Lo que siempre fuimos

Capítulo 8

No sé quién se movió primero.
Solo sé que nos metimos en el hangar, vacío.

Me empujó, con urgencia, contra la pared metálica, esa que aún vibraba con el eco del avión que acabábamos de dejar atrás. El frío del metal me cruzó la espalda y, aun así, ardí.

Me besó con rabia, hambriento. Como si lo hiciera para callarse, para callarme, para callarlo todo.

Intenté resistir, pero no podía hacer más que dejarme consumir por esa necesidad que ambos compartíamos.

Sus manos me sujetaron la cara, después la nuca, después la chaqueta, como si quisiera arrancarla.
Mis dedos encontraron su camiseta y la agarré, porque sentía que sin él me iba a caer de bruces al suelo.
Me sabía a alcohol, a rabia y a él... y eso era tremendamente adictivo.

Bajó las manos por mis brazos, mi cintura, mis caderas, como si necesitara comprobar que seguía ahí: tangible, viva, culpable, suya.

—Hugo, no podemos.. —intenté decir, pero mis labios chocaron con los suyos otra vez.

—Entonces vete —susurró en mi boca—. Porque yo no pienso parar.

Sus besos bajaron por mi cuello, quemando cada rastro de piel que recorrían.
Temblé y lo odié. Por arrastrarme a eso, por no poder resistirme.

Pero él...
Él estaba roto.
Y yo también.

Me tomó por la cintura y me atrajo más, como si quisiera fusionar la rabia con el deseo, la culpa con el hambre acumulada desde hacía años.

Mis piernas parecían no responder y, cuando él lo notó, deslizó la mano por detrás de mi muslo, levantándome de la pared. Lo rodeé por la cintura sin pensarlo, cargando mi peso en sus hombros.

El hangar estaba vacío. Desierto. La puerta lateral estaba cerrada, pero Álvaro podía entrar en cualquier momento. Aun así, ni siquiera esa peligrosa posibilidad logró contenerme.

Lo necesitaba. Llevaba demasiado tiempo necesitándolo.

Cada roce, cada presión, cada suspiro compartido era una chispa que hacía vibrar mis nervios, y el calor de su cuerpo pegado al mío me hacía perderme por completo.

No había espacio para dudas ni temores; el mundo entero se redujo a Hugo, a su calor, a la firmeza de sus brazos que me atrapaban, como si quisiera fusionarnos en un solo instante.

Agarré su cara entre mis manos y me deleité con ese gris cargado de lujuria. Era perfecto: cada curva de su rostro, cada mechón desordenado y cada jodido segundo que gastaba en mirarle me confirmaba que sería algo a lo que nunca podría resistirme.

Lo besé, confirmadole que no pensaba detenerme. Invitándole a perderse conmigo.

Nos chocamos con una mesa de trabajo metálica, manchada de grasa, olvidada en un rincón.

Apoyó su frente en mi clavícula, Mis manos encontraron su pelo, y lo atraje hacia mí. Arrancó mi blusa con una fuerza que terminó por encenderme por completo.

En apenas unos segundos ya tenía mis pechos entre sus manos y su boca prendiéndose de cada uno de ellos. Me retorcí entera, empujandolos más hacia él, sintiéndome empapada con cada una de sus caricias. Mis pezones endureciendose bajo el tacto de su lengua.

Le quité el polo como pude, entre besos y gemidos ahogados.

Volvió a encontrar mi boca, feroz mientras desabrochaba los botones de mi vaquero. Me incliné hacia arriba permitiéndole deshacerse de ellos sin problemas.

Ahí estaba, encima de aquella roñosa mesa, totalmente expuesta a él. Sus ojos recorrieron cada centímetro de mí anatomía y con un fuerte tirón convirtió en trizas la única prenda que todavía conservaba.

Volvió a atrapar mi boca, mientras deslizaba la mano hacia el interior de mis piernas, empapandose con mi humedad, arrancándome un jadeo que se ahogó en su boca.

Sus dedos, ágiles, dibujaban lentos círculos alrededor de mi clítoris mientras echaba la cabeza hacía atrás, percibiendo hasta la médula cada una de las maravillosas sensaciones que me estaba proporcionando.

Bajó de nuevo a mi cuello, pero esta vez no se detuvo, siguió el camino pasando por mis pechos, mientras se acomodaba sobre mi, alzando mis piernas y dejando que la mera expectación hiciera trizas mi estómago.

Deslizó su boca por el interior de mis muslos, repartiendo besos húmedos por cada rincón. Separó mis piernas con suavidad y tuve que hacer un esfuerzo inhumano por no desfallecer cuando sentí su lengua en mi interior, saboreandolo con necesidad, obligándome a mover las caderas inconscientemente, buscando el mayor contacto posible.

Circuló mi clítoris con su experta boca, succionando, recorriendo, trazando caminos y creando una sinfonía de puro placer que se escapaba poco a poco con cada gemido que salía por mi boca. Deslicé los dedos sobre su cabello y lo agarré con fuerza cuando sentí el orgasmo arrollandome.

Me sentía aturdida, nublada, mi cerebro estaba completamente desconectado y solo podía pensar en que aquello no acabara. Necesitaba mucho más.

Agarré su cara y lo acerqué de nuevo a mi boca, mi sabor mezclado con el suyo me elevó de nuevo a las alturas y el deseo no tardó en arrollar con todo sentido común.

Desabroché la cremallera de su pantalón, metiendo la mano bajo el calzoncillo y agarrando lo que tanto anhelaba sentir. Su miembro palpitaba en mi mano y no esperé mas para ubicarlo en mi entrada. Lo miré a los ojos, porque necesitaba que supiera cuánto deseaba aquello, y él no apartó la mirada ni un segundo mientras lanzaba la primera estocada. Me abracé con más fuerza a sus hombros, buscando aumentar la fricción con cada embestida y ambos soltamos un jadeo profundo.

Estaba mal. Lo que hacíamos estaba muy mal. Era dañino, sucio e imperdonable pero se sentía jodidamente bien.

Cerré los ojos, sintiendo cada estocada con todo mi cuerpo, como una descarga eléctrica que subía desde mis pies hasta la nuca.

Había olvidado lo bien que encajábamos, lo natural que se sentía estar dentro de Hugo.

Me embestía con fuerza, con rabia y con ira y eso lo multiplica todo por mil.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.