hizo". No quería saber lo que sabían o inventaba la gente que sí estaba al pendiente de los malos rumores.
Y se sentía un idiota por juzgarla, ser maleducado y comportarse de manera tan fría.
Sí, él tenía una personalidad un poco apartada; hasta se podría decir que era una persona muy poco sociable y no muy accesible, pero no a un punto de parecer un desalmado. Después de todo, la chica fue amable con él.
—No te estoy pidiendo que sean los mejores amigos, pero sí le pido que haga las cosas amenas para ambos. Por el bien de Oliver. Ella es lo que necesitamos ahora, créeme que no tan solo le hará bien a él.
Dejó de lavar y se quedó mirando la pared frente a él, como si esperara que esta mágicamente le diera una respuesta a todos sus problemas.
Porque sí, debía ser más amable y sí debía dejar de juzgarla tanto; se sentía hasta incorrecto. Por mucho tiempo trató de ser el tipo de persona que dice "vive y deja vivir", pero con su hijo era algo sumamente diferente. Él había sufrido lo suficiente; era como una decoración de vidrio frágil, la cual debía proteger de romperse constantemente.
La vida real era dura y dolorosa; él no quería que Oliver se enfrentara a ella.
—Está bien. —Finalmente habló— El lunes trataré de ser más amable con ella.
—¡Eso es! —aplaudió con una sonrisa de victoria. Pero justo en ese momento escuchó ruidos provenientes de la habitación del pequeño. Creo que desperté a Oliver. Voy a ir a verlo.
Teresa salió de la cocina rumbo a la habitación del niño, dejando a Alberto solo. Cuando vio que el cuarto estaba vacío, sentía la derrota.
Aunque pareciera extraño, la mujer le había llamado mucho la atención. Era llamativa, sí, pero sobre todo irradiaba una energía gigante, como si fuera de muchos colores. Como si llevara consigo un poco de felicidad.
Su corazón latió un poco al verla; era muy dulce e innegablemente linda.
Quizás sí había sido muy duro con ella. Pero la verdad es que ya no sabía cómo comportarse con las personas. No tenía amigos. Y hacía mucho que no se relacionaba con una mujer que no fuera por trabajo. Además su cara de pocos amigos no lo ayudaba a conocer gente.
El sonido del grifo goteando lo mantenía despierto. Las palabras de su abuela resonaban en su mente una y otra vez:
"Ella también ha tenido una vida difícil."
No sabía en qué momento se había vuelto tan desconfiado; él no solía ser así. Antes era relaja, tanto, que no notó cómo lo engañaban frente a sus propios ojos.
La frialdad se había convertido en su escudo. No podía permitirse ser vulnerable otra vez, y la única forma de protegerse era mantenerse distante, mantener el control. Aunque, claro, Oliver no tenía por qué cargar con sus cicatrices.
Secó sus manos con torpeza y se acercó a la ventana de la cocina. La imagen de esa mujer torpe y nerviosa volvió a su mente. Había algo en ella, en esa manera espontánea de moverse, de reír. Algo que se le quedó grabado.
Y ahí estaba el verdadero conflicto.
Era innegable que su hijo adoraba a esa mujer. A pesar de ser poco comunicativo, se podía notar que la miraba como si fuera algo hermoso. Sus ojos se iluminaban, se entristecieron cuando ella se despidió y volvieron a brillar al saber que se reencontrarían el lunes después de clases.
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Editado: 12.06.2025