Carlos esperó a que la puerta se cerrara detrás de Antonella para hablar.
Aún sentía su sabor en la boca.
Su perfume seguía flotando en el aire, al igual que su tacto seguía sobre mi piel, mejorando mi humor hasta niveles estratosféricos.
La única forma de aguantar las idioteces de Maldonado.
—¿Listo para las noticias? —preguntó, dejándose caer en el sofá como si estuviera en su casa.
—Sorpréndeme —respondí.
Carlos cruzó una pierna sobre la otra con esa condescendencia irritante que solo él posee.
—Primero la buena —dijo—. He convencido a los Rivella para que se metan en esto.
Me enderecé un poco.
Los Rivella no necesitaban presentación.
Una "empresa familiar".
La más antigua.
La más disciplinada.
La más silenciosa.
Los Castaño ladraban. Los Rivella no.
No movían droga en callejones. No hacían espectáculos ni grababan amenazas.
Les gustaba la eficiencia, la estructura, los números exactos. Un negocio con horarios.
Con organigrama.
—¿Cómo lo conseguiste? —pregunté.
Carlos sonrió como si fuera evidente.
—Favores, Hugo. Uno de ellos me debía uno muy grande —alzó un dedo— y ahora se lo deberás tú.
Fruncí el ceño.
Un favor pendiente con los Rivella era una cuerda al cuello. Cortés, elegante, de seda... pero cuerda al fin.
—¿Qué tipo de favor?
—El tipo que no se pregunta hasta que te lo pidan —respondió, encogiéndose de hombros—. Tú sabías a lo que jugábamos y, si lo quieres, esas son las condiciones.
Sí. Lo sabía.
Pero no me encantaba que hubiera pagado ese precio sin consultarlo.
—Necesitabas su apoyo y yo me ocupé —añadió—. Y esa es la buena noticia.
—¿Y la mala? —pregunté, notando cómo se me tensaba la espalda.
Carlos inspiró hondo, como quien intenta dosificar una bomba.
—Que los Castaño ya no son los Castaño que conocías. Se han hecho grandes. Muy grandes. Marco está ampliando territorio a un ritmo que no es normal.
—¿Marco?
Carlos se enderezó. Sus ojos cambiaron.
—El hijo de Cristian.
—No sé quién cojones es —admití.
—Exacto. Ese es el problema —replicó Carlos—. Porque él sí sabe quién eres tú.
Analicé sus palabras. No me gustaba esa desventaja.
—Él está reconstruyendo todo el imperio de su padre —continuó—. Es el menos idiota de la familia, de ahí que se haya hecho cargo de todo. Y no se le da nada mal.
Me levanté, incapaz de seguir sentado.
—Entonces ya tengo un objetivo —dije.
Carlos se levantó, encarándose a mi.
—Ni se te ocurra empezar con esa mierda de pistolero solitario. Te lanzas ahora y Marco te mata antes de que termines la frase.
Mis puños se cerraron.
—No voy a esperar a que ellos muevan ficha.
—Pues te jodes, porque tendrás que hacerlo —replicó él, firme —. Esto no va de huevos. Va de estrategia.
Respiré por la nariz, intentando no mandarlo a tomar por culo.
Carlos rió. No con humor. Con lástima.
—No seas imbécil. Esto no es como antes. Marco no es su padre, es más joven, más impulsivo y mucho menos predecible. Ten paciencia.
Paciencia.
No era una palabra que existiera en mi diccionario desde que habían torturado y asesinado a mi madre a sangre fría.
Yo necesitaba acabar con los Castaño cuanto antes.
Cerrar esa mierda de una vez.
—No voy a quedarme quieto.
—Lo harás —dijo Carlos, seco—. Más todavía si ella vuelve a formar parte de tu vida.
Lo miré, estático.
—¿Qué tiene que ver Antonella en esto? —pregunté.
Carlos me sostuvo la mirada un segundo.
—Todo, Hugo. Tiene todo que ver. Ahora que estáis juntos... es un objetivo más.
Sentí el peso de sus palabras sobre mis hombros.
Era algo que no había pensado.
—Es más —siguió—. No sé cómo coño sigue viva. Antonella ha sido el desencadenante de todo lo que ha pasado. Es la hija de Julián y tu amor imposible. Se ha librado dos veces de que la maten con el resultado de la muerte del patriarca de la familia. Vamos, sería la primera a la que metería un balazo si fuera ellos.
Tragué saliva.
Tenía razón.
Tenía la jodida razón.
Un miedo frío me recorrió el cuerpo.
—Lo intentaron hace poco, Carlos —le recordé—. Yo llegué justo a tiempo.
—Ya, ¿y con lo grande que es esa familia? ¿Crees de verdad que no podían pillarla en otro momento? ¿Pagar a quien fuera y quitársela de encima sin pestañear? Venga, joder, no eres tan inocente.
Mi sangre empezó a correr más rápido y el pecho me palpitaba, pesado, alerta.
—Le pondremos protección —aclaré.
No iba a correr riesgos innecesarios.
No ahora. No desde que volvía a ser mía.
Mi responsabilidad. Mi problema.
Suspiré despacio, con la mandíbula tensa, apretada.
Si vivir con la culpa de lo que le pasó a Cecilia me parecía jodido, perder a Antonella era del todo imposible.
Mas todavía cuando todo parecía empezar a funcionar, cuando por fin se había dejado de juegos y había tomado la sabia decisión de estar a mi lado.
—Hugo —empezó, apoyando una mano en mi hombro—. Me alegro de verdad de que hayáis arreglado las cosas, pero ahora mismo que estés con ella le pone una enorme diana en la cabeza. Lo mejor es mantener el perfil bajo. Que nadie sepa nada. Cuanto menos ruido hagáis, menos probabilidades hay de que la marquen como objetivo prioritario.
—No habrá problema —dije—. Bastante tengo con esconderme de su jodido padre.
Carlos soltó una risa seca.
—¿Así que papá Varela no está de acuerdo? —se burló—. Hugo... ese hombre te quiere matar desde que te diste el primer beso con su hija. Lo de ahora solo puede ser la versión premium.
Rodé los ojos.
—Tendrá que asimilarlo. Aceptarlo.
Carlos levantó una ceja con una expresión que decía eres idiota.
—Sí, claro. Porque todos vivimos en el país de los sueños de Hugo.
—Estoy diciendo —gruñí— que, tarde o temprano, tendrá que ver que estar conmigo no es una amenaza para Antonella, sino lo contrario.
#198 en Otros
#814 en Novela romántica
reencuentros amorosos, odio amistad romance sexo pasado rencor, venganza amor
Editado: 15.12.2025