El jardín de la mansión del marqués de Windsor estaba desolado, solo iluminado por el resplandor de la luna, la noche estaba en silencio, se había adentrado al laberinto un tanto lejos del salón de baile y de todo su bullicio, el lugar era hermoso a la luz del sol, pero a la mística luz de la luna adquiría un brillo siniestro.
Sombras se proyectaban por doquier logrando que su mente fugara en su contra, siempre le había tenido a la oscuridad, a sentirse indefensa, y las sombras de la noche la hacían sentirse de ese modo, sola, inútil. Aunque ella siempre supo que era inútil, no hacía nada bien, había fallado en la única misión que se le había encomendado en la vida, conseguir un buen marido.
Había decepcionado a toda una vez más, era tan estúpida.
Salió al claro y soltó un pequeño gritico al vislumbrar la sombra sentada en la banca en medio del claro del laberinto.
-no debería estar aquí, miladi. - dijo la dulce vos, no la podía ver con claridad, pero su acento italiano la hizo saber quién era.
Se acercó más para poder mirarla más detalladamente. Se río internamente.
Justamente el día en que se sentía más fea que nunca, la mujer más hermosa que había visto le dirigía la palabra.
-usted tampoco, señorita. - comentó con timidez, esa mujer la intimidaba.
Ella hizo un ademán con su perfectamente enguantada mano, desestimando su comentario.
-yo no tengo una reputación que mantener, miladi. - dijo simplemente.
Ella permaneció en silencio, había escuchado los comentarios que corrían en Londres respecto a ella. Decían que era una mujer ligera de cascos, que no tenía pudor ni honor, y que la mitad de los nobles ya habían pasado por su cama. Incluyendo a su primo, Aidan.
-aun así, no debería a vivar más los chismes sobre usted, señorita. - susurro, la mujer la intimidaba sobre manera, pero la parte más noble de ella la obligaba a advertirle lo cruel que podía ser la sociedad.
-no me importa su opinión, lady Jones. - dijo simplemente y Meredith le tuvo lástima, lástima porque a sus ojos zarina era una mujer sumamente ingenua, a la que si no advertía terminaría destruida.
-debería señorita, es lo más importante que como mujer puede tener. - comentó atreviéndose a acercarse a ella.
Zarina advirtió el nerviosismo de la joven y la invitó a sentarse a su lado. Luego se volvió hacia ella en una postura nada femenina, la miró a los ojos, detallo a su cuerpo con descaro logrando poner incomoda a su acompañante, la cual tenía demasiados complejos sobre su aspecto.
Para zarina, Erick tenía razón, Meredith Jones era una mujer hermosa que le habían hecho creer lo contrario.
-se equivoca en esa afirmación miladi. - murmuró apartando la mirada a un punto detrás de la señorita.
- ¿por qué lo dice? - preguntó en un susurro, de nuevo intimidada por su evaluación, creyendo erróneamente que ella también la consideraba un esperpento.
-lo más importante para una mujer no es su reputación, es su libertad. - aseveró en un tono solemne.
-las mujeres no somos libres, señorita. - murmuró burlona, sabía cuál era el lugar de las mujeres en este mundo.
-oh, claro que lo somos. Pero sólo si lucha por eso. - replicó ella - nada se obtiene sin luchar por ello, miladi.
-pero es costo es demasiado alto. - replicó un momento después, entendía lo que ella quería decir, o al menos eso creía ella misma - su reputación está arruinada, ningún hombre querrá desposarla, nunca conocerá la dicha de ser madre, jamás tendrá a alguien que la cuide.
Zarina soltó una risita sarcástica, le fastidia las ideas tan machistas de la joven, pero entendía que era lo único que conocía.
-yo no deseo nada de eso, miladi. Los niños en general me molestan, el matrimonio no es algo que desee, y no necesito que nadie me cuide. Pero entiendo que sus sueños son otros.
-aun así, no vale la pena vivir marginada de la sociedad por estar en busca de un sueño imposible.
- ¿quién ha dicho que es imposible.? Pasa mi es algo posible, solo yo mando en mi vida, soy soltera, pero tengo una buena cantidad de dinero que me permite hacer cualquier cosa que desee, eso sin contar que se ganármelo por mis propios medios.
Ambas permanecieron en silencio, mirando al frente, ninguna de las dos estaba de acuerdo con la otra, pero solo a una le interesaba la conversación.
-sigo creyendo que su libertad tiene un precio demasiado alto.
-y yo creo lo mismo de su reputación. Pero en fin está discusión no tiene sentido, deberíamos volver a él salón. - dictaminó poniéndose en pie y entrelazando sus brazos.
Caminaron en silencio, una aturdida por la conversación, la otra segura que él mensaje había llegado a su destino, que él hombre que las escuchaba a escondidas, junto a la más chismosa de las mujeres serie suficiente para cumplir su cometido.
Aidan estaba confundido, no sabía que era lo que le molestaba realmente, pero desde su conversación con la maldita descarada no estaba en paz. Sus palabras resonaban en su cabeza, no podría llevar la aburrida vida de su esposa, no entendía que era lo que realmente le molestaba. Debería estar feliz de que ella tuviera claro que nunca obtendría más de él que el puesto de su amante.
Tanta era su confusión que ni el suave calor de él canal de su amante en el que se unida con insistencia lograba sacarle de la mente a esa mujer y sus malditos hechizantes ojos.
Esos ojos que se oscurecían cuando se le acercaban, cuando la tocaba, rememoró sus suspiros, su sonrisa coqueta, su mirada pícara, y con ella en mente pudo por fin encontrar su liberación.
Se alejó de las caderas de su amante hacia la cofaina que había en la habitación para lavarse la cara, no podía creer que se hubiera corrido pensando en ella.
Se salpico con agua y respiro profundo intentando serenarse, tenía que sacársela de la mente de algún modo, no podía permite que ella se adueñarse de ese modo de su mente. Se convenció que una nueva ronda de sexo lo ayudaría. Pero al darse la vuelta encontró a su acompañante terminándose de vestir con claro enojo.