Lo Que Una Plus Size Quiere.

Capítulo 8

Las chicas se miraron entre sí mientras pensaban por qué habían aceptado antes ver a su amiga lanzar un suspiro rendido que hizo reír con fuerza a Mérida llamando la atención de más de un transeúnte.

   Velvet salió del auto sintiendo la mirada de ese hombre sobre ella, seguramente buscando algún defecto, así que se encargó y tomó el brazo de su amiga antes de que Trix hiciera lo mismo y le siguiera.

   Las tres caminaron decididas a la entrada pero fueron detenidas por la embajadora del lugar que las miró de arriba a abajo tratando de entender bien qué hacían en un lugar tan caro y por qué iban vestidas de esa forma.

   Stephen se acercó a las chicas diciendo que iban con él y de inmediato les fue asignada una mesa con toda la amabilidad que no les fue mostrada segundos antes por la misma. Se sentaron y miraron alrededor viendo que el lugar estaba bastante concurrido y no solo eso, se veía un lugar costoso y con mucha gente estilizada, esa misma que las veía con desprecio ya fuera por su vestimenta o su aspecto.

   Velvet miró que no habían gorditas ahí y que todas comían lechugas y cosas con mucha delicadeza. Se sintió ofendida de ser llevada a un lugar donde no se sentiría cómoda degustando pero después recordó que sus amigas estaban ahí y cuando ellas estaban la vergüenza no existía.

—La rubia tetona nos despreció —aseguró Mérida en tono alto—. Juro que voy a arrancarle los pezones y dárselo de comer a mi perro.

—Tú no tienes perro —decretó Velvet—. Ni siquiera te gustan.

—Pero voy a tener uno para la ocasión —dijo con el ceño fruncido—. No todos los días se ven rubias de tetas gigantes buscando su muerte. Hay que aprovechar

—Bueno no soy quien para hablar de tetas —objetó Velvet—. Como bien sabrás.

—Ni yo —concordó Trix—. En lugar de gastar en un perro podrías hacerme un injerto.

—¿Quién dijo comprar? —dijo horrorizada y escandalizada—. Solo voy a recoger uno de la calle, esos pobres comen tan poquito que unos pellejos güeritos le sabran deliciosos ya sabes. Uno de buen pedigree seguro que se indigesta con carne llena de silicón en cambio esos de la calle tienen un estómago como el nuestro.

—Claro —continuó Velvet—. Lo tienen de zopilote como nosotras, capaces de comer cualquier carroña sin enfermar.

   Las tres levantaron los brazos mostrando sus bíceps en señal de poderío olvidando que tenían espectadores y por un momento siendo solo ellas.

   Los dos hombres que estaban en la mesa miraban de una a otra chica sin saber qué decir o qué hacer.

   No sabían si reírse de tres mujeres que evidentemente estaban locas o salir corriendo por su vida.

—¿Recuerdan cuando comimos en la kermes de la universidad? —continuó Trix—. Todos enfermaron.

—Ni me lo recuerdes que caminamos como tres horas a medio día por gastarnos hasta lo de los camiones de regreso —dijo Velvet—. Aún me duelen las ampollas de los pies.

—No te quejes que fuiste la primera en acabar tu dinero —dijo Mérida.

—¡Debieron detenerme! —gritó furiosa—. ¿Qué puede hacer un alma débil frente a tanta comida?

—Bueno no es como que nosotras fuéramos tan prudentes dado que nadie guardó dinero —dijo Mérida.

—Exacto —respondió Trix—. Somos débiles y comer no es pecado.

—Lo dice quién tiene parásitos y por eso no engorda no importa la cantidad de comida que se lleve a la boca —dijo Velvet.

—Igual si engordara no me importaría —dijo Trix—. Mi corazón es débil y mi estómago imprudente así que, qué más dá.

—Son pruebas del señor —agregó Mérida rodando los ojos—. Así como cuando vamos al supermercado y pasamos por el pasillo de vinos y mi fuerza de voluntad se tambalea cuando veo papeletas que indican 2x1, 20, 30 y hasta 40% de descuento en licores.

   Las amigas asintieron comprensivas y antes de que pudieran seguir el carraspeo del mesero las interrumpió regalándoles una sonrisa amable antes de darles la carta y mirar a los hombres frente a ellas que solo sonrieron igual de nerviosos que él.

   Las tres miraron el menú y se les antojó todo. Los costos no venían en la carta pero ellas no pagarían así que estaban despreocupadas.

   Pidieron dos platillos cada una ante la mirada atónita de los dos hombres que estaban ahí y del mesero que solo sonrió.

—Solo que tráenos uno primero —dijo Velvet—. Para que no se enfríe el otro platillo y no queremos vino.

—Queremos cerveza —dijo Mérida con una sonrisa de satisfacción—. Mi estómago hacer mejor digestión con la cerveza que con el tinto.

—Ah y no la pongas en tarro —añadió Trix—. Le cabe menos y pierde su sabor. Tú traelas en botella.

   Las dos amigas asintieron mientras Stephen y Gustav parpadeaban incrédulos.

   El mesero miró a los hombres buscando ayuda pero ellos asintieron y después miraron a las mujeres frente a ellos.

    Creían que era una broma pero al verlas tan auténticas supieron que en realidad ellas eran así, ajenas al mundo.




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