Lo que sucedió con Anna Kenz

Capítulo 3

Debo decir que jamás pensé experimentar en el instituto un sentimiento parecido al de ser robada a mano armada —cosa que ya me sucedió en alguna ocasión que no tengo tiempo de rememorar—.

Pero extrañamente está sucediendo.

No consigo controlar mis emociones cuando, con sus manos apretujando la piel de mi brazo con dureza, me guía hasta llegar a las estanterías de libros para niños que por la mañana siempre está vacía.

El corazón me late con fuerza pero solo porque percibo el peligro a través de sus movimientos bruscos y en el odio que expide con sus palabras sin siquiera planearlo.

Cuando me gira, me encierra con su cuerpo contra una de las estanterías de la sección y soy capaz de ver su rostro.

El día apenas empieza y ya tengo acción de la buena.

—Hola, Tony —saludo intentando calmar mis emociones y mi pulso acelerado.

Calma, calma…

—¿¡Fuiste tú, puta!?

Su tono bañado en rencor y rabia consigue solo acrecentar el miedo que tengo y el aliento de su respiración acelerada choca contra mi rostro con fuerza y rapidez.

Intento empujarle pero a cambio, me apretuja más, provocando dolor por la fuerte presión de mi espalda contra la estantería y los libros.

—¿¡Quieres calmarte!? ¡No fui yo! Por favor, nunca haría algo así.

Y aunque mi intención era bajarle los humos, de algún modo, solo conseguí que me pusiese las manos en el cuello con intenciones claras de ahorcarme.

Pero no ejerce presión.

—Cállate —ordena con furia, pero ni toda su actitud de toro salvaje consigue amilanarme. Aunque me gustaría acurrucarme en una esquina, lejos de su odio, le mantengo la mirada, creando una capa de inexpresividad en mi rostro.

—No sé nada de Anna Kenz desde hace dos años. Tú sabes que es un acuerdo que hicimos ambas. No tengo motivos para hacerle nada, ni los tenía antes.

—Mira, putita, no me creo nada de tu mierda. Voy a tenerte en la mira, y a la mínima que note que tienes algo que ver con lo que sucedió con Anna Kenz, voy a hacer que lo pagues y no va a ser divertido para ti —sisea en mi oído, esta vez presionando más mi cuello contra la estantería y al mismo tiempo, cortándome la respiración con sus manos callosas.

Me suelta justo a tiempo antes de que sufra un desmayo y se larga sin volver a mirarme.

—¡Idiota! —grito entrecortadamente mientras hago esfuerzos por llenar mis pulmones de aire.

Inevitablemente, Marc y Tony acaban de abrir la parte oscura de mi vida que quería olvidar.

Apenas logro recuperar la postura y el aire, salgo de la sala siendo observada curiosamente por las pocas personas que se encuentran allí, que en más de una ocasión nos mandaron a callar.

Afuera los pasillos están llenos. Cambio de hora. Respiro profundo y avanzo entre los alumnos que parecen hoy más cuidadosos que antes. No dudo ni por un segundo que ya saben quién es el sospechoso, en este caso sospechosa, pues se apartan de mí como si quemara.

Al fondo, veo a Amanda, observándome con inquietud, casi paralizada junto a su casillero.

Es evidente que acaba de enterarse que hace no demasiado pudo morir por hablar con la sospechosa. Bah.

Le dedico una mirada altanera y paso a su lado casi chocando su hombro con el mío, la pobre ni siquiera consigue apartarse a tiempo. Casi quiero reír.

  1. mi reloj. La campana está por sonar, así que me apresuro a ir al baño. Quiero ser fuerte, pero la amenaza de Tony resuena en mis oídos. Sé de lo que es capaz, lo sé de buena fuente.

Remojo mi rostro y busco acomodar mis rizos salvajes, como terapia rápida para distraer mi mente y vuelvo a salir directa a mi siguiente clase.

 

 

Debo decir que contabilidad no es la materia en la que mejor me va, de lejos, pero es una de las que comparto con Marc. Durante la clase anterior a esta, en historia, la mirada asustada de todos se escurría por mí. Me temen.

Marc aparentemente terminó teniendo un vínculo quizás importante con Anna. Él tiene que saber algo, ella tuvo que decirle.

La pelota tiene que pasar, porque ser inculpada es todo menos agradable. Pero sé que no puedo pedirle ningún favor. A nadie, realmente.

Así que pretendo observar. Nada más por el momento.

Y ahora, sentada en medio de la clase con los asientos a mí alrededor libres, siento a alguien lanzarme papel constantemente. Papel mojado en saliva.

Estoy aguantando como una heroína no voltearme, escupir en mi mano y darle la cachetada de su vida al que cree que es divertido molestar de ese modo.

No es hasta que un avión de papel relleno de insultos y acusaciones vuela hasta mí, que siento mi paciencia empezar a acabarse.

Doblo la hoja de nuevo, y la guardo en mi cuaderno simulando indiferencia, pero sabe Dios que mi mandíbula está doliéndome de lo que fuerte que presiono.

Y, de algún modo u otro, ya no entiendo nada de lo que hay escrito en el pizarrón y sé que perderé la clase si no me esfuerzo.

Antes Anna me ayudaba con las materias en las que me iba mal. Ahora ella podría estar muerta.




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