Lo Que Una Plus Size Quiere.

Prólogo.

Un año atrás. 


Velvet caminaba bajo el sol maldiciéndose a sí misma por ser tan tonta.

  Pensaba en lo estúpida que había sido por querer ir a la universidad cuando los transportistas decidían hacer paro de labores por la inseguridad de la ciudad y las pésimas condiciones de trabajo, reflexionó en lo mucho que extrañaba el transporte escolar como cuando era niña, esos conductores no eran conflictivos, no se metían en problemas ni hacían huelgas.

«No podía ser tan malo» se había dicho esa mañana mientras tomaba un jugo e intentaba desayunar en paz soportando las miradas de reproche de su madre, quien se había negado a que asistiera a clases y quien apenas la viera ver a casa, seguramente, también le diría «te lo dije».

—Todo por tu terquedad —musitó apenas audible, aunque pensó que al menos le vendría bien un bronceado.

Suspiró frustrada a sabiendas de que no se podía engañar, aun así mantuvo el optimismo.

Velvet inhaló y exhaló diciendo que todo estaría bien, que nada saldría mal; sin embargo, ahí estaba, caminando como iguana veraniega bajo el sol de mediodía junto a otras dos locas igual de transtornadas que ella: sus amigas por supuesto.

  Llevaba caminando una hora y aún quedaba lejos de casa. Eran casi la una de la tarde y el sol no daba tregua. Pensaba que incluso su muy rojo cabello se pondría rosa tras lavarse el tono de tanto sol.

  No quería llamar a su padre o a su madre porque sabría que habría una reprimenda cuando habían sido los primeros en decirle esa mañana que no fuera pero, terca como era, había decidido ir y las consecuencias no se habían hecho esperar.

—Siempre quise un bronceado gratis —dijo su amiga Mérida con tono de resignación—. Siempre quise parecer cubana, con ese color precioso que parecen tener todos. Me vendrá bien. 

 La declaración hizo estallar en carcajadas a las tres chicas que llevaban andando mucho tiempo.

—Eres de lo que no hay, nunca vas a parecer cubana porque no eres cubana, además de que lo único que vas a ganar no va a ser un bronceado sino cáncer de piel con estas temperaturas —dijo, entre risas, una divertida Velvet—. Mamá va a matarme porque seguramente mañana tendré el triple de pecas que hoy, el cabello reseco y la piel totalmente irritada y lo peor es que seguro en unos días estaré más escamosa que un pez recién salido del mar.

  Las tres volvieron a reír mientras se detenían a comprar una botella de agua en el primer establecimiento que encontraron.

   Siguieron andando antes de que la tercera amiga hablara.

—Soy amante de la salmonella y ya que estamos caminando sin verle fin ¿podemos comer eso que está ahí? Se ve delicioso —dijo la jovencita con aire dramático—. Les juro que no daré un paso más antes de desmayarme, es imposible.

  Las amigas afirmaron entre risitas y esta vez la caminata tuvo sentido.

   Se detuvieron frente al puesto de brochetas y comida extranjero. Miraron a la pareja que atendía y después observaron pensativas la comida, antes de ordenar sin pudor.

  Eran chicas que no veían por qué hacerse de la boca pequeña, comían lo que su cuerpo pedía y cuando lo pedía. Era precisamente por eso que les llamaban vacas, aunque Velvet seguía preguntándose el porqué dado que Trix era delgada y Mérida apenas era muy, muy flaca. 

  Velvet sonreía mirando con avidez como le servían, luego a Mérida y a Trix mirar con el mismo amor a la comida.

  Sonrió divertida antes de que algo le diera en la cara con tanta fuerza que le hizo lanzar un chillido de dolor y llevar su mano a la cara.

—¡Qué diablos! —dijo Merida. 

Se aproximó a ver a su amiga pelirroja para inspeccionar que estuviera bien mientras Velvet parpadeaba para alejar lo que fuera que había entrado a su casa. 

  Sus amigas olvidaron momentáneamente la comida para maldecir a los tipos de la moto que habían lanzado el objeto pero la pelirroja se agachó a recogerlo.

  Era un simple sobre y al abrirlo encontró una memoria USB junto a algunas fotografías de un desconocido.

  Velvet las sacó y su boca se abrió al ver al hombre más guapo que había visto en su vida.

  Había muchas fotos de diferentes etapas del sujeto incluso una de bebé donde estaba desnudo posando antes de entrar a la bañera. 

   Arrugó la nariz unos segundos al ver la foto del bebé desnudo. 

—Nunca entenderé lo que pasa por la cabeza de toda madre para hacer eso con las pobres criaturas —dijo Velvet—. Es traumático para todo hijo. 

 Observó varías fotografías pero eran demasiadas así que las guardó en su mochila.

—No pensarás quedarte eso, ¿verdad? —preguntó Mérida mirando a su amiga—. Es basura, solo tíralo.

—Una nunca sabe cuándo será útil —respondió Velvet.

—Claro —concedió Trix—. Quizás un día lo encuentre y le diga que puede devolvérselas pero antes debe pagar con su cuerpo, el chico es guapo, no me lo pueden negar.

  Las tres rieron hasta que finalmente, después de ver que su amiga Velvet estaba bien luego del golpe, se dedicaron a comer y beber hasta que fue hora de seguir su camino a casa.




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