Lo que siempre fuimos

| Roto

💔

—Anda, ¡qué bien! —dijo Nico, con una voz cargada de falsa alegría—. Ya estamos todos.

Hugo levantó la mirada de su escritorio. Su expresión cambió inmediatamente

Sus cejas se fruncieron, y un escalofrío recorrió mi espalda.

—¿Qué haces aquí Nico? —su voz era baja, contenida.

Nico se encogió de hombros, despreocupado.

—Vengo a despedirme antes de irme a Madrid.

Hugo sonrió, cínico pero, con la mandíbula tensa.

—De mi lo dudo, y si es de Antonella te aviso...

—No Hugo —lo cortó, rápido —. de Antonella ya me despedí la noche anterior.

Nico lanzó el sobre en la mesa.

Hugo lo cogió, calmado, clavándome una mirada que me hizo congelarme.

Se levantó, colocándose frente a los dos.

En ese momento intenté reaccionar.

Di un paso hacia él y traté de arrebatarle el sobre, pero él levantó el brazo, sin ocultar la rabia creciente tiñendo su rostro.

—¿Que cojones es esto? —preguntó cortante.

Nico dio un paso atrás, sonriendo con suficiencia.

—Un regalo —dijo con una amabilidad que me hacía hervir la sangre—. Una especie de... despedida.

Hugo no lo miró. Solo sostuvo el sobre con firmeza.

Yo no podía respirar, sentía que cada segundo se alargaba hasta doler.

—Hugo... —intenté decir algo, pero mi voz se quedó a media camino.

Él me miró por un instante más y luego, con un movimiento decidido, abrió el sobre.

Eran fotos.

Nosotros en la bolera, divirtiéndonos, comiendo.

Yo con la cabeza apoyada en su hombro.

Juntos. En la gala.

Del brazo, cariñosos, riendo...

Capturando cada instante que creí que había quedado solo entre Nico y yo, pero que ahora estaba frente a los ojos de Hugo creando una secuencia que se alejaba bastante de la realidad.

Hugo no hablaba, miraba las fotos, una a una, como si mirara las últimas vacaciones de navidad.

—Te hubiera hecho una del beso, pero aquello fue algo improvisado ¿no, Anto?

Ahí me miró.

A mí.

No a él.

Y fue cuando su semblante cambió. Sus ojos grises se oscurecieron. Su respiración se aceleró, y sentí como me hacía pequeña por segundos.

Casi era palpable la forma en que sentí cómo todo se rompía dentro de él.

Como nos rompíamos.

—Deja que te lo explique —fue lo único que pude decir.

—Esa —soltó Nico de pronto apuntandolo con un dedo—. Esa es la cara de gilipollas que necesitaba que se te quedara antes de marcharme tranquilo.

Apenas tuve tiempo de hablar cuando el puño de Hugo se estrelló contra la mandíbula de Nico. El impacto resonó en la habitación, seco y brutal.

Nico cayó hacia atrás, golpeándose contra el archivador metálico. La sonrisa se borró de su rostro, reemplazada por una mueca de dolor y sorpresa.

—¡Hugo! ¡No! —grité, el pánico helándome la garganta.

Nico, recuperándose, intentó darle un codazo, pero Hugo lo esquivó y le propinó otro puñetazo en el costado, haciendo que jadeara y se encogiera.

Nico escupió, intentando defenderse a manotazos.

—¡Para! ¡Por favor! —grité, sollozando.

Volvió a pegarle, en la nariz, Nico gritó de puro dolor mientras empezaba a bajar la sangre.

Intentó apartarlo, apartarse, liberarse, pero era completamente inutil.

Hugo lo estampó contra la pared, fuera de sí, movido solo por el instinto de aniquilación.

Nico se revolvió y logró darle un golpe bajo, haciéndole jadear y aflojar un poco el agarre. Fue suficiente para que Nico se pusiera de pie tambaleándose, con el labio partido.

Cuando Hugo recuperó el aliento y se lanzó de nuevo, vi la intención asesina en sus ojos. Esta vez no eran solo puñetazos; era un intento real de acabar con él.

Yo no sabia que hacer, como gritar o acabar con aquello.

Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe.

Carlos se detuvo en el umbral, su rostro pasando de la alerta a la consternación en un instante.

No dudó. Se abalanzó sobre el caos.

Agarró a Hugo por los hombros y lo empujó hacia atrás con una fuerza sorprendente, interponiéndose entre los dos hombres.

—¡Para! ¡Te has vuelto loco! —gritó intentando frenarlo.

Hugo se revolvió y se liberó del agarre de Carlos con un empujón, lanzando a su socio a un lado.

Carlos se tambaleó, y antes que pudiera recuperarse, Hugo ya se había vuelto a abalanzar sobre Nico, que aún tosía y se agarraba la nariz ensangrentada contra la pared.

—¡Basta, Hugo! —bramo interponiéndose directamente entre ellos, agarrando la camisa de Hugo, acercandolo a su cara —. ¡Lo vas a matar!

Hugo forcejeó contra el agarre de Carlos, sus músculos tensos y temblorosos. Sus ojos seguían fijos en Nico, que tosía y se agarraba las costillas.

— ¡Hugo! ¡Mírame! —gritó y por un segundo logró captar su atención —. ¡No vale la pena!¿Me oyes? ¡No lo vale!

Hugo se mantuvo quieto unas milésimas de segundo, cosa que Carlos supo aprovechar.

—¡Nico, fuera!¡Ya! —le ordenó sin dejar de encarar a su socio.

Nico obedeció a la velocidad de la luz.. Echó a correr hacia la puerta, tropezando, patoso, con la cara chorreando sangre de demasiadas partes, y desapareció, sin atreverse a mirar atrás.

Carlos le sostuvo, esperando a que la adrenalina disminuyera.

Pensé en ir detrás de Nico, pero lo descarté de inmediato.

Me acerqué, temblando, intentando tocar el brazo de Hugo.

—Hugo...

Él se enderezó de golpe, apartándose bruscamente de Carlos y de mí.

Estaba jodido, magullado, y sus ojos, al encontrarme, se llenaron de un asco y un dolor que no se podían medir.

—Tú. —Dijo, su voz baja y rota—. Ni se te ocurra acercarte a mi.

Carlos analizó la estampa.

Las fotos tiradas por el suelo, a Hugo, y finalmente a mí, que tenía las lágrimas corriendo libremente por mi rostro.

—Antonella, será mejor que salgas.

—¡No pienso irme a ningún sitio!¡No sin explicarme!

Hugo soltó una carcajada seca, rota.




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