Stephen Ryks bajaba las escaleras de su casa para reunirse con su familia en el desayuno, aunque vivía solo desde los veinticinco años pasaba de vez en cuando la noche en casa de sus padres donde a veces también estaban sus hermanos. Su madre aún decía que eran unos bebés.
Edward, su hermano mediano, vivía solo también pero a veces cuando su madre lo llamaba aprovechaba para quedarse en casa y disfrutar el desayuno y finalmente estaba Thelma la menor de ellos, aún residía ahí y dudaba que un día sus padres la dejaran ir.
Stephen era un hombre serio, bastante a decir verdad, enojón, petulante y muy, pero muy desconfiado de las mujeres, excepto claro de las integrantes de su familia. No confiaba en ninguna otra porque una vez había probado ya el dolor de la traición de una fémina y no estaba dispuesto a pasar por lo mismo nunca más.
Su familia desconocía que un día había querido a una mujer que no fuera su madre y hermana y había resultado herido tras conocer su verdadera naturaleza.
Era sabedor de que todas las mujeres lo querían por su dinero y que ninguna tenía otra cosa en la cabeza que darle caza hasta obtener una propuesta.
Tenía veintiocho años y aunque sabía que en algún momento debía casarse, por ahora hacía oídos sordos a las descaradas indirectas de su familia. Ya llegaría el momento en que tendría que encontrar a una que sirviera cuando menos para serle fiel. Por el momento prefería enfocarse en su trabajo y tampoco es que fuera el mejor de todos para hablar con una mujer, Stephen era muy tímido y nervioso a pesar de ser muy bueno en los negocios, pero cuando se trataba de mujeres, pasaba las peores vergüenzas, quizás por eso luego de su última ex, no se atrevía a tener una mujer.
Buscaría a una mujer que cumpliera la lista de requisitos y el primero de ellos era un acuerdo de fidelidad durante el matrimonio. Pensaba que si ellas no se interesaban por un hombre como él, sino solo medían la cantidad de ceros de su cuenta entonces él haría lo mismo y no buscaría nada en ellas. Todas eran iguales entre más tenían más deseaban.
Salió al jardín mientras veía a su familia, cuatro personas que amaba con el alma.
Saludó a su madre y a su padre con un beso respectivamente mientras veía a su hermana susurrarle algo a su hermano y ambos estallar en carcajadas.
La miró tratando de descifrar qué pasaba pero conociéndola, pensó que seguro era alguna tontería de jovencitas.
Le dio un beso en la mejilla a su hermana que inmediatamente escondió el IPad que tenía en la mano mientras su hermano estallaba de nuevo en carcajadas.
Le dio un golpe a Edward en la cabeza y después se sentó en medio de su madre y padre.
—¿Cómo va todo en la empresa? —preguntó su padre—. ¿Has encontrado ya a la imagen de la nueva colección?
—Aún no —dijo escuchando que su hermana decía algo entre dientes causando que su hermano riera—. He tenido muchos pendientes personales pero me daré a la tarea cuanto antes.
Su padre asintió y le sonrió comprensivo.
—¿Podemos saber que pendientes personales son? Tigre —dijo su hermana haciendo el movimiento de un zarpazo que desconcertó a Stephen e hizo que su hermano se ahogara de risa—. Tal vez implique anacondas y látigos.
Stephen parecía desconcertado ante lo que su hermana decía pero también intrigado a ver a su hermano tratar de contener la risa de forma infructuosa.
—Se puede saber qué es tan gracioso —dijo su madre—. Llevan rato secreteándos, es muy grosero y molesto que hagan eso.
Los hermanos se miraron y después estallaron en carcajadas haciendo que el resto rodara los ojos.
—Pues que tu querido hijo no es gay —dijo Edward estallando nuevamente en carcajadas—. Es hombrecito y al parecer mucho.
Todos los ojos se giraron a Stephen que tenía el entrecejo fruncido.
—Siempre creí que las preferías rubias —dijo su hermano mirándolo—. Después creí que las trigueñas pero mira que jamás pasaron por mi cabeza las pelirrojas.
—¿De qué diablos hablas? —dijo empezando a enfadarse—. No sé de dónde sacas que me gustan pelirrojas.
—De tu gatita —respondió.
—Deja de negarlo —siguió su hermana—. Lo sabemos y quien te viera, hermano, siempre tan serio pero pareces ser el Christian Grey remasterizado.
Su madre se llevó la mano a la boca y soltó una risilla.
—¿Quién demonios es Christian Grey? —dijo perdiendo la paciencia—. No estoy para juegos y menos para tus tonterías.
—Citó textualmente —dijo Thelma—. Me ata a la cama con su corbata, me azota fuerte y después me besa como si no hubiera un mañana. Me muerde, me aprieta contra su musculoso cuerpo. —Hizo una seña obscena—. Es un tigre salvaje. —Stephen levantó una ceja ante lo que oía—. Dice que soy su gatita —continuó—. Le gusta que llene el torso de crema batida y lo devore después. Pasa horas y horas dándome sexo salvaje, sucio, desbordado y siempre quiere más. Tiene un apetito sexual voraz, etcétera, etcétera.
Hubo un silencio antes de que Stephen hablara.
—¿Eso es de una novela barata de erotismo? —inquirió con aire petulante—. Deberías supervisar lo que tu hija lee, mamá.
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Editado: 29.03.2021