Lo Que se Dice de los Cuentos

El Hombre que Habló con Dios.

De los cuentos cortos que a veces son largos y de los cuentos largos que a veces son cortos, se pueden decir y hablar muchas cosas.

Todas las cosas pasan por una razón, que en ocasiones, es incomprensible para los ojos incrédulos de la fe y culpamos a todos por nuestros problemas, cuando en realidad, nadie tiene la culpa de lo que es inevitable como la muerte.

 

 

Un hombre permanecía de pie con el rostro desencajado y con mirada muy molesta, mientras contemplaba la luz de la paz eterna.

Entonces escuchó la voz de Dios.

— ¡Hola! ¿Sigues aquí? ¿Por qué no has ido a la luz? ¿Qué sucede ahora?

— ¡Nada, déjame tranquilo! ¡Tú no vas a ayudarme ¿Verdad?, así que vete por favor!

— ¡Siempre que necesitas algo, yo te ayudo! ¡Pero tienes que querer ayuda, si no! ¿Cómo lo hago?

— ¡Ya te dije que estoy bien! ¡Déjame aquí por favor!

— ¡Se que estas triste porque tuve que traerte conmigo! ¡Pero ahora, ella está bien!

— ¡No me hables de ella, ¡tú qué sabes lo que estoy sintiendo, si tú mismo me la quitaste!

— ¡Las cosas no son así!

— ¡Entonces! ¿Cómo son? ¿He? ¿Otro de tus misterios?

— ¡Solo hice lo que tú me pediste, pero no puedes recordarlo recuerdas!

— ¿Yo te pedí que me quitaras la vida? ¿Yo te pedí que ella se quedara sola? ¡Mira, mejor déjame aquí solo! ¡No quiero faltarte al respeto!

— ¡Muy bien, mereces una explicación por lo complicado del asunto! En efecto, tú me pediste que te quitara la vida, después de que ella pidió lo mismo para ti. ¿Quieres que te muestre?

— ¡Has lo que quieras, ya no importa!

El hombre estaba realmente muy disgustado y no tenía intenciones de cooperar, así que Dios apagó todas las luces y apareció en la mente del hombre lo que en realidad sucedió.

Él se miró conduciendo hacia su hogar, donde lo esperaba su hermosa mujer, cuando otro auto golpeo con mucha fuerza el costado de su pequeño vehículo, después de cruzar un semáforo, haciendo que su automóvil volcara y el hombre perdiera la vida.

El hombre miró a su esposa llorando en su propia tumba, y a ella, que imploraba al mismo Dios que se lo devolviera.

Las luces volvieron y...

— ¿Tratas de engañarme? ¡Eso nunca pasó!

— ¡Por supuesto que no pasó, porque el rezo de tu mujer fue tan grande que la escuché e hice lo que me imploró, con tanto amor para ti!

Las luces se fueron nuevamente y el hombre escuchó uno de los rezos de amor más profundo, que se le haya hecho a Dios.

“¡Padre querido, te doy mi vida por la de él, porque él es bueno! ¡Él tiene que cuidar a su madre y a sus hermanos, yo ya no tengo a nadie! ¡Él era lo único que tenía! ¡Devuélvelo para que cuide a su hermanita Ana que tanto lo necesita! ¡Desde que te llevaste a su padre, él siempre supo que hubo una razón para ello!” Las luces volvieron y.....

— ¿Estás comprendiendo?

— ¡No señor!

— ¡Es muy simple, la escuché e hice lo que ella imploró!

— ¡No quiero saber más! ¡No quiero pensar que me devolviste la vida y que ella murió solo por mí!

Las luces se desvanecían de nueva cuenta, mientras que el hombre miraba dentro de su ser, el milagro que Dios otorgó a su esposa.

En el semáforo, antes del gran choque, un mendigo se aproximó al automóvil del hombre, golpeo suavemente el cristal del auto y el mendigo pidió algo para comer.

El hombre giró la cabeza hacia el interior de su vehículo y tomó una charola desechable que contenía dos piezas de pan que su esposa horneó para él y que, sin embargo, no pudo comer por el exceso de trabajo de ese día.

El amable hombre, bajó la ventanilla de su automóvil y dijo al mendigo. “Es tu día de suerte amigo, este pan ha de estar delicioso, me lo preparó mi esposa. ¡Anda, disfrútalo!"  El mendigo tomó la charola y solo dijo, “Gracias señor, mi hijo te lo agradece y Dios te bendecirá por esto"

El hombre giró la vista nuevamente al camino y una anciana caminaba frente a su auto, cuando la luz del semáforo indicaba que avanzara.

El hombre bajó del automóvil y ayudó a la mujer a cruzar la calle, a la vez que el otro vehículo cruzaba velos a un lado del hombre. No hubo choque y el hombre llegó a su casa donde lo esperaba su mujer.

En la mente del hombre pasaron nueve meses. Su amada mujer daba a luz en un hospital, mientras que él permanecía en la sala de espera con su madre, su hermano Javier y su hermanita Anita.

El médico que atendía a su mujer, entró a la sala de espera y el hombre miró en la cara del doctor, la sombra de la tragedia.




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