Era viernes y, aunque mi semana había sido intensa, empezaba a acostumbrarme, a sentirme más en mi elemento.
Cada día me adaptaba mejor al ritmo de la empresa, a esa sensación de control absoluto.
Podía dejar a un lado los dramas varios —Hugo, Nico, los líos sentimentales que parecían perseguirme a todas partes— y concentrarme en lo que de verdad importaba: mi trabajo, mi autoridad y, sí, mi propia satisfacción personal.
La gente parecía dejar los rumores, los chismorreos y la sorpresa de verme allí, y empezaba a tratarme como lo que iba a ser: la heredera de la farmacéutica Varela y su futura jefa.
Estaba cansada, agotada. Era demasiada la información que había tenido que retener en muy poco tiempo, y mi padre me exigía estar en todo. En cada reunión, en cada decisión que tomaba. Solo me faltaba acompañarlo al maldito váter.
Mi teléfono vibró sobre la mesa. Miré la pantalla y vi un mensaje de Sofía:
"Hugo sigue de perros... me estás jodiendo la vida."
Suspiré. Podría haberlo ignorado, como el que me envió ayer, pero era Sofía y ella lo sabía: Hugo estaba así por mí.
Respondí: "
¿Café de la esquina en diez minutos? Aviso a Lucas."
Sofía contestó enseguida:
"Me vale. Que le den al trabajo, me voy a hacer acróbata de circo."
Sonreí levemente ante su mensaje y me recosté en la silla un momento, dejando que el peso del día se disolviera.
Me levanté, recogí el pelo con un moño rápido y salí.
Aún me quedaba una hora para la próxima reunión y no me vendría nada mal despejar un rato la cabeza.
Sofía ya estaba en la puerta del café cuando llegué.
—No puedo más —soltó apenas me vio—. He estado tres horas con Hugo revisando informes. Tres. ¿Qué le pasa? ¿Por qué está así de insoportable?
—Es demasiado largo para el poco tiempo que tenemos —dije, intentando esquivar el tema.
Ella entrecerró los ojos.
—Antonella. —Se cruzó de brazos—. ¿Qué ha pasado?
Negué con la cabeza.
—No quiero hablar del tema.
—Perfecto —respondió, amable durante medio segundo—. Ahora cuéntame qué ha pasado de una puñetera vez.
Me reí sin ganas y entramos al café. Lucas llegó un minuto después, se dejó caer como si viniera de trepar una montaña y pidió café doble sin siquiera saludar.
—Vale —dijo exhausto, apoyando las manos sobre la mesa—. Necesito que me contrates en tu empresa, Nell. Puedo ser tu asistente de dirección o limpiar el suelo por el que pisas, lo que quieras.
—¿Mal día en la notaría? —preguntó Sofía, apoyando una mano en su hombro.
—Estoy harto de rodearme de idiotas.
—Pues si tuvieras al dementor que tengo de jefe verías lo afortunado que eres.
Tragué saliva. Lucas me escaneó con la mirada.
—¿Qué ha pasado ahora?
—Es idiota, punto. —Me froté la frente.
Lucas rió descaradamente.
—No, venga, ahora vamos con algo que no sepamos aún.
—Nos peleamos. Por mi padre, para variar —empecé, y tuve que oír cómo los dos suspiraban, hastiados—. Intenté arreglar las cosas y recibí a una rubia inclinada sobre él como respuesta.
Sofía levantó una ceja.
—Ah, Elena —concluyó con total tranquilidad.
Me mordí el labio. Claro que Sofía la conocía.
—¿Como que "Ah, Elena"?—pregunté, mirándola con atención
—¿Quien es Elena? —me siguió Lucas igual de confundido.
Sofía inhaló hondo, como si no quisiera meterse, pero la pobre ya estaba metida hasta el cuello.
—Es... —me miró, cauta, temiendo mi reacción—. A ver, Elena es....diferente. No es Verónica. Es inteligente, contundente, competitiva y, sí, tiene esa cosa que hace que los hombres pierdan el juicio. Especialmente los que ya vienen medio desequilibrados.
Lucas asintió como si estuviera leyendo un manual.
—Me suena bastante esa descripción —se burló.
—Exacto. Digamos que ella vendría a ser la versión femenina de Hugo.
—Genial —bufé—. Perfecto. Me alegro muchísimo.
Pero Sofía levantó una mano, sorprendida incluso de lo que estaba a punto de decir.
—Pues mira, Nell... —empezó con un tono muy cercano al reproche—. Peor me parece lo que estás haciendo tú.
Abrí la boca, herida.
—¿Perdón?
—Sí —insistió ella, sincera, sin ganas de atacar—. Ese juego macabro de un día Nico, otro Hugo...
Lucas se acomodó para escuchar mejor. El muy traidor.
—¿A que te refieres exactamente? —pregunté, irritada.
—Lo siento, pero.... —Sofía se inclinó hacia mí—. ¿Tú sabes el lío que llevas encima? ¿Tú sabes lo que pasaría si Hugo se entera? ¿La manera en que explotarían las cosas?
Abrí la boca para defenderme, pero no me salió nada.
Lucas intervino, serio por primera vez desde que lo conocía.
—Es que... Anto, piensa. —Señaló el aire con el dedo índice—. Es inverosímil que dos personas que lo han dejado sigan viéndose como si nada. Que sigan... pendientes el uno del otro.
Yo parpadeé.
Sofía me clavó una mirada suave, no de juicio, sino de amiga.
—No tienes que justificárte. Eres humana. Él fue importante. Y es bueno contigo. Eso lo entiende cualquiera. —Hizo una pausa—. Pero también lo hiere. Mucho.
Eso me atravesó.
Lucas asintió, delicado pero decidido.
—Y Antonella, por lo poco que lo conozco, si Hugo se entera... se acabó. De verdad. Él es así. Él no comparte. No negocia —me aclaró como si no lo supiera de sobra —. Entiendo tus dudas, pero será mejor que decidas si no quieres perderlo por completo.
Tragué saliva, sintiendo que las palabras se me atascaban.
—Es que no sé... —susurré, bajando la mirada—. No sé qué estoy haciendo.
Sofía me tocó la mano.
—Tu problema, Antonella, es que de verdad crees que hay una versión de esto en la que acabes bien con Nico, en la que lo reconstruyes y él sigue feliz su camino. —Lucas tomó la palabra— Te lo aclaro desde ya, eso es imposible. Soy el último que defendería a Hugo, pero hay una cosa que tengo clara: estás jugando con fuego y al final acabarás quemándote por un lado o por otro.
#198 en Otros
#814 en Novela romántica
reencuentros amorosos, odio amistad romance sexo pasado rencor, venganza amor
Editado: 15.12.2025