Lo que sucedió con Anna Kenz

Capítulo 12

No logro reconocer de quién se trata, pero creo que Marc sí.

Él pasa por enfrente de mí y sin mediar palabra lo ayuda a pararse y me mira enarcando la ceja.

—No podemos llevarlo a mi casa —aviso antes que nada. El turno de la enfermera ya acabó, pero la enfermería podría seguir abierta.

Le hago una seña a Marc con la mano, pidiéndole que se quede y me espere y salgo corriendo hacia abajo.

¿Qué tanta probabilidad hay de que podamos ayudarlo en algo? Sus heridas no parecen superficiales. No sé si pueda tener algo roto, no sé nada. Ni siquiera quién es o cómo terminó así.

Parece menor a Marc y a mí. Es obvio que no es del bachiller.

¿Puede tener Jessica algo que ver con lo que le sucedió al chico? Niego con la cabeza inconscientemente, pero aunque quiera negarlo, hay bastantes probabilidades que señalan lo contrario.

Cuando visualizo la puerta de la enfermería, está cerrada. Acelero mis pasos y jalo del tomo de la puerta. No solo está cerrada. Está trabada.

Bufo estresada y cojo de mi cartera una toallita de tela que nunca pensé que me serviría en un momento así y la remojo con el agua del bebedero antes de volver arriba.

No sé si es el mejor método, o si servirá de algo, pero espero no dañar más las cosas.

—La enfermería está cerrada —murmuro mostrándole la toallita en mis manos y tendiéndola.

—Una toallita remojada no servirá para lo dañado que está —informa, pero de igual modo la coge.

—¿Qué vamos a hacer? Como alguien nos vea con él, definitivamente vamos a estar en una muy mala posición, pero no podemos dejarlo. —Desvío mi mirada al chico que apenas y puede abrir los ojos. No se encuentra nada bien.

—Podemos…

—Hay que llevarlo al hospital. Al diablo lo demás —le interrumpo, cojo la mochila de Marc sin darle tiempo a pensar y dejo que él se encargue de cargar con el peso prácticamente muerto del chico.

—Conozco a alguien que puede ayudarnos —replica con seriedad, consiguiendo que me detenga abruptamente. Me pide su mochila y no dudo en pasársela.

Saca su móvil y marca un número mientras yo lo ayudo a cargar al muchacho.

—Hey, hey, ¿puedes oírme? —pregunto, sus ojos buscan los míos. Sus quejidos ya no se oyen, él matiene la mandíbula tensionada, procurando mantener a raya el dolor—. Intenta mantenerte despierto, ¿puedes hacer eso?

Se sujeta con más fuerza de mi hombro, y yo lo afianzo para que no termine irremediablemente en el suelo. Tomo su gesto como un “sí”.

Marc me mira tras cortar la llamada y me señala las escaleras.

—Vamos —ordena. Ignoro el tono que usa y entre los dos bajamos al chico. Mi corazón late rápido, sé que no debería de suponer sin más, que hay probabilidades de que el chico solo tenga enemigos en el instituto que le cobraron algo, pero yo simplemente puedo pensar en que quizás el que se llevó a Anna tenga algo que ver.

Quizás… tal vez esté buscando a la siguiente victima… ¿o no?

Si lo hace, será más fácil encontrarlo, ¿verdad? No se arriesgaría.

El vello se me pone de punta ante el pensamiento, mientras acomodo mejor mi brazo para sujetar al chico con más eficiencia.

Sin embargo, está visto que en muchas ocasiones las cosas no salen como las prevemos, esa es exactamente la situación. Miro al frente donde la figura femenina se alza. Su rostro serio al vernos se rompe al notar que no somos solo Marc y yo.

No puedo definir la infinidad de emociones que veo pasar por su mirada, y de un momento a otro, la tengo frente a mí, con las manos apretadas en puños y sus ojos destellando llamas ardientes de fuego.

¿Qué demonios? Miro a Marc, y él me mira a mí. Ninguno entendemos su reacción tan bruta. No nos da tiempo a nada, cuando dice:

—¿Qué fue lo que le hicieron? ¡Imbéciles! Yo… Yo sabía que… sabía que no se iban a quedar de brazos cruzados… Y yo… jodidamente ya les dije que no lo hicimos porque queríamos… ¡Nos obligaron!

Hago el amago de retroceder un paso, pero en la situación en la que me encuentro no es lo mejor por hacer.

—Mira, relájate, Jessica… —pide Marc, pero suena tanto a una orden que es fácil percibir el poco tacto que tiene.

—¿Quién los obligó? —inquiero mirándole a los ojos, recuperando de sus palabras solo lo que me interesó. Acabo de entender, es el amigo que la ayudó a arrancar los carteles sobre Anna Riddle y culparme, ¿o no? Había olvidado que él también entraba en la jugada.

Por un momento, deja caer su mirada en mí, llena sus mejillas sonrojadas de aire y los expulsa con furia, entonces alza el mentón y vuelve piedra su expresión.

—Denme a Lewis y no voy a crearles problemas —exige alargando la mano para coger del brazo al chico, pero me interpongo.

—Puedes venir con nosotros si quieres, pero no vamos a dejarlo —aseguro, cogiendo su mano a duras penas y apartándola de él, más que nada porque la dirigía justo a una de sus heridas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.