Lo Que SoÑamos Nosotros

CAPITULO 24 -  MI VECINA SE ME PARECE A ALGUIEN

CAPITULO 24

MI VECINA SE ME PARECE A ALGUIEN

–Quien será esa mujer–, pensaba Santiago, ya dentro de su departamento, mientras recordaba dos cosas

más, su abrigo y que tenía hambre, dándose cuenta de que la bolsa de comida exprés que traía en su mano

desde el aeropuerto aún estaba sobre el mesón en la cocina,

−ya debe estar fría −, pensó mientras sacaba el envase que contenía la bolsa y abriendo las puertas de los

muebles a cada lado de las encimeras donde estaban las hornillas y los encendido de la cocina y

separada de ésta el friegaplatos, buscando algo que necesitaba en ese momento, el microondas para

calentar la comida, metiendo, al abrir la segunda puerta vio el aparato eléctrico y abriéndolo metió el envase

donde venia la comida que había comprado para calentarla.

−No está bueno, de hecho esta horrible −, se dijo masticando un poco antes de tragarlo, para luego descartar

el resto, tomo la botella de agua que estaba en la bolsa y se tomó todo el contenido que quedaba, se

comprometió en comprar víveres y otras bebidas mientras estuviese en ese lugar, se dijo dirigiéndose a la

habitación, era grande, ventilada por sus grandes ventanales, los abrió para que circulara el aire, refrescando

el ambiente dándole una mejor sensación del lugar, busco su maleta abriéndola y sacando sus pijamas se

dirigió al baño.

Ducharse y dormir seguía en el orden de prioridades para esa noche, mientras miraba alrededor de la

habitación, todo estaba en orden en el apartamento,

−se nota lo bien cuidado que estaba, mañana lo revisaría bien, ahora voy a dormir estoy cansado −, musitó

mientras se le cerraban los ojos entrando a un profundo sueño muy rapidamente.

La conocida sensación de la brisa rosando mi cara, vívida tantas veces en mis sueños, se presentó igual

como siempre, como suave caricia que provocaba un ligero cosquilleo en la piel, la familiar visión de la palidez

del sol creando sombras y tornando mate los colores de las hojas movidas por el viento, lo que no le restaba

belleza al paisaje de ese glorioso atardecer y del hermoso colorido de la tarde cálida.

Siempre el ambiente tan perfecto como marco a las dos personas que sin importarles quien los observaba,

seguían mirándose profundamente, impregnando sus ojos con la visión del otro, esta vez el ambiente se

prestaba para incrementar la emoción del encuentro.

Aún no había visto sus rostros, ni definido el color de sus ojos, ni distinguidos sus facciones, de ella solo su

cabello suelto hasta por debajo de sus hombros, llegando casi a su cintura, no había visto sus ojos,

seguramente eran castaños, ya sentía una gran curiosidad, no era la primera vez que soñaba con ella, ni la

primera vez que sentía su despedida como una sensación de abandono y tristeza.

Por eso me moví en dirección de los amantes de manera de poder ver sus rostros, ubicándome frente a ella,

tomé su mano, sintiendo la conocida calidez, vi su rostro de facciones suaves y delicadas, sus ojos marrones

como café claro con betas brillantes de luz, que penetran en mí haciendo entrañable su mirada y darme la

sensación de felicidad y amor.

Esa mirada lograba dar la energía necesaria para que cualquier corazón latiera más rápidamente, como el

mío, que se acompasaba al ritmo de su corazón, como ocurría en este momento, el cual emprendió un galope

intenso que hacía retumbar mis oídos intensamente, haciéndome despertar.

Pero fue el golpeteo corto sobre la puerta lo que hiso sentarme en la cama, lamentando la interrupción del encuentro con mi amada.

Se dio cuenta que ya era de día , y aún medio dormido me dirigí a la puerta, estaría equivocado al oír el

llamado, no había nadie, abrí más dándome cuenta de la bolsa depositada en el piso frente a mi puerta, la

recogí no sin antes mirar a ambos lados del pasillo, dentro estaba mi abrigo muy bien doblado y encima una

nota, con una simple palabra,

−Gracias−, y separada varios espacios abajo, era seguida de una disculpa,

−lamento lo grosera que fui, aún estaba medio dormida, gracias por tu ayuda, fuiste muy amable y

considerado−, decía la nota, miró de nuevo hacia la puerta del apartamento de al lado, y luego retrocedió para

entrar.

Entro al apartamento, caminó hacia la cocina y depositó la bolsa con su abrigo sobre la mesa de la cocina,

pensando en la disculpa de su ermitaña vecina, quien debía haber esperado que él la recibiera y se lo dijera




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