De los cuentos cortos que a veces son largos y de los cuentos largos que a veces son cortos, se pueden decir y hablar muchas cosas.
Se puede pensar en la espera, en la agradable sensación que produce la llegada de alguien a quien no has visto en mucho tiempo y que con su sola presencia te llena la vida de cálido amor, sin embargo, el tiempo se mide de distintas formas, según si esperas o desesperas por alguien.
Caminando por su eterno y plácido sendero, tupido de frondosos y danzantes arbustos de colores blancos y grises, con frutos pequeños de cristal transparente que vertiginosos y en multitud, caen maduros a lo que ya no es más nunca el Edén, se pasea con andar sereno el majestuoso Emperador Dorado, buscando impaciente por los confines interminables de sus celestes campos a esa dama extraña, que por un sendero distinto al suyo, suele cruzarse ocasionalmente en su camino, llamando la atención de la solitaria y cálida Linterna.
Por la mente transparente del apacible Emperador, una letanía milenaria recorre sus sentidos cada vez más fuerte, en el momento que presagia el arribo de la amada.
— ¡He visto que andas por aquí y por allá navegando en soledad y te he mirado muchas veces desde lejos, lucir tu vestido blanco, de broches oscuros, que brilla a cada paso lento y cadencioso que das, pero escondes tu belleza de mi vista! ¿Dónde estás ahora? Quiero conocerte un poco más—.
Las pequeñas Hadas que acompañan el paseo nocturno de la Blanca Diva, brillan como lo hace el fruto de los blancos arbustos que caen al Edén perdido, pero las Hadas vuelan sobre la noble y hermosa dama que pasea por otro rumbo, buscando la voz luminosa del Emperador Dorado, mientras las pequeñas Hadas, descienden ocasionalmente al mundo de Morfeo, sin tocar jamás el Edén.
Dentro del alma pura de la Blanca Diva, se escucha el arrullador latido de su corazón, que ha adivinado la cercanía del único ser que le cambia el ropaje al besarlo con amor interminable.
— ¡He visto que andas por aquí y por allá y te he mirado lucir tu traje dorado de largos listones de oro que brillan a cada paso seguro y firme que das, pero no me oculto, solamente no me encuentras aún! ¿Dónde estás ahora? Quiero conocerte mucho mejor—.
Las Hadas se han dormido y en las tierras agrietadas y casi destruidas de Adán, ninguno de sus moradores ven los blancos arbustos que danzan con el viento, por el apremio de llegar a ser lo que Morfeo les ha mostrado en su tierra, pero todos en el jardín de Adán, sienten el fuerte abrazo de la Linterna, sin darse cuenta que la Blanca Diva, a él se aproxima, escondida entre la bruma brillante y segadora de los listones de oro del traje del Emperador Dorado.
— ¡Hola mi señor! ¡Nuevamente te veo reluciente!
— ¡Hola mi señora! ¡Otra vez la escucho, pero aún no puedo contemplar su blanco y bello rostro!
— ¡Camino hacia usted, como lo hice hace algunos años! Dígame mi señor ¿Como lo ha tratado el tiempo?
— ¡El tiempo y yo no somos amigos, pero tampoco es mi rival! ¡El tiempo es mucho en cantidad cuando camino solo! Así como se transforma en un vasto océano, las hojas vacías que quedaron del libro de un poeta muerto, pues jamás volverá a llenar de amor los papiros, donde alguna vez, goteó con su enamorada alma y con profundo sentimiento, sangre oscura de su propio corazón, manchando con ágiles garabatos, esas hojas de papel, que morirán vacías sin él. Así mismo es de inmenso el tiempo en su ausencia.
— ¡Entiendo lo que usted dice mi señor! ¡Siento lo mismo! ¡Porque el tiempo es gigante cuando no logro verlo a usted! Así como se convierte en un colosal océano, las lágrimas heladas de la desconsolada musa amante, que, bañada en su propio y tormentoso dolor, pone en la última morada del poeta, el primer sueño que él plasmó en los papiros de aquel libro, ese que nunca más volverá a leer para ella. Así de gigante es el tiempo cuando no lo miro a usted.
— ¡Sin embargo! ¡Permítame decirle mi señora, que El Tiempo es breve cuando a usted la escucho, presagiando nuestro ocasional encuentro! Tal como efímero es un beso obsequiado con pasión absoluta, al que con paciencia infinita ha esperado, para ser recompensado finalmente con la dulce agonía de morir por un segundo y volver a nacer al abrir nuevamente los ojos y mirar de frente al amor. Así de estrecho es el tiempo a su lado mi señora.
— ¡Me alaga su canto mi señor y es verdad su cantar! ¡Tal como lo es ahora que estoy justo a su lado! Así será de breve, como la última vez que bailaron en abrazo eterno los enamorados en el Edén, que no podían amarse ante usted mi señor y lo hacían bajo las alas centellantes de las Hadas que acompañan mi navegar. Así de gentil es el tiempo, que nos da poco de lo que deseamos tanto, para después, hacernos dueños de un ínfimo segundo de cariño, volviéndolo tan largo y valioso, que la espera se vuelve infinita pero justa, pues la recompensa es como un beso del creador.
De los cuentos cortos que a veces son largos y de los cuentos largos que a veces son cortos, se pueden decir y hablar muchas cosas.
La paciencia no es amiga de la espera, pero tampoco es su rival, en ciertas circunstancias, al tener paciencia, la espera nos premia con las sensaciones más hermosas que se pueden sentir.
#12468 en Fantasía
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Editado: 01.05.2021