Lo que siempre fuimos

Capítulo 6 | HUGO

Veinticuatro horas.
Solo habían pasado veinticuatro horas desde que casi volvía a perderla otra vez.

La imagen seguía ahí, grabada en la parte más podrida de mi cabeza: su cuerpo atado a una silla, la mirada perdida, el miedo disfrazado de rabia.

Y yo, sacándola de otro infierno que ella misma había decidido abrir.

EMpezaba a creer que lo hacía a propósito, que le gustaba el riesgo y ponerme entre las cuerdas.

Y, aun así, no sabía cómo dejar de hacerlo. Era incapaz de desentenderme, como ella misma me había pedido.

Cuando Lucas apareció en mi puerta, contra su buen juicio y una expresión derrotada supe que se había vuelto a meter en líos. Que había vuelto a cruzar la línea.

La finca era una trampa desde el primer vistazo.

No hacía falta ser genio para saberlo.

Pero ella…

Ella nunca ve las trampas. Solo ve puertas que quiere abrir.

Apreté el puente de la nariz y cerré los ojos.

El dolor de cabeza era insoportable, pero no era físico

Era mental, emocional.

El roce de su aliento, su piel temblando, su mirada clavada en la mía.

Besarla ya se había convertido en una jodida necesidad y si su estúpido novio volvía a interrumpirnos, le acabaría pegando un tiro en la cabeza.

Apoyé los codos en el escritorio y pasé las manos por el rostro.

Tenía que centrarme. Iba a tener a los Castaño pisándome los talones y necesitaba la mente despejada.

El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos.

—Laura, ahora no… —murmuré sin levantar la cabeza.

Me callé en cuanto lo miré a los ojos.

Julián me observaba con calma. Como si su presencia allí fuera lo más natural del mundo.

—Julián —me puse de pie.

—Tranquilo, Hugo —dijo, levantando una mano—. No vengo a discutir.

Lo miré sin dar crédito.

—Antonella sabe que…

—Sí, claro —respondió con la voz relajada—. Ya he hablado con ella.

Respiré, algo aliviado.

Al menos ahora podría dejar de cometer estupideces y jugarse la vida.

—Entonces no me equivocaba —lo miré con reprobación—. Te escondiste.

—Me amenazaron, Hugo. Me asusté y pensé que si me borraba del mapa creerían que había huido.

—¿Y no contárselo a ella a qué viene exactamente? —crucé los brazos—. Tu hija casi muere buscándote. ¿Eres consciente?

—Lo sé de sobra —replicó con frialdad—. Y también que la salvaste.

El silencio se estiró entre nosotros.

—¿Quieres explicarme qué clase de juego estás jugando? —pregunté bordeando la mesa—. Porque si esto es alguna maniobra tuya con los Castaño, te has pasado de la raya.

—No es un juego. Es supervivencia

—¿Desaparecer y dejar a tu hija creyendo que estás muerto te parece supervivencia?

—Sí —dijo sin titubear—. Si eso la mantiene viva, sí.

Me quedé callado, intentando procesarlo.

—Ese es el puto problema —murmuré al fin—. Que ha hecho de todo menos mantenerse a salvo.

Julián me sostuvo la mirada.

—La conoces —dijo con un cierto punto de escozor—. Sabes que no me hubiera dejado esconderme.

—¿De qué exactamente? Dime —lo encaré—. ¿Qué ha pasado para que de un día para otro los Castaño vuelvan a aparecer en tu vida? Han tenido dos años para vengarse ¿y empiezan justo ahora?

—No lo sé, Hugo —rebatió hastiado—. Tomaba medidas, me puse protección y he estado atento. No parecían moverse y, de un día para otro, todo cambió. Intentaron entrar en mi casa, la misma noche que cenamos juntos, y vi que la cosa era seria.

Me froté la cara. Todo era tan inverosímil que no era capaz de aceptar lo que me decía.

—¿Qué quieres de mí? —pregunté más serio—. ¿Cómo pasas de no dirigirme la palabra a venir aquí a contarme todo esto?

—Sé lo que has hecho por ella y lo que te has arriesgado. Vengo para agradecerlo y porque, aunque no lo creas… estoy harto de seguir guardando rencor.

Chasqueé la lengua. Aquello sí que no me lo esperaba.

—No pretendo que todo vuelva a ser como antes —continuó ante mi silencio—, solo que podamos intentar enterrar las cosas.

Lo miré. Habían pasado dos años, sí, pero conocía a Julián tan bien como a mí mismo.

—¿Qué me estás ocultando? —escupí—. No soy imbécil. No me trates como tal. Vienes como si nada, después de desaparecer como si de un truco de magia se tratara y quieres que me crea que tienes intenciones de recuperar nuestra amistad.

Analizó mis palabras con cuidado.

—Quiero que la mantengas a salvo —corrigió—. Como habrás comprobado, Antonella tiene tendencia a la autodestrucción, y no soy tan egocéntrico como para creer que puedo alejarla de todo esto yo solo. Además, aunque te parezca imposible, sigues siendo de las pocas personas en este mundo de las que me puedo fiar. Al menos en lo relativo a cuidarla.

—Yo ya no formo parte de su vida —le aclaré.

Su gesto se endureció apenas un segundo.

—Ahora eres tú quien intenta tratarme como si fuera imbécil —me reprochó—. Aun con todo lo que pasó, eres a la primera persona a la que ha acudido cuando se ha visto sola.

—Tu hija ahora tiene otra vida —le recordé—. Es a otro a quien tienes que pedir que cuide de ella.

—¿Nico? —preguntó burlón—. No me fío de él, no lo conozco y tampoco me cae bien.

Sonreí, leve, apenas imperceptible.

Toda aquella situación me parecía una grotesca broma.

Mi instinto nunca fallaba y sabía que había algo que Julián se estaba guardando, una razón mucho más potente que esa para que aparcara su enfado y acudiera a mí.

—¿Hay algo más que debas contarme? —pregunté encarandolo—. ¿Dónde has estado todo este tiempo o por qué has decidido aparecer ahora?

—No es momento para detalles —dijo al fin, y esa maldita calma suya no logró relajarme—. Lo importante es que los Castaño se están moviendo.

El silencio se volvió espeso. Julián seguía de pie, sin moverse.

—Tú no estás fuera de peligro —dijo finalmente, con cierto tono de preocupación—. No tardarán en ir a por ti también.




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