Horas atrás.
El sol empezaba a esconderse cuando Marco Castaño entró en el viejo caserón que usaba como base. Las paredes de piedra rezumaban humedad y amenaza, como si aún guardaran ecos del patriarca muerto.
A su padre lo habían enterrado hacía dos años, pero su presencia seguía allí, inmensa, vigilante.
Y Hugo de la Fuente seguía vivo.
Eso era lo que más irritaba a Marco.
No había necesitado mas que un par de preguntas para saber de quién se trataba.
Un abogado arrogante y con reputación de "solucionador de problemas". Pero este tenía un punto distinto, interesante. No solo lo conocían en el mundo normal, también en el suyo.
De gatillo fácil, escurridizo y sí. Peligroso. Imponente, quizás. Pero, para Marco, seguía siendo un animal que aún no sabía quién era el verdadero amo del territorio.
No sería fácil cazarlo pero sin duda lo disfrutaría con creces.
Encendió un cigarrillo, apoyó las manos en el respaldo de la silla y observó la estancia. Los suyos se movían en silencio. Todos sabían que, cuando Marco estaba de ese humor, cualquier palabra innecesaria podía costar dedos... o la lengua entera.
La puerta se abrió sin llamar.
Julián Vega entró con la expresión fría de alguien que apenas contenía una tempestad.
Marco lo estudió. Había una sombra distinta en los ojos del hombre. Más oscura. Más personal.
—Espero que no te hayan entrado dudas —comentó Marco, tirando la ceniza sobre el suelo gastado.
—Quiero que dejemos las cosas claras —replicó Julián, avanzando—. Quiero saber si el acuerdo sigue como lo pactamos.
—¿Por qué no debería?
Marco alzó una ceja, divertido.
—Lo de Cecilia... —la voz de Julián se quebró ligeramente, mezcla de miedo y furia—. Quiero saber que no estamos en peligro. Mi hija...
Marco se rió, suave y cruel.
—Lo de Cecilia fue solo una advertencia.—. Estrelló el cigarrillo contra la mesa y lo apagó con fuerza. —Para que entiendas que no jugamos. Que no somos tu policía, ni tu guardia personal. Nosotros queremos venganza. Y tú quieres lo mismo.
Julián cerró los ojos un segundo.
La imagen del cadáver de Cecilia era difícil de borrar.
Pero la idea de Hugo, tocando a su hija, respirándola, deseándola...
Eso era peor.
Eso le quemaba por dentro.
No había tardado ni dos días desde que había vuelto en meterse de nuevo en su cama.
A pesar de las advertencias, a pesar de que se lo pidiera...le dio igual.
Porque él estaba por encima del bien y del mal.
—Me esta costando mucho todo esto.
Julián tensó la mandíbula.
En un principio le pareció fácil.
Fingir un perdón, darle la mano, tomar unas copas y mantenerse cerca, sin forzar pero siempre informado de sus pasos para cuando los Castaño lo pidieran.
El problema era que el muy hijo de puta estaba demasiado metido en la cabeza de su hija.
Haciéndola débil, boba, fácil.
Y eso era muy difícil de digerir.
"No sabes lo importante que es él para mí".
Por eso era necesario aquello. Tenía que arrancarlo de cuajo de su vida. Ella no sería capaz de hacerlo nunca.
—No puedo quedarme tranquilo. No puedo ser... neutral. Ni fingirlo.
La sonrisa de Marco se ensanchó, lenta. Calculadora.
—No te pedí neutralidad, Julián. Te pedí paciencia.
Julián dio un paso más, con los ojos llenos de veneno.
—¿Por qué esperar?
Marco se levantó por primera vez, acercándose al ventanal.
Miraba hacia fuera con la tranquilidad de alguien que ya había decidido cómo iba a morir su enemigo.
—Porque quiero verlo sufrir —confesó con frialdad—. Quiero verlo destruido. Quiero verlo sangrar antes de que sepa por qué.
Se giró hacia él.
—Quiero que el miedo le llegue antes que la bala.
Julián apretó los puños.
—No sé si puedo contenerme tanto tiempo. Está metiéndose con mi hija.
Respiró hondo, como intentando controlar algo que se le escapaba.
—¿Te crees que me importa? —preguntó con una carcajada burlona —. No soy tu puto psicólogo ni tu mejor amiga. Me da igual las veces que se la folla y como lo hace. Solo quiero que te mantengas cerca y me lo entregues cuando yo te lo ordene. ¿Eso lo entiendes?
Julián bajó la cabeza. Era un trato con el diablo pero eso los mantendría vivos y borraría al traidor de Hugo de sus vidas.
Dos pájaros de un tiro.
—Quiero estar seguro —dijo el señor Varela—. Cuando todo esto termine, ¿tú y yo estaremos en paz?
—Sí —respondió Marco sin dudar, aunque su definición de "paz" siempre era relativa—. Cuando Hugo muera, todo queda saldado.
Se inclinó hacia adelante.
—Habría sido mucho mas fácil si lo hubiera sabido todo desde un principio y tú no hubieras sido tan estúpido de desaparecer.
—De acuerdo —dijo al fin, con un temblor de rabia en la voz—. Me mantendré cerca y esperaré tus ordenes.
Marco lo observó largo rato, como midiendo el tamaño del odio que lo movía.
—Y mucho cuidado con echarse para atrás Julián, si no es él será tu hija.
El corazón de Julián golpeó como un martillo dentro de su pecho.
Pero no retrocedió.
Ya había elegido su bando. Lo eligió el propio Hugo.
—No tienes de que preocuparte —prometió.
Marco lo miró, satisfecho.
—Perfecto. Entonces lárgate —dijo, tomando una carpeta del escritorio—. No tengo todo el día.
Salió.
El frío le golpeó la cara. O puede que fuera algún resquicio mínimo de culpa que todavía pudiera restar.
Daba igual. Lo que un día fueron se acabó en el instante en que él le puso un dedo encima.
Había tomado su decisión.
Hugo iba a morir.
Y él sería quien lo entregara.
Porque necesitaba que sintiera la traición en sus propias carnes.
Aunque eso significara arrancarse el último pedazo de decencia que le quedaba.
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Editado: 25.11.2025