Lo que todo gato quiere

Capítulo 1

«¡Y los Escorpiones de Dancey High son campeones por tercera vez consecutiva!».

AJÁ. ESO ES.

¡NUESTRO EQUIPO ES EL MEJOR!

 

El campo de rugby de la preparatoria pública Dancey High estalló en vítores y serpentinas rojas y amarillas, los colores oficiales de la escuela.

Los corpulentos jugadores chocaron sus cuerpos embarrándose el sudor de la victoria entre ellos, el entrenador les daba sonoras y varoniles palmadas en las espaldas de gorila; las porristas besaban a sus novios del equipo o saltaban canturreando la porra, agitando pechos y pompones.

Los espectadores saltaban en las gradas y se echaban la cerveza encima mientras que los perdedores de Abbott High salían discretamente para no ser abucheados, sin embargo a nadie le importaba, todos estaban ocupados festejando.

Todos menos la mascota del equipo.

Ese pobre disfraz mal hecho de escorpión que corría por el campo perseguida por la horda de jugadores que querían lanzársele para festejar… no se la estaba pasando bien y no le hacía ninguna gracia que los gorilas quisieran matarla.

«Oh, parece que Escorpi no quiere un abrazo. ¡Vamos, animemos a Escorpi!».

Exclamó el locutor por los potentes altavoces distribuidos en las esquinas del campo.

Enseguida la porrista capitana lideró la porra en contra de Escorpi.

Era una perra.

¡ES-COR-PI. ES-COR-PI. ES-COR-PI!

Todos en las gradas la corearon. Eso era un complot. Era alta traición.

Ese pobre disfraz de ahí.

La que corría por su vida a lo largo de todo el lodoso campo.

La que ahora se encontraba en el suelo.

Y a la que le estaban cayendo los jugadores, uno por uno.

Era la pobre Ginger.

Todos estallaron en bulla y aplausos. Cuando Ginger pensó que ya no podía respirar más, que ya se estaba ahogando con su propio sudor y que el calor de los diez cuerpos la neutralizaba, oyó el silbato del entrenador.

—Ya basta, aléjense de ella. Déjenla respirar, fue suficiente, bien hecho chicos.

Uno a uno se bajaron de ella y uno a uno se reacomodaron sus órganos.

Ginger quedó enterrada en el pasto y el lodo del campo, y el entrenador Callahan tuvo que tirar de ella mientras tosía el pasto que se había tragado.

Él le zafó la cabeza de escorpión de un tirón y encontró a una Ginger moribunda de calor, con el pelirrojo cabello apelmazado por el sudor, las pálidas mejillas sonrojadas y los párpados inferiores hundidos por la deshidratación.

—¿Estás bien? —le preguntó dándole una palmada en la mejilla que le dolió. Con mucho esfuerzo eso era lo más delicado que el entrenador podía ser.

Ginger no pudo contestar porque tosió más tierra pero asintió con la cabeza.

—Qué bueno —dijo y se fue a festejar rudamente con sus chicos.

Mientras notaba que la dejaban sola en el campo, se sacudió la tierra y el pasto de su disfraz de escorpión, que viéndola de lejos parecía más un camarón debilucho.

Quería estar cerca de los jugadores, en realidad quería ser porrista, pero sabía que ni aunque Keyra y sus secuaces estuvieran drogadas y ebrias la aceptarían. Es decir, bastaba con mirarla en el pasillo frente a su sobrio casillero mientras que los demás estaban personalizados, bastaba con ver la forma en que llenaba sus delgaditos brazos de libros mientras que los demás no cargaban ni con el aire, tan solo bastaba con ver su forma de vestir: al estilo bibliotecaria con esos lentes que se oscurecían a la luz del sol y esa mata de cabello rebelde que siempre llevaba pulcramente peinado en una trenza francesa.

Era la marginada tesorera de Dancey High; a la que si se le caía un libro, se lo pateaban; si se le caían los lentes, se los rompían; si entraba a un salón en su función de tesorera escolar y decía «atención por favor» hacían todo menos eso; si alguien no había hecho su tarea, se la robaban y después la encontraba arrugada y manchada de vete a saber qué.

Ah, y encima quería ser porrista, pero era la mascota.

No importaba. De esa manera podía estar cerca de los jugadores y las porristas. Estaba todo bien.

En serio…

Tal vez.

Puso la cabeza de Escorpi bajo el brazo y caminó cojeando hacia el exclusivo vestidor de las porristas que era uno de los privilegios (en realidad el único) que gozaba. Entrar en la cede de lo fashion, las mini bragas, y los cuerpos talla cero.

Cada vez que Ginger entraba en ese lugar las demás se callaban de golpe como si estuvieran hablando de ella, no obstante desechó la idea porque eso sería un honor, no hablaban de ella, se burlaban de ella. Le metían el pie cuando pasaba o le esbozaban muecas de nauseas como si fuera un cubo de basura al tope de moscas y la repelían.

Esta vez habían llegado lejos.

Al abrir su casillero, Ginger no encontró su ropa.

Con creciente alarma notó que ni siquiera estaba su mochila y si no estaba su mochila no estaba su cartera, y si no estaba su cartera no tenía dinero, y si no tenía dinero no podría tomar el metro.

Tenía que caminar de regreso a su casa. ¿Y si llovía? Era un hecho que llovería ¿Y si se hacía de noche? Bueno, ya era de noche ¿Y si la asaltaban? Qué diablos, no podían hacer eso porque no llevaba nada más que su virginidad por lo tanto podrían…

—O-oigan chicas—murmuró.

Nadie le hacía caso, todas estaban admirando la talla de brasier de Keyra Stevens.

—Disculpen… ¿han visto mi…?

Terminaron de vestirse y entre fuertes carcajadas salieron azotando la puerta y dejando a Ginger sola con su alma.

Todo lo que quería era quitarse el disfraz pero no podía irse en ropa interior… sí, así es, todo lo que traía puesto era ropa interior.

Sin más retraso salió del vestidor a los pasillos y empujó las puertas de cristal de la salida.

La masa de alumnos se congregaba en el aparcamiento y todos se iban en sus autos, listos para celebrar y hacer desfiguros a otro lado. Ginger se vio tentada a pedir aventón a alguien pero ¿a quién? No tenía amigos.



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En el texto hay: comedia romantica, amistad, adolescentes

Editado: 03.03.2020

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