El bullicio en el puerto de Londres era algo que siempre odio, había estado en muchos puertos en diferentes lugares del mundo, pero ese en especial siempre le causaba un sentimiento de desprecio, solo superado por el de Roma. Volver a ese lugar se hacía convertido en sinónimo de prisión, un lugar donde debía actuar totalmente diferente de lo que era ella. Odia ese sentimiento.
- ya puedes desembarca, pulga. - dijo el capitan de la nave a su espalda.
- lo sé. - contestó con suavidad.
- pero no quieres - adivino él.
- me conoces bien -susurro, mirando por la única ventana que tenía el barco, en el camarote del capitán.
- Londres es un asco, siempre odio cuando la marea me trae aquí. - comento para romper el silencio un rato después.
-imaginate yo, que debo vivir en esa ciudad del demonio.
-para ti no es tan malo, señorita Petrova. - contestó con sorna.
-todos tenemos nuestro propio infierno Jaden, a veces ser mujer es peor que ser negro. - mencionó.
-tal ves tengas razón, pero de igual modo no puedes negar que para ellos no soy más que un engendro que no siquiera posee alma, que solo sirve para el trabajo sin derecho a nada más. En cambio a ti te respetan, así sea de hipocresía pero lo hacen. - mencionó.
Zarina hizo una mueca al reconocer que era cierto, Jaden ni siquiera era negro del todo, era mestizo, como muchos en las colonias, pero eso no cambiaba el repudio que muchos le tenían por su color de piel más oscura que él de la mayoría, ni siquiera ser hijo de quien era lo ayudaba. Para ellos el no era más que un esclavo, su inteligencia, destreza o hasta su aspecto físico no valía nada para ellos.
Porque Jaden era guapo, su piel era de un color chocolate, su cuerpo alto y atlético, su cabello era una combinación de todos los castaños que existían y muy rizado, crespo como lo llamaba en las colonias, pero su mayor atractivos eran sus ojos, lo más raro que poceia, de un tono de azul oscuro. Era toda una novedad ver a alguien de piel oscura y ojos claros.
-ya deseo que esto termine. - cambio de tema al no tener nada más que añadir al anterior.
-yo también. Él está cada vez más impaciente. No le agrada nada de esto. - dijo con fastidio. Él, no le agrada
- lo sé. No le he dicho nada a Erick pero en su última carta me pidió salir de Londres.
-¿te pidio o te ordenó? - replicó sarcástico. Ella guardo silencio haciéndolo bufar - a veces odio a ese tipo.
-¿tu a quien no odias? - replicó con sarcasmo
-a ti, a Erick, a Tomaza, a Maxo, puedo serguir toda la noche. -dijo
-sabes a lo que me refiero. - contestó
-es normal odiar a quienes te han hecho daño. - replicó alejándose de ella, en busca de un puro, mismo que zarina le quito para fumar ella, haciéndolo gruñir y buscar otro.
Se sentaron juntos en el suelo mientras contemplaban los últimos rayos del atardecer por la enorme ventana del camarote, era un día especialmente soliado en Londres, más teniendo en cuanta la pronta llegada del otoño.
-extraño mi vida - comentó zarina en un suspiro rato después, el humo de los puros los rodeaba y una botella de ron los acompañaba medio llena.
-¿que extrañas? ¿La guerra? ¿Ser humillada? ¿Ser golpeada? - le preguntó curioso, para el no había nada que extrañar.
Ella no le contesto, porque su repuesta, llevaba consigo una cuestión que no quería aclarar, sus sentimientos por Aidan.
Marshalsea, era la prisión donde estaba los criminales más peligrosos de Londres, también la más insegura, Aidan lo sabía, le había alvertido, a su tío y abuelo en varias ocaciones, de nada servía que él se dejara la piel buscando criminales, si el lugar en el que los hiban a encerrar, era tan poco vigilado que cualquiera podía salir y entrar de ese lugar. Pero todos habían hecho odios sordos.
Entró incluso más irritado al lugar luego de ver a los guardias más entretenidos con las protitutas de la zona que con su trabajo. Camino por los oscuros pasillos sin molestarse por el olor a humedad y orina del lugar, pronto estuvo en el sótano del lugar, siguió su camino hasta otra habitación, la razón del porqué ese lugar seguía en función.
Marshalsea, en antaño había sido sitio de la inquisición, mucho antes de que Inglaterra se separara de la iglesia católica. Pero sus instalaciones de tortura se conservaban, era un buen modo de obtener información.
El olor a humeda, orina, y mierda imoremnaba el ambiente, pero lo que más destacaba era el olor a miedo. Porque si, el miedo tenía olor, y era ese que había en el aire en ese lugar, uno nauseabundo, pudrefacto.
Entró a la última habitación, la cual si estaba custodiada, encontradose con un hombre que colgaba del techo, desnudo y cubierto de sangre, el podré infeliz estaba desmayado. Al parecer a los demás se les había pasado la mano.
Tomo una cubeta de agua sucia y se la arrojó al rostro, el hombre se disertó sobresaltado, tosiendo por el agua ingerida. Sabía que el podré no había dicho nada, pero era el único que habían logrado atrapar en el último asalto a él registró.
-despierta bella durmiente - dijo con suavidad. El hombre lo miró con miedo, no quería seguir con la tortura.
Aidan se paseo por la estancia mirando los muchos objetos de tortura que había en el lugar, mientras pensaba en lo que le habían dicho. Era uno de los que se habían escapado de esa misma presión con anterioridad, un desgraciado que había violador a varías mujeres, se suponía que iba a ser ahorcado, pero había escapado primero. Siguió caminando y tomó una especie de tuvo redondo, sabía para que servía, su abuelo años atrás lo había hecho presencias como lo usaban en un podré infeliz, el no pensaba utilizarlo, no le agradaba la tortura, pero lo haría si era necesario.
El hombre temblo visiblemente al verlo dirigirse a él. Sabía que hablaría, su cuerpo estaba al punto máximo del dolor, y el tuvo que el restrego por su cuerpo lentamente prometía mucho dolor.